“El Espíritu Santo fue llevándolo por el desierto mientras era tentado” (Lc. 4, 1).
El ser humano se mueve por grandes deseos, aspiraciones profundas que colmen su sed de vida. Sin duda que educar los deseos para orientarlos, para que no nos frenen ni encierren en adicciones desintegradoras es una tarea que nos desafía constantemente.
Pero ¿qué es desear? ¿Cómo puede desear bien el hombre? ¿Hasta dónde pueden llegar las aspiraciones del ser humano? ¿No seremos víctima de ilusiones nunca realizables? ¿Cómo educarlos verdaderamente?
El relato de las “tentaciones” nos propone unos caminos de realización, una forma de desear que en definitiva desintegran a la persona. Jesús las sufre y las supera señalándonos cuáles son las posturas que realmente llevan a una plenitud aunque haya que ofrecer una resistencia. Casi inmediatamente después de este texto de las “tentaciones” aparece en el Evangelio el de las “bienaventuranzas”, que en la propuesta de Jesús, son el camino que introduce en el Reino de Dios Porque esta propuesta es sin duda la gran aspiración de todo ser humano. Para descubrir qué desear proponemos este camino de las “bienaventuranzas” para orientar y educar los deseos.
“Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt. 5,1 y Lc. 6,20). Así comienza la propuesta de Jesús presentando cuál es realmente lo que produce la dicha, la felicidad y la plenitud. Esta es la gran aspiración del ser humano, pero en ella está también la trampa fundamental, la desviación de los deseos, la corrupción de lo mejor. Por eso es por lo que el ser humano tiende a atrapar, controlar, codiciar, dirigir y manejar todo.
La “primera tentación” ya incluye las otras que son consecuencia de la primera, como la primera “bienaventuranza” propone el remedio y la actitud a la gran desorientación y desintegración del ser humano que es la avaricia. Las demás “bienaventuranzas” desarrollan la primera.
La primera “tentación” propone “ser y hacerse persona”, hacer emerger en nosotros la humanidad a partir del dominio de las fuerzas brutas, de los deseos compulsivos de atrapar y codiciar, lo cual destruye la fraternidad. Esto surge del miedo a que nos vaya a faltar algo, nace de la violencia por tener más, por acumular más y ser el que más poder tiene. Jesús responde: “no sólo de pan, de violencia, de poder, de acumular y consumir vive el hombre sino también del diálogo, del compartir, del encontrarse y apoyarse”.
En la segunda tentación se habla de “fama”, “poder”, “gloria”, “aparentar”. Son planteos que vienen desde la “política”, mal ejercida, y desde la simple “economía” como centros de poder y visiones orientadoras de la vida humana. Jesús descarta la violencia, entra en el mundo sin ningún espíritu de dominio, con dulzura. Aparece pobre y vulnerable como un hermano.
La tercera tentación consiste en creer que la vida humana es un derecho personal en el que nadie ni siquiera Dios pueden intervenir. Es la tentación de creernos dueños y señores de la vida, de poner a los demás e incluso a Dios a nuestro servicio haciendo lo que se nos antoja. Desear lo mejor es el gran motor de la vida, pero desear sin criterio y sin sentido la destruyen.
Hno. Aurelio Arreba
Director
