Anuario 2016
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Sigue siendo nuestra casa
El colegio en el que vivimos, el colegio en el que hemos pasado cierta cantidad de años, el colegio en el que día a día vamos viviendo nuestra vida, está formado por pasillos y aulas, por patios y por fachadas, por algunos escudos y algunas esquinas entrañables, por algunos detalles que la historia ha ido labrando, y a los cuales, los años que se quedaron y los que se fueron, han abonado después, dejando en ellos un empaque de sarmientos de piedra y arquitectura sobria y clásica.
Nuestro colegio un buen día, tal vez cuando más distraídos estemos o cuando ya no estemos, nos sorprenderá pues seguirá hermoso, ideal, como siempre nos lo hemos imaginado.
Tal vez sean las distancias en el tiempo las que nos hagan recordar con nostalgia los años pasados y la vida entregada a una vocación que se hace misión personal y comunitaria en pro de un ideal forjado en el día a día desde hace 128 años.
Cada conmemoración de un hecho histórico, cercano o pretérito, nos hace poner ante nuestros ojos y nuestra alma, rostros y corazones que le dieron sentido y lograron que quedara para la posteridad como la encarnación de un ideal válido y posible.
Un colegio es algo más que el espacio físico donde viven y conviven muchas personas. Tampoco es un conjunto más o menos ordenado de aulas o lugares de trabajo o juegos. Un colegio es un peculiar tejido donde sueños, ilusiones, esfuerzos y vivencias se entremezclan creando un ámbito -diferente para cada habitante porque diferentes son los recuerdos y las emociones que componen la trama de aquel tejido- y produciendo una atmósfera que es el resultado tanto de las condiciones y fenómenos meteorológicos como de las respiraciones de cada uno de los habitantes de ese colegio, que forman colectivamente un hálito donde las creencias, las formas de ser, de estar y de manifestarse se asientan cómodamente para viajar después a través del tiempo y de la historia.
Nuestro colegio ha sido residencia y lugar de paso, aldea y corte, incómodo lugar y centro elegante, mercado y templo, bastión y villa abierta, sede central y asiento periférico, inspiración y desesperación, personas y personajes, crisol y fuego fatuo, estampida y quietud, noche de sábado y mañana de domingo…
Todo eso y todo lo demás que queramos añadir ha sido y sigue siendo este colegio que se retuerce sobre sí mismo como una interrogación y que, como los hidalgos de antaño, conoce sus glorias y antecedentes nobles, pero no suele recurrir a ellos para añorar pasados tiempos sino para saber que la obra ha sido y sigue siendo fecunda, que deja y dejó huella, permanente y añorada.
Nuestro colegio habla entre comillas y piensa en silencio, dejando la voz para quienes recorren las galerías y pasillos como las antiguas esguevas, ora mansas y deleitosas, ora impetuosas e imparables.
Nuestro paseo comenzó en el corazón del colegio y ha terminado o terminará en una de sus arterias, esa que se hace universal porque baña otra realidad antes de convertirse en historia, o sea, en final abierto, en concierto inacabado, en obra de arte inconclusa porque está vivo…
Estas palabras están dedicadas a quienes quieren al colegio Sa-Fa de la Aguada y aportan, día a día, sus voces y sus instrumentos a ese concierto, en el que somos actores y espectadores y donde decenas de miles de personas han sentido y descubierto que sigue siendo su casa.
Hno. José María de la Fuente Fernández
Director General