“Yo soy el Pan de Vida”
(En Familia Nº 32, junio 2007
)
El servicio del discernimiento
“Cuando venga el Espíritu de la Verdad les introducirá
en la verdad plena. Cuando Él venga, rebatirá las mentiras del
mundo. Haznos santos según la verdad: tu Palabra es la verdad”.
(Juan 16, 8 y 13; Juan 17,17)
Todos, si somos honestos con nosotros mismos y aún no nos hemos dejado
seducir por el
“más o menos, el qué más da
o el ya se arreglará”, sabemos por experiencia cuándo
andamos en la verdad, con la frente alta, serenos y tranquilos o cuándo
andamos enredados y confundidos. Es muy distinto un momento de confusión
y desconcierto que el haber caído en la actitud de tener que justificarnos
permanentemente. Peor, quizás, la situación de experimentar que
es lo mismo andar en la búsqueda de la verdad y defenderla que vivir
en la mentira. Ayudar a alguien no es facilitarle las cosas o arreglárselas.
La mentira tiene patas cortas, dice el refrán, porque no tiene capacidad
de sustentarse por sí misma, porque la mentira no es; en algún
momento se cae, es construir sobre arena. Todo lo que se oculta será
esclarecido y puesto la luz del sol. Todos aspiramos a la claridad y clarificación
porque oxigenan y dan mayor conciencia y, por lo tanto, mayor libertad. Por
algo detestamos los momentos sombríos de la historia.
Si algo me preocupa en este momento es el
“relativismo”
y el
“facilitamiento” cultural para que nuestros
hijos crezcan en la mentira. Son demasiados los mensajes fáciles y camuflados
o directamente mensajes que son propuestas deshumanizantes pero tan bien presentados
que parecen hasta honestos. Hoy, como nunca, necesitamos
“el servicio
del discernimiento”, la necesidad de
“confrontar”,
“pasar por el cernidor” para que vuele lo que es
liviano y quedarnos con lo consistente que siempre apunta y tiene como indicadores
hacernos más libres y auténticos. Cuidar qué es lo que
cae en el corazón e intimidad de nuestros hijos es tarea prioritaria.
Ayudarles a sopesar qué es lo que vale la pena y lo que es necesidad
creada, ficticia es fundamental para no estar construyendo sobre la mentira.
Educar la conciencia, el hondón del alma, la dimensión más
sagrada donde cada uno es realmente él o ella misma es una tarea y un
desafío que exige mucho coraje y valentía. No podemos dejarnos
arrebatar las conciencias y las intimidades de nuestros hijos porque ellos y
ellas sueñan también con espacios inviolables y sagrados donde
nadie pueda entrar y arrebatar lo mejor y más noble. El Hno. Gabriel
nos recomendaba encarecidamente:
“El deber principal de los Hermanos
dedicados a la enseñanza es el de dar a los niños una buena educación.
Educar principalmente el corazón, su voluntad, su carácter, su
conciencia y su juicio... Desarrollarán su capacidad de juicio mediante
la observación de los hechos. Por lo que se refiere a la imaginación,
fuente de las más placenteras alegrías como de los más
funestos extravíos, los Hermanos comprenderán la importancia que
tiene el regular y dirigir bien esta facultad de la que con frecuencia depende
la felicidad de la vida” (N.G. Nos 643 y 645)
Esta preocupación de nuestro Fundador quiero retormarla hoy y proponerla
como uno de los servicios mejores a la educación. La vigilancia y el
discernimiento es estar atentos, prestar atención, estar alerta y, sobre
todo, la capacidad de discernir, separar y clarificar en estos tiempos de confusión.
La vigilancia, me parece, atrae a toda una constelación de virtudes.
Requiere, en efecto, el discernimiento, la lectura a través de las señales,
el salir fuera para captar el pálpito de la vida en el seno de la maraña
de mensajes contrapuestos y contradictorios. Hoy, dada la complejidad de la
situación, el entrecruzamiento de mensajes y la aceleración de
los cambios, es menester cultivar la libertad lúcida de la conciencia
y la práctica de la valoración de las cosas con sabiduría
y sentido de proporción, en relación a los valores y a los fines.
Celebrar Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, es crear espacios
de búsqueda de la verdad, de clarificación, de procesos de verificación,
de encuentros de confrontación, de coraje para gritar, a veces, en el
desierto, frente a hábitos y prácticas deshonestas. Dios sigue
ofreciendo su
aliento como en el inicio de la creación,
que es el que inicia el despliegue de la humanidad que, como siempre, busca
balbuciente las fuentes de la verdad. El Espíritu nos empuja a hacernos
más humanos y más hermanos; más libres y honestos.
Hno. Aurelio Arreba
Director