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Con los brazos abiertos

(En Familia Nº 50, diciembre 2011 )


Navidad: el desafío de la comunión ejercitada día a día

La vida humana se resuelve en la aceptación incondicional del otro y del Otro, en la interrelación con los otros y con el Otro. Aparezco, soy y me sostengo en la existencia porque otros me llaman y me quieren; somos fruto de la palabra que llama y del amor de los otros y del Otro. Alguien me cuida y me acompaña por eso mismo mi existencia y razón de ser es “ser palabra y amor” para los otros. Soy aquí en la tierra para cuidar y ocuparme de los otros. Tarea que nos llena de felicidad y sentido pero que no es fácil, pues, tendemos naturalmente a ocuparnos de nosotros solamente. La vida es aceptación incondicional de los otros y del Otro. La fe cristiana es ante todo aceptación incondicional del Otro, toda la revelación cristiana, todo el “proyecto de Jesús” tiene su fundamento en este “principio religioso”. La Navidad, el Misterio de la Encarnación es el inicio de esta experiencia donde Dios al entrar en la historia de la humanidad aparece y se muestra en familia y para crear familia-vinculación con los demás. Todo proceso humano de crecimiento tiene a su vez este condicionante como principio pedagógico. En el acierto o en el error de esta experiencia se nos va el “sentido o sin sentido” de la vida. Por lo tanto, si la vida y la fe son este tipo radical de acogida de Aquel que es el “totalmente Otro”, y, en razón de Él, también del prójimo, sin ningún tipo de condición ni, por consiguiente, de excepción, entonces la “ascesis y la disciplina” son consecuencias inevitables, componentes imprescindibles de esta “aceptación incondicional”. Más aún, diríamos que precisamente estas son la “ascesis y disciplinas” típicas del creyente: la aceptación incondicional del Otro y, por eso mismo, de todo otro distinto y diferente pero enriquecedor de mi verdad.
Efectivamente, no se necesita mucho para comprender que este tipo de aceptación no le resulta nada fácil a nadie, no nace espontánea en el corazón y en los sentidos humanos. Tanto el hombre como la mujer somos llevados a seleccionar y a preferir, a excluir, a competir y a marginar. Para el amor humano es cosa ardua ser universal, ser católico; aquel que ama, aún cuando es atraído hacia alguien, busca espontáneamente en éste lo que siente como más gratificante para sí mismo, más en sintonía con sus propias necesidades y gustos, más en la línea con su propia personalidad. Lo mismo sucede con Dios. Y si la fe es amor y nace del amor, es amor total, sin límites ni pretensiones, sin restricciones ni condiciones. Es el verdadero amor la única aceptación incondicional, como un abandonarse lleno de confianza y rico de aquellas sensaciones que caracterizan la experiencia mística: el “éxtasis” como valor del salir de sí mismo, la “libertad” no solamente de acoger al otro, sino de “dejarse hacer” por el otro, la “gratitud”, como mirada contemplativa y capacidad de apreciar la belleza y la bondad del otro.
Dicho de otro modo, de esta aceptación incondicional y enamorada brota necesariamente una ascesis y una disciplina como forma y norma de vida que actualiza y vuelve efectiva la apertura incondicional al don, al darnos. Esta incondicionalidad no nace de manera espontánea en el ser humano; tiene exigencias que deben ser asimiladas lentamente y traducidas, justamente, en norma de vida, en camino concreto en el tiempo y en el espacio. Y es esta ausencia de condiciones, por parte del sujeto, que da al “proyecto ascético-disciplinario cristiano” una característica inmediata de “objetividad”, de algo que no puede ser construido autónomamente, algo que percibe en profundidad la persona del Otro en cuanto tal, diferente del propio yo, no homologable y siempre más allá. Y por ello pide también al sujeto el aprendizaje “paciente y constante” de la relación. Más aún, la “ascesis y la disciplina” nacen en la relación, hacen referencia a ella, y no tendrían sentido alguno fuera de ella: son su fruto y su precio al mismo tiempo.
Nadie mejor que Jesús, María y José desde Belén, pasando por Nazaret hasta el Calvario y la Resurrección saben de este camino construido con entrega y coraje
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Hno. Aurelio Arreba
Director


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