Navidad es la fiesta de la dignidad humana. La sencillez y delicadeza del pesebre nos invitan a contemplar a “la persona humana como el rostro de Dios”. La persona humana sólo aparece cuando hay otros rostros que le permiten reconocerse y siempre serán rostros diferentes. Contemplemos el misterio de los rostros y de la vida a través del Pesebre. La humanidad, convertida en madre, recibe en sus brazos, de noche, a un niño que es todo Luz, Gracia y Presencia de Dios que brilla en medio de las tinieblas. Navidad es el proceso de acercamiento, el misterio del acercamiento, de la proximidad y vinculación de Dios con todo lo humano y con todos los hombres. Queda roto para siempre el impulso egoísta e individualista para crear la comunidad, la reciprocidad y la familia. La Navidad es el misterio y la realidad de los vínculos recuperados. Sin vínculos que nos unan no hay vida. El individualismo y el “ego” niegan la vida, la comunidad y la familia. Tengo la impresión de que este individualismo, que nace del interior de cada uno de nosotros acabará, si no luchamos permanentemente contra él, dominando todos los ambientes encerrándonos en una vida estrecha y deshaciendo todo posible proyecto que tienda al bien común.
“El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz. Habitá-bamos en las tinieblas pero brilló una gran luz porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”. (Isaías 9,2)
Hoy la dignidad de la persona humana, su carácter relacional y comunitario está en riesgo debido al individualismo y al consumismo que impregnan las relaciones humanas. La sociedad opulenta y satisfecha del bienestar y del placer impone sus criterios y sus relaciones totalmente interesadas. Solamente la vinculación con los demás por un proyecto común genera esperanza y confianza. La búsqueda de relaciones auténticas y duraderas son las que permiten que el Misterio de la Navidad se sostenga y se encarne realmente. Pero como Dios es amor gratuito, comunidad de intereses, no tiene espacio en nuestro mundo. Lo gratuito, la entrega para crear la comunidad no es rentable, no produce. Ésta es la mentira y la tiniebla que Jesús, en Belén con María y José, vino a desenmascarar.
La persona que surge de esta cultura placentera, individualista y permisiva se parece mucho a los productos ligth: sin fibra, sin proyecto, sin substancia, sin sostén comunitario, vacía interiormente, entregada al bienestar, al alejamiento de cualquier esfuerzo, de cualquier frustración. Carece de referentes, de rostros que la ayuden a entenderse y reconocerse. Esta cultura del bienestar ya vemos lo que produce: más de mil millones de personas con hambre. Nos urge, sobre todo a los cristianos, volver al corazón de la Navidad para recuperar los vínculos, trabajar para estrechar lazos, proponer y favorecer la creación de relaciones sanas, solidarias, compasivas, hospitalarias y duraderas.
“En Belén y en Nazaret se trabajaba, se oraba y se amaban”. En el pesebre de Belén se construye la comunidad-casa con muy poca cosa, se construye el proyecto común, la familia, en base a fuertes vínculos. Postura que no se instala ni en el “poder, ni en el tener, ni en el poseer y controlar”. Ésta es una familia que está siempre partiendo, caminando, construyendo un hogar cada vez más grande, donde entren todos. Que Jesús, María y José nos sostengan en el espíritu de la Navidad.
Hno. Aurelio Arreba
Director
