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Un nuevo comienzo

(En Familia Nº 39, abril 2009 )


Que no se nos atrofien los caminos del deseo y de la esperanza

“Les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y desaparece quedará infecundo, pero si muere, da mucho fruto”.
(Jn. 1,14)

Ser vigilante es a la vez ser un hombre de “adentro” y de “afuera”. Pertenece a la casa y aunque no es el dueño, conoce bien las riquezas que se encierran dentro y la responsabilidad de guardarlas y defenderlas. Está llamado a reconocer con su vista y oído todo el acontecer para actuar sobre él.

Hoy tenemos que ser hombres y mujeres de “puerta”, situados entre el “adentro” y el “afuera” y a quienes se nos ha encomendado la tarea de ser expertos en atención para actuar con responsabilidad.

La atención al mundo interior y a la capacidad de asombrarnos son rasgos poco frecuentes en nuestra cultura, mucho más propensa a la distracción y a la intranscendencia. La distracción, huída e intranscendencia van configurando vidas marcadas por la prisa, el ruido, el estrés y creando personalidades somnolientas; personas sordas, ciegas y mudas, ensimismadas e inertes privadas de orientación significativa, embotadas para la interioridad y la compasión.

Ninguno de nosotros está libre de esta presión ambiental y mucho menos los niños y jóvenes que están más expuestos.

La disciplina de la vigilancia y de la atención se ha vuelto un arte difícil, asediados como estamos por mil llamadas a la dispersión, distraídos por tantos ruidos que nos vienen de fuera o que nos resuenan dentro. Son inmensas las oportunidades para consumir, comprar, ver, leer, hablar, etc. que nos devoran ese espacio de soledad-intimidad -silencio para encontrarnos con nuestra propia realidad y poder discernir.

Sólo lo amasado y rumiado en soledad e intimidad puede ser compartido y trasmitido con autoridad, y acariciar su permanencia. Acariciar la permanencia es el deseo de todo ser humano. Permanecer, durar, vivir para siempre esto es el camino de la Resurrección y la Pascua. Pero no hay transformación sin renuncia a algo. El dolor que me sucede por querer transformar algo que destruye al hombre está en el camino de LA PASCUA y de la Felicidad completa. El dolor que me acontece por amar algo que humaniza y transforma; es un dolor transformador, constructor de sentido y garante de eternidad.

Si perdemos el hábito de la búsqueda de lo mejor y se nos atrofian los caminos del deseo, las ganas de superación, la esperanza, leeremos libros pero no nos sorprenderá nada, creceremos en ilustración pero no en sabiduría, nos consultarán como a peritos, pero no habrá en nuestras respuestas esa vibración y pasión que hace intuir bajo ellas, al que nos escucha, un corazón deslumbrado.

Hno. Aurelio Arreba
Director


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