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Mensaje Pascual del Hno. Animador General

Mensaje Pascual del Hno. Animador General
“Mientras iban a dar noticia a los discípulos, Jesús les salió al encuentro, diciendo:
No temáis; id, a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán”.
Cf Mat 28, 8 -10

Estimados Hermanos, miembros de las Fraternidades Nazarenas, Aspirantes a Hermanos, Comunidades Educativas, Comunidades cristianas, Catequistas y amigos de la Familia Sa-Fa:

El tiempo de Pascua nos trae la noticia de la Resurrección de Cristo que se hace luz y esperanza para quienes caminamos en medio de incertidumbres y oscuridades. Jesús nos dice como a las mujeres que fueron al sepulcro: “No temáis”. ¡Que la alegría y la paz, dones pascuales de Jesús Resucitado, estén con todos nosotros!

La resurrección de Jesús confirma la veracidad de su mensaje

Vivimos en una situación mundial complicada por causa de la guerra, el terrorismo, las crisis económicas y la lucha por el control geopolítico e ideológico mundial. El mundo en su globalidad ha entrado en una dinámica de intereses enfrentados que generan violencia. A la vez que muchas personas padecen hambre de pan, y muchos otros de paz, justicia, libertad o amor. ¿Cómo saciar esta hambre?, ¿dónde descubrir el bien de la paz?, ¿dónde encontrar la esperanza?, ¿dónde buscar la fuerza?

Todos buscamos el sentido de la vida, el conocimiento de la verdad y cómo solucionar los problemas que vivimos. Para ello, unas veces nos centramos en las propias reflexiones y otras buscamos soluciones en la cultura, la ciencia o la política. En esta búsqueda no excluyamos a Jesús. Pongámosle en los primeros puestos. Su Palabra, la acción de su Espíritu y el pan de la Eucaristía nos llevarán a entrar en el dinamismo de la resurrección que da vida plena, capaz de ofrecer un sentido total a lo que somos y hacemos.

Jesús se propone como el camino, la verdad, la vida y la luz. La resurrección es la confirmación de la validez de su mensaje, de su propuesta, de su vida. Sin la luz de la Pascua seguiremos viendo el mal, la frustración y la desesperanza como la realidad a la que estamos predestinados, cuando, bien al contrario, somos llamados a ser hijos de la luz.

La vida es un encuentro

Las mujeres que buscaban el cuerpo muerto de Jesús para seguir su duelo y honrar al difunto se encontraron con Jesús que les habló y les indicó el camino para reunirse con los hermanos y con él mismo. El encuentro con Jesús nos lleva al encuentro con los hermanos: “Jesús les salió al encuentro, diciendo: id, a decir a mis hermanos”.

La vida es un continuo encuentro con la naturaleza, con las personas, con las situaciones que vivimos e incluso con el misterio. Nuestra vida se teje con los hilos de los pequeños encuentros que nos van dando la forma definitiva de ser y de vivir. Muchas veces recordamos los encuentros vividos con personas o grupos porque nos dejaron una huella, una buena sensación, un consejo o un gesto que nos hicieron crecer. El encuentro, si es verdadero y une los corazones, enriquece el espíritu.

Los encuentros cotidianos pueden iluminarse por el encuentro con Jesús resucitado que nos aporta el sentido y el valor más allá de las circunstancias humanas. Este encuentro nos hace descubrir la profundidad de una relación, de una amistad, de un trabajo o de una celebración llevándolos a la categoría del amor donde todo adquiere sentido. La fe en Jesús resucitado, entregado por amor a los hombres y resucitado por el amor del Padre, nos lleva a abrirnos al Dios de la vida y del amor.

Experimentar la presencia de Cristo resucitado en la propia vida y encontrarlo “vivo”, es la mayor alegría espiritual que podemos tener, una explosión de luz que no nos deja paralizados. Más bien, nos pone en movimiento y nos impulsa a llevar esta noticia a otros y a dar testimonio de la presencia viva de Jesús. Es lo que animó “la prisa”, “el ir”, “el testimoniar”, “la alegría” de los primeros discípulos en los días siguientes a la resurrección: «Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos» (Mt 28,8).

Somos seres habitados por Él y nos dice en muchas ocasiones: “No tengáis miedo, Yo estoy con vosotros”. Vivamos con alegría el encuentro con Jesús y pongamos en juego los valores que generan encuentros constructivos con los hermanos: valorar al otro, la escucha, la apertura de corazón, la acogida, el respeto, la amabilidad, la paz .... El Espíritu de Cristo nos mostrará nuevos caminos, abrirá nuevas puertas, transformará lo malo en bueno y lo imposible será posible.

El rostro de la paz es la fraternidad

Somos los hombres quienes decidimos hacer la guerra o vivir en paz. Jesús resucitado en sus apariciones post pascuales saludaba con el Shalom aleichem judío: “La paz esté con vosotros”. La paz no es solo ausencia de guerras o conflictos, sino que conlleva la fraternidad entre los hombres. La fraternidad es el rostro más auténtico de la paz.

“Id a decir a mis hermanos”. La resurrección pone de relieve el término hermano con el que se identifican los discípulos de Jesús. Una fraternidad con relaciones nuevas y transformadas. La fraternidad manifiesta el deseo de hacer de todos los hombres una sola familia y es fuente de unidad y reconciliación. Los cristianos podemos demostrar que el amor a Dios y a los hermanos, pueden transformar las relaciones humanas y que la comunión es posible más allá de los vínculos de la sangre, la cultura, el idioma o la educación recibida. La fraternidad debe testimoniar la belleza de los nuevos vínculos que se pueden crear entre los hombres.

Nuestro mundo necesita experimentar la fraternidad construida con gestos de solidaridad, de acogida o de ternura con aquellos que sufren por causas de las guerras, que viven fuera de sus países o de sus regiones porque son desplazados por cualquier violencia o que no tienen suficiente para vivir. Ellos son nuestros hermanos y nos tiene que doler su sufrimiento y su necesidad.

La promesa de Isaías: “Háganme caso y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares” (Is 55,2) puede ser una imagen de esas nuevas relaciones fraternas. No se refiere aquí al paradigma tecno-económico que vivimos y que nos sumerge en una vorágine consumista que nos lleva a aislarnos y reducir las relaciones al grupo de bienestar (Papa Francisco, Laudato si’, 203- 204), Se refiere a la utopía del Reino en la que todos los hombres y mujeres nos sintamos parte de la misma familia humana. Hacen falta obreros de fraternidad y todos podemos ser agentes y constructores del amor fraterno en los ambientes donde vivimos.

Igualmente, estamos llamados a vivir y fomentar la fraternidad en el proceso de revitalización que queremos impulsar en la Familia Sa-Fa. En este camino se nos pide practicar la sinodalidad que haga partícipes de la vida que queremos generar al mayor número posible de personas. Y se nos invita también a crecer en sentido de pertenencia para cuidar la Familia Sa-Fa como familia que quiere vivir y ofrecer el espíritu de familia.

Que la Pascua de este año renueve nuestras motivaciones para llevar a los hombres la vida, el amor, la luz, la paz y la fraternidad que Cristo con su resurrección proclama y nos ofrece.

¡Feliz Pascua de Resurrección 2023!

Fr. Francisco Javier Hernando de Frutos
Animador General


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