principal > documentos y reflexiones >
del narcisismo a la espiritualidad
reflexiones

Del narcisismo a la espiritualidad
(El proceso de salir de sí mismo)

Introducción

Durante los siglos tercero y sexto después de Cristo, algunos hombres y mujeres deseosos de profundizar en la verdad y el bien de la persona, se retiraron al desierto con el fin de encontrarse con la propia verdad “despojándose de todo apoyo y, en soledad”, poder descubrir los propios “vacíos, límites, manías, seguridades, tranquilidades, adicciones, el propio pecado y la calma en quien es manantial de vida”. El desierto y la soledad, si bien asustan, ejercen una extraña fascinación, sino veamos hoy la necesidad de contacto con la naturaleza, la vuelta al “Uruguay Natural”... Estos hombres y mujeres que se fueron al desierto, querían descubrirse, descubrir las fuerzas de la oscuridad y encontrar la luz que realmente llenara los vacíos y compulsiones tontas.

Ellos no elaboraron ninguna teoría sobre la esencia y existencia humana, no elaboraron ninguna teoría psicológica ni ninguna terapia especial; nos han dejado simplemente su experiencia personal de ese proceso en el desierto y soledad, de lo que vivieron y descubrieron. Han vivido en carne propia lo que significa ser un ser humano; han experimentado el camino de maduración y el que conduce a Dios manantial de donde brota la vida. Nos hablan de qué sendas son las que conducen a la vida y cuáles al abismo. Nos dicen que es posible trabajar sobre uno mismo, dejar a tras nuestro pasado y emprender el camino de desapropiación de descentrarse para mirar más alto. Estamos llamados a ser uno con Dios y esa es nuestra mayor dignidad.

El camino que lleva a convertirse en ser humano y a ser uno con Dios es fascinante. En ese camino nos encontramos con los abismos del alma, y por eso mismo, nada que sea humano nos será ajeno, nada nos sorprenderá ni asustará. Para esto no solamente necesitamos constancia, disciplina y el Espíritu de Dios sino también una gran dosis de humor. De igual manera necesitamos de gran valor para sumergirnos en nuestra propia humanidad y observar, alegre y serenamente los muchos subterfugios, manipulaciones, seducciones, manías, adicciones, seguridades, enquistamientos, defensas para evadir el encuentro con nuestra verdad y sobre todo el encuentro con el verdadero Dios. Sin embargo debemos confiar en que Él nos acompaña.

Uno de estos hombres que se retiraron al desierto, monje, era Evagrio Póntico, era un griego muy culto de gran formación filosófica y teológica. Evagrio nos dice que la vida humana es una lucha contra las pasiones. El conflicto entre los pensamientos y los sentimientos, entre las necesidades y las pasiones del alma humana es la condición para encontrar la paz interior que sanará nuestra alma.

Evagrio nos habla de los “Logismoi”= impulsos, afectos, pasiones que mueven y motivan al ser humano. No tienen connotación psicológica, ni moral, sino que son dinamismos internos, dinamismos intrapsíquicos que nos impulsan.

Evagrio, en ese aprendizaje ante su propia realidad personal nos habla de nueve “Logismoi=pasiones, impulsos”, divididos en tres grupos:

  1. El ámbito ansioso-impulsivo-maníaco, lo que él llama “EPITHYMIA” (impulsos) referidos a: la comida, la sexualidad, el ansia de poder, gula, lujuria, codicia. El disfrutar, vivir la vida, la búsqueda de calmar la ansiedad. Son los IMPULSOS, LAS PASIONES, LAS TENDENCIAS.
  2. El ámbito emocional, afectivo, sensible, lo que él llama “THYMOS” (sentimientos). Las tres emociones básicas que señala son: ira, tristeza y desánimo. Es lo que en el camino espiritual llamamos la “ACCEDIA”, el aburrimiento, el demonio del mediodía, de la mitad de la vida.
  3. El ámbito espiritual, el tropel de los pensamientos, la invasión de justificaciones, lo que él llama “EL NOUS” (tropel de pensamientos). Los tres pensamientos, fuerzas de la dimensión más espiritual del ser humano que señala Evagrio son: ambición, envidia y arrogancia.

Sin duda descubriremos que la teoría de los nueve “Logismoi” se convirtió después en la teoría de los “ocho vicios capitales”, después en la de los “siete pecados capitales” aunque no fuera ésta la interpretación original. Estas experiencias de Evagrio y los otros monjes quedaron sintetizadas en los “Apotegmas”, máximas de los Padres del desierto indicadoras de su experiencia humana y espiritual.

Después volveremