“Jesús viendo a la muchedumbre, tuvo compasión, pues se encontraban postrados” (Mt. 9,36).
Estamos celebrando durante este año, a iniciativa de los obispos del Uruguay, “el año de la Familia”. La Familia como patrimonio de Humanidad, como generadora de personas cuyo horizonte final es llegar a ser imagen y semejanza de Dios, ser el rostro de Dios, que no es otra que “ser familia” y para ser familia una opción que pone en juego lo mejor de cada persona: “la entrega de la propia vida para que los demás vivan”. Esta fue la gran misión y tarea de Jesús. Esta es la misión de cualquier cristiano y ser humano. La familia como escuela de humanidad, como pequeña Iglesia doméstica, como comunidad donde circula y se cultiva la vida. La familia como imagen de la comunidad de amor que es Dios. Esta es nuestra fe por la que orientamos y comprometemos nuestra vida y nuestra razón de ser: “hacer realidad estas bondades de nuestra fe y hacerlas llegar a todos los hombres especialmente aquellos que se sienten cansados, abatidos, desorientados y sobre todo desfigurados”. Desfigurados en su identidad de Hijos de Dios hechos a su imagen y semejanza y hermanos por lo tanto entre nosotros.
Nos estamos preparando también a celebrar durante todo el próximo año el “Año de la fe”. El Papa Benedicto XVI, consciente de la importancia de la fe en la vida y la cultura quiere que hagamos conciencia de la transcendencia que tiene nuestra fe para la transformación de la vida de los hombres y la cultura de nuestro tiempo. Vivir y proclamar las bondades de la fe cristiana, de la fe en Jesús hermano de todos los hombres y referente del proyecto de Dios sobre los hombres. Rostro y manifestación de Dios. Sobre estas realidades tan profundas y sencillas quisiera detenerme en esta pequeña reflexión.
Nuestra fe se alimenta de la persona de Jesús, de su figura y de su mensaje, de su vida y de sus acciones; sin olvidar que la fe es una actitud de vida que nace y prospera cuando entra en comunión con el Señor Jesús, con los demás y se cultiva ese encuentro. Lo que conmueve particularmente al Señor es que las personas cansadas y postradas, desorientadas y desfiguradas, generalmente no disponen de ninguna posibilidad de salir de su situación. Han perdido el camino, no tienen guía, nadie se ocupa de ellas. Nadie les indica el camino. Está claro que no están solamente afligidas, sino también indecisas, totalmente desorientadas y por lo tanto con ausencia total de guías o pastores. Las personas postradas se encuentran en una espera donde nadie las orienta para mostrarles lo que hay que hacer para vivir. Ni se imaginan que podrían ser felices si hubiese alguien capaz de dar su vida por ellas, gastar su vida por sacarlas de esa situación. Desfiguradas, cansadas y postradas, se encuentran sin dirección ni sentido y buscan a tientas quien les ayude a recuperar su “rostro humano”. El Señor mira al mundo y a las personas desde la sensibilidad de todo lo que pueden llegar a ser. Pero esto implica fe y compromiso de todos. El futuro de las personas no depende de un destino misterioso, sino de entrega y trabajo concretos junto al Señor de la vida. Se necesitan obreros generosos con una fe total en este proyecto. Obreros generosos para trabajar en curar las llagas de la humanidad, para sostener y reconfortar a quienes han desistido de luchar y ayudarles a retomar su vida entre sus propias manos. Jesús es consciente de su responsabilidad ante la muchedumbre cansada y fatigada porque sabe que ese gesto vale la pena y porque estas personas buscan al Maestro capaz de devolverles la vida. El Señor Jesús con esta sensibilidad despierta en numerosos corazones una nostalgia y deseos que no se pueden explicar. Lo buscan y lo siguen. Esta es la verdadera transformación y tras-figuración (configuración del rostro) a la que nos empuja nuestra fe en Jesús y en los demás.
Hno. Aurelio Arreba
Director
