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Simplemente Teresita Galli

¿Cómo se escribe sobre una persona buena que ha fallecido?

Durante muchos años tuvimos la dicha de conocer, trabajar, vivir y aprender con Teresita Galli.

Esta mujer que nos hizo ver y sentir el convencimiento de la fe católica en cada expresión y actitud de su vivir diario en palabras, gestos, acciones y sencillez que no necesitaban explicaciones para convencer pues trasuntaban la confianza y bondad de Dios encarnadas en los acontecimientos comunes de la vida humana.

Fue maestra de catequistas, fue nuestra compañera de tareas en la trasmisión del mensaje evangélico, fue la mujer convencida de que Dios es padre misericordioso, amiga de sus amigos, leal, toda para todos, cercana a todos.

Tuvimos el privilegio de tenerla muchos años en nuestro colegio. Fuimos testigos de su cariño, su compromiso de creyente, su capacidad para acercar y abrir el misterio de Dios a los niños y a los adultos. ¡Cuántos nombres podríamos escribir de las personas que somos catequistas gracias a ella!

Recuerdo cuando hacía, con los chicos de Primaria, aquellas sonajas con las tapas metálicas de los refrescos y que clavadas a una tabla semejaban panderetas. Y un rato antes de comenzar el turno de la clase nos reuníamos en la capilla del colegio y cantábamos, más o menos entonados, acompañados por las sonajas en alabanza al Señor. ¡Capilla repleta de entusiastas niños y niñas! Con aquel rítmico sonido Dios se debía reír y hasta lagrimear contemplando a Teresita que animaba con entusiasmo y sin desfallecer aquel tropel de pequeños amigos de Jesús.

Años y más años preparando y acompañando la catequesis de las Primeras comuniones. En esta trayectoria cuántas remodelaciones de programas, horarios, fechas, edades, lugares y propuestas. Los Manuales para las distintas etapas, los tímidos medios audiovisuales para hacer más cercana y atractiva la propuesta catequética, los fallos técnicos que ponían a prueba su paciencia, el hecho recurrente de que algunas personas no aceptaran que no saliera todo como se había preparado… “Dios nos quiere como somos”, decía, y uno se quedaba pensando qué tenía aquella mujer que no eras capaz de contradecirla y, pensabas en las mujeres del evangelio, y te quedabas admirado de su bondad, sencillez, convencimiento, humildad…

Recuerdo las veces que iba a la Parroquia de los Conventuales y allí, en el mismo banco de siempre, estaba Teresita. Al acercarme, mi saludo era:”Las santas tienen que estar en los altares, no en los bancos. Los bancos son para los pecadores de tomo y lomo que necesitamos convertirnos”. Su gesto era la sorpresa, la sonrisa, y hasta una cierta desazón. “Yo, la más pecadora. Dios es misericordioso.” Hasta que físicamente pudo, ayudaba y participaba de la vida parroquial siempre en actitud de servicio.

La última vez que la vi fue en el colegio. Estando en la Dirección se apareció, como un ángel de ternura, en la puerta. Sabes, Teresita, que me quedé mirándote y te dije:” Cuando las santas vienen a nuestro encuentro es que Dios nos quiere decir algo”. Tu indignación evangélica me hizo sonreír. Volviste a decir, por enésima vez, que no dijera barbaridades, que sólo Dios sabe cómo somos, que confiabas en la misericordia de Dios… y la retahíla de sentimientos que me hacían pensar y sentir que los santos de verdad los tenemos a nuestro lado, en nuestra vida de a pie.

Tuvo la gran deferencia y cariño, dos veces que vino a España para participar en trabajos de catequesis, de estar con mi familia, y en mi casa están los pequeños presentes y recuerdos de Uruguay que regaló a mi madre y a mi tía. Durante años se comunicaron por carta en las ocasiones importantes de la vida y en las fiestas cristianas de Navidad y Pascua. Cada vez que veo aquellos recuerdos saltan en mi corazón tantos momentos, tanta vida, tanta dedicación y compromiso con la vocación de catequista.

Ahora, me vienen a la memoria y al corazón los rostros y los nombres de las personas que formamos aquellos grupos de catequistas en el colegio. Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor…

Esto que escribo es memoria agradecida. Estás, Teresita, en los brazos de Dios. Ya son varios de aquel grupo que están gozando: “Venid, benditos de mi Padre, porque fuisteis buenos y me tratasteis bien en cada uno de los pequeños”.

