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Celebración de la Santa Misa por el eterno descanso del Hno. Victorino

Hno. Victorino

Amigos: Los antiguos creían que la memoria estaba en el corazón. Parece ser que sí. Re-cordar... Volver a traer al corazón; volver a revivir en el corazón. Cuando pronunciamos esta palabra, los latidos del corazón se acompasan al ritmo de las historias con-vividas, de las circunstancias com-partidas, de las experiencias con-sentidas, y la vida debe llevarnos a con-cordar, y esta con-cordia o con-cordancia es la esencia de ser familia, comunidad, fraternidad.

Se nos ha ido un amigo, pero se ha quedado dentro, amasado en lo que hemos vivido, en lo que somos, en lo que de buenos tenemos. Su ausencia aparente, se torna una nueva presencia sin los límites del tiempo y del espacio. Porque lo hemos querido, no ha muerto; porque nos quiso, pertenecemos a su mundo inmortal.

A la mayoría de los presentes, nos parecía cosa natural que el Hermano Victorino viviera hasta los cien años, y, quizás, más; es decir, que estábamos persuadidos de que estaría siempre por los pasillos del colegio, llamando por teléfono en los cumpleaños, haciendo su aparición en los actos colegiales, siendo la voz amiga y atenta en los momentos de alegría y de dolor. Vaya, que sería la presencia natural y continuada en la historia del colegio. A nadie se le ocurría pensar que pudiera faltar algún día.

Hoy estamos celebrando sus 80 años de Hermano. Decir esto, puede parecer un mero enunciado, pero hay que valorar el día a día de toda una vida consagrada a Dios. Cuando a los 16 años dijo públicamente que quería ser Hermano de la Sagrada Familia e hizo la Profesión religiosa por los votos de castidad, pobreza y obediencia, esforzándose por vivir su vocación cristiana en la espiritualidad nazarena, fue un reto y una declaración de principios. Para ello contaba con su generosidad en la entrega, pero, más que nada, con su confianza en Dios. Y la mantuvo a lo largo de 80 años.

Como todos los tiempos que nos tocan vivir, ninguno anterior ha sido fácil. Todas las épocas han tenido su grado de exigencia y dificultad. Hacerse Hermano a los 16 años, allí por 1932, tenía su grado de heroicidad, más aún si había que saltar el océano e ir diciendo adiós a la sangre y a las raíces por no se sabía cuánto tiempo, pero seguro, que por muchos años. Y aquí debemos poner una palabra, hoy devaluada, que resume toda una vida: Fidelidad. Y ahí reside todo el misterio de ser Hermano. Ser fiel a los compromisos asumidos, con altas y bajas, pero con la mirada en el horizonte y la confianza en Dios.

Cuando una persona tiene muchos amigos, sin duda, es porque ha cultivado la amistad. Y la amistad es cercanía, educación, buenas maneras, atención y generosidad. Se cosecha lo que se ha sembrado. ¡Y vaya si en este campo de la amistad el Hermano Victorino tuvo una cosecha abundante! Su paso por la vida fue un reguero generoso de amistades.

Usando una pobre metáfora, podemos decir que el Hermano Victorino encarnó de tal forma la identidad del colegio, que era como su ADN. En su persona y en su manera de actuar se podían condensar los principios educativos y la esencia y el fundamento de la existencia de este colegio de la Sagrada Familia.

Hermano Victorino: Aquí estamos, en esta tarde de septiembre, para decirte Feliz aniversario. Celebramos contigo tus 80 años de Hermano, porque nuestro Dios es un Dios de vivos, no de muertos... y tú estás vivo entre nosotros. Y te decimos, gracias por haberte conocido, gracias por ser un Hermano que nos hizo ver que valía la pena vivir como Hermano y morir como Hermano. Gracias, porque al conocerte, tuvimos la oportunidad de ser mejores personas.

Y hoy, nos hablas: Me he ido antes que vosotros, pero no me busquéis entre los muertos donde nunca estuve. Encontradme en todas aquellas cosas que no habrían existido si vosotros y yo no nos hubiésemos conocido. A pesar de mi muerte, seguiremos en contacto; me llevaréis dentro como una constante presencia, acudiré cuando me llaméis. Seré vuestro ángel protector. No os aflijáis. Que las manos protectoras de Dios sean vuestro cobijo contra las inclemencias de vuestro diario caminar.

El Hno. Victorino nos deja en el aire, mudo como un pañuelo de despedida, su último deseo: Amigos míos, seguid viviendo; manteneos unidos como si perviviese a vuestro lado.

Y se va por el camino de las estrellas hasta la morada del Señor. Ha sido un regalo de Dios para todos nosotros.

Hno. José María de la Fuente

Toma mi barro otra vez, alfarero.
Recógeme con tus manos que vengo roto
y no puedo tocar con las mías tu cuerpo.
Álzame de nuevo a tu torno, alfarero,
que traigo mi gesto sin vida
y tengo necesidad de tu gesto.
Recréame con tus dedos,
aliéntame con tu aliento;
pon en mi carne tu fuego.
Mete tu mano en mi entraña,
forma mi cuenco.
Un cuenco frágil, pequeño,
donde solamente quepa un corazón bueno.

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