Simplemente gracias

(En Familia Nº 23, abril 2005 )

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Juan Pablo, el Papa Peregrino, el Papa amigo de los jóvenes, el Papa de todos: fue regalo de Dios en las postrimerías del S. XX y los albores del S. XXI. Su ministerio se transformó en una ráfaga de espíritu nuevo para la Iglesia y el mundo contemporáneo. Asumió su servicio a la Iglesia como Obispo de Roma, consciente de las graves dificultades del momento: “En obediencia de fe a Cristo, mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la iglesia, no obstante las graves dificultades, acepto” Desde su 1ª Encíclica anunció el propósito – que marcaría su pontificado- de hacer suya la causa del hombre, de todo hombre, siguiendo la visión del Concilio Vaticano II: “En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre”. Así lo ratificó después de hacer conocer su respuesta a todos sin excepción para poner de manifiesto “que a esa verdad primordial y fundamental de la Encarnación” estaría vinculado el ministerio que se convertía en su deber específico.
Anunció el mensaje evangélico y levantó su voz en defensa de la vida, de los derechos del hombre, de los pueblos y de las minorías. Recorrió incansablemente el mundo siendo aclamado por emocionadas multitudes de todas las edades que descubrían en él un signo de paz y esperanza. Supo también sobrellevar la indiferencia, el rechazo y aún la agresión física violenta contra su persona como el atentado sufrido en plena Plaza S. Pedro, sellado con el perdón de su agresor a quién visitó en su celda para ofrecerle su perdón.
Deportista, dramaturgo, escritor, amante de la vida al aire libre, se dice que su nombramiento como Obispo acaeció en circunstancias que cumplía una excursión en la montaña. Impulsó el diálogo interreligioso reuniéndose con líderes de otras religiones para orar juntos, especialmente por la paz, o pidiendo públicamente perdón a otras confesiones por los excesos del cristianismo en el pasado. Congregó y habló ante multitudes enfervorizadas de jóvenes instándolos a no dejarse arrastrar por la sociedad de consumo y dar fiel respuesta a Cristo. Su liderazgo religioso y mundial se asentaba en una profunda fe en Jesús Redentor del hombre y se enraizaba en una filial devoción a María, bajo cuya protección puso su pontificado y a quién honró públicamente cientos de veces, especialmente cuando salvado del atentado que casi le costó la vida, fue a rendir emotiva acción de gracias a la Virgen de Fátima. Defensor del valor de la vida humana, dio testimonio de ello hasta el final de sus días asumiendo públicamente y con valentía las naturales limitaciones físicas sin ocultarlas y sin renunciar a su misión de pastor universal. Hasta en eso, testigo de que, como él mismo enseñó en su primera Encíclica, “el hombre, en su condición concreta, es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión”..