Yo no tocaba la sonaja… y aunque aquello era un guirigay, qué dichoso me sentía viendo el entusiasmo y la emoción de Teresita y los pequeños.

Dios te lo ha premiado. Ruega por nosotros.

Hno. José María de la Fuente

Desde nuestro recuerdo

Reseña de Teresita Galli

En la década del 60 los fundamentos de una renovación catequética empezaron a llegar a nuestro país. Nadie dudaba de la necesidad de prepararse para asumir el desafío y conducir los cambios necesarios de la Educación en la Fe.

Fue así que comenzó un tiempo fermental de formación, la iniciativa en cuanto a Institutos la tuvo San José, creando el primer Oficio Diocesano, siguiendo sus pasos nace en Montevideo el Oficio Catequístico Arquidiocesano. Corría el año 1966 cuando comenzamos a implementar estos nuevos caminos, metodologías y contenidos, nuevas propuestas en el marco del Concilio Vaticano II lo que impulsaba nuestros desafíos.

En ese grupo primario, liderado por el entonces Pbro. Orlando Romero hoy Obispo Emérito, se destacaba la figura de Teresita Galli, mujer de Fe y pedagoga de la vida. En ella percibíamos la fuerza del Espíritu que la llevaba a hacer un anuncio profético que impactaba en cada persona.

Con una sólida formación desarrollada en el Instituto de Mons. Caballero como laica consagrada y una mayor claridad de su esencia de su ser Catequista, supo transmitir no solo la alegría del camino elegido, sino la exigencia que suponía su entrega.

Vitalmente manifestaba la necesidad de vivir el encuentro con el Altísimo desde la oración, el silencio para escuchar la voz de Dios siendo contemplativa con la palabra que para ella siempre era buena noticia.

En 1971 el Hno. Antonio Darelli, compañero entre el grupo de formadores, invitó a quiénes estábamos al frente del Oficio Catequístico a trabajar en el Colegio Sagrada Familia, una experiencia más para el trabajo en equipo y una posibilidad más para que Teresita amplíe su siembra con entusiasmo y mucha alegría. Así continuo su trabajo en el Oficio, en Sagrada Familia y en su querida Parroquia de los Conventuales.

Tenía sus particularidades que la hacían cercana y querible aún jamás, no se olvidaba de los cumpleaños, no solo de sus compañeros que ya éramos una gran familia, sino que recordaba, rezaba y llamaba a los hijos de cada uno. También solía llegar con un postre especial para la persona homenajeada porque sabía que era su preferido.

Su vida era el servicio hacia su familia, hacia el más débil y al que ocasionalmente se cruzaba con ella. Siempre rodeada de sus hermanos y sobrinos, teniendo la casa abierta para ellos. Con los pobres más vulnerables de parroquia, personas en situación de calle, ella los atendía, rezaba con ellos, les preparaba las cosas con cariño, les daba el “mejor vestido” para cada día.

Su actitud de vida era siempre esperanzadora, segura de la fidelidad de Dios, que nos acompaña nos abraza, nos sostiene y nos ayuda a caminar.

Capaz que Teresita no se daba cuenta o sí y su enorme humildad no le permitía reconocer lo que ella lograba a su alrededor.

Hoy Teresita no está entre nosotros, pero sus recuerdos perduran en nuestros corazones.

Agradecemos al Señor haber compartido tantos años con ella, recordándola hacemos presente su pasión por el amor de Dios que trasmitía no solo con su palabra, sino con su sonrisa, su mirada, cada gesto; ella se convertía en instrumento vivo de la misericordia del Padre.

Les hacemos llegar algunas anécdotas de Teresita

Cuando una de nuestras hijas era chiquita alrededor de ocho años, Teresita le dijo que se quería morir para ver a Jesús. Esto era impensable para una niña… En estos días mi hija me dijo que Teresita debería estar feliz porque hace más de 40 años que estaba esperando este momento.

Cuando estábamos elaborando los materiales de Catequesis y pensábamos en un hecho de vida que motivara, ella decía: “Yo lo tengo…” y siempre tenía una situación concreta que la relataba con mucha vehemencia de lo que había significado para ella esa experiencia. Podía ser una historia de alguien que se encontraba esperando turno en una fila de pagos o tantas historias de sus catecúmenos de la parroquia.

María del Carmen Lamaison, que estuvo desde el primer día,
y Claudia Riveiro, que se integró después y también lo disfrutó.


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• Colegio Sagrada Familia, Montevideo. • Jueves 18 de abril de 2024