“Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.” (Lc. 6,27-38).
Ya en el número anterior del “En Familia” les comentaba que a partir de este mes de octubre y hasta octubre del próximo año el papa Benedicto XVI ha propuesto celebrar durante todo el año el “Año de la fe”. Sin duda algo nos quiere decir el Papa en este momento de la historia. Es una invitación a repensar el valor y la riqueza de la fe para la vida, el valor y la riqueza de la fe cristiana para su diálogo con la cultura y especialmente para una cultura marcada por el individualismo y la demanda personal de satisfacción olvidando lo comunitario sin lo cual es imposible ni entender ni resolver la existencia humana. La fe supone la presencia del otro, de los otros porque esa actitud permite ir más allá de mi propia existencia. La experiencia de nacer ya está marcando la existencia humana con la dimensión de la fe: soy gracias a la fe y la confianza de otros y esto está marcando la orientación de la vida. Pero vayamos un poco más lejos y pensemos en la experiencia de la fe y su influencia en el desarrollo de la vida, de las personas y comunidades.
¿Cómo podemos nacer hoy a la fe y a la fe cristiana cuando aparentemente Dios no es necesario y nos sentimos tan omnipotentes que ni nos planteamos que somos hijos de la vida y que por lo tanto somos un don?
Es necesario en primer lugar una fe en la vida por más corta que sea, o al menos, la esperanza de que la vida nos puede ofrecer las ilusiones y esperanzas que llevamos todos los seres humanos de llegar a la plenitud. Es sobre esta esperanza elemental que puede llegar a injertarse la fe cristiana. Es incluso necesario que esta fe sea probada como posible y razonable. El trabajo de la inteligencia para hacer que la fe sea habitable en nosotros por medio de la razón, es, pues, incuestionable. Podemos hacer que a través de nuestra inteligencia entremos en el camino de la fe. ¿Pero cómo es posible ir más allá del entender y reconocer que es posible la fe y pasar al acto de fe? En esto es clave la postura que tomemos respecto a la persona de Jesús y su mensaje, sobre lo que ha dicho y hecho. ¿Y ustedes quién dicen que es Jesús? Esto es algo más que una simple pregunta; en esto se nos juega la plenitud o no de la vida, la realización o no de la vida. La fe cristiana nace en respuesta a esta pregunta. Este Jesús en los tres años de existencia pública, ha manifestado la forma de ser con los demás, de encarar la vida, de pensar y actuar, de tal manera, que en cada uno de sus encuentros con las personas, despertaba la vida, la esperanza, hacia ponerse de pie y caminar, invitaba a asumir la propia realidad y a dar gracias por la vida. La fe cristiana es totalmente dependiente de la actitud que tomemos respecto a Jesús que fue rápidamente sacado de escena porque transformaba y trastocaba totalmente las cosas, la forma de ver y de encarar la vida. Y esto sigue ocurriendo hoy, sacarlo del medio porque molesta. Pero dejó detrás de Él una serie de testigos, un soplo de vida que todavía nos alienta invitándonos a vivir de esa manera y a reconocer, más allá de todas las representaciones y deformaciones de su persona, su dimensión divina, el proyecto de Dios hecho presente en Jesús de Nazaret y su familia. Tampoco olvidemos, y menos nosotros que tenemos como espíritu propio el “espíritu de familia y de cuerpo”, que la fe emerge, crece y se consolida en el espacio del encuentro fraterno, solidario, de la mistad y de la familia. El terreno propicio de la fe es el de la hospitalidad ofrecida y solicitada. Gracias a esta fe podemos pensar, ir más allá, alegrar y ensanchar el corazón, abrir perspectivas sobre la vida sin la cual jamás hubiéramos imaginado.
Hno. Aurelio Arreba
Director
