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¡A clase!

(En Familia Nº 43, abril 2010 )


La humanidad de Jesús, perfume de Resurrección

“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído, y yo no me he rebelado ni echado atrás”.
(Isaías 50,4)

Ninguna filosofía de la vida, ninguna concepción del hombre, ninguna psicología y, por fuerza mayor, ninguna espiritualidad puede pretender ser madura sin enfrentar las preguntas reiteradas sobre el sufrimiento, la muerte y la transformación. Hay situaciones que carcomen el corazón y ningún esfuerzo nos inmuniza contra las realidades del sufrimiento, la muerte y la necesidad de transformación que estas situaciones nos reclaman. Por lo tanto, la espiritualidad cristiana no pide disculpas por el hecho de que, dentro de nosotros, el más central de todos los misterios es el misterio pascual; “el misterio del sufrimiento, la muerte y la transformación”. En la espiritualidad cristiana Cristo Jesús, desde que asume la realidad humana, es central. Y así como Cristo Jesús es central, en su centro está su muerte y resurrección a una vida nueva. Este misterio central por desgracia es también uno de los misterios peor comprendidos y más ignorados dentro de la espiritualidad. La clave de lo que Jesús, “con toda su y nuestra humanidad”, hizo por nosotros está en su pasión, muerte y resurrección.

En primer lugar llama la atención el comportamiento tan dispar que se observa en la gente que cuando entra Jesús en Jerusalén aclama entusiasmada e ilusionada y a los pocos días grita crucifícalo. Reflejo, esta actitud, no solamente de las masas de ayer y de hoy, sino del corazón de cada uno de nosotros, capaces de entregas y olvidos, de gestos comprometidos y de miedos y traiciones. Y en el centro de todo Jesús con toda “su y nuestra humanidad” viviendo su fidelidad al Padre y a los hombres. Él, Jesús, cada mañana está a la escucha de las situaciones humanas, aparece como un iniciado en el servicio y en el sufrimiento. Ahí están sus espaldas, es misericordioso y paciente, así se siente capacitado para acercarse a los que sufren y están abatidos y podrá compartir y decir una palabra de aliento. Confía plenamente en el éxito de su actitud de servicio y en su misión cerca de los hombres, no porque tenga fuerzas sobrehumanas, sino porque “mi Señor me ayudaba”. Jesús encarnado y humillado en tantos hombres y mujeres de toda la historia, encarnado y humillado en la Cruz entregando su espíritu al Padre, se propone como modelo vital para todo cristiano. Este debe tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús, sentimientos de donación, humildad, desprendimiento, generosidad y abandono.

Tener los mismos sentimientos de Jesús significa no considerar el poder, el exitismo, la riqueza, el prestigio como los valores supremos de nuestra vida porque en el fondo no responden a la sed más profunda. Tener los sentimientos de Cristo Jesús es abrir el corazón a los otros y al Otro, llevar con el Otro el peso de nuestra vida y abrirnos al Padre con sentido de obediencia y confianza. Tener los sentimientos de Cristo Jesús tiene que ser el ejercicio cotidiano de todo cristiano. Estos sentimientos son semilla de transformación y resurrección. Estos sentimientos de Jesús son los que nos dan un corazón y una humanidad como la suya que ya durante la vida derraman el perfume de la futura resurrección.

Que el Señor Jesús, encarnado, muerto y resucitado nos conceda un corazón como el suyo.

Felices Pascuas.

Hno. Aurelio Arreba
Director


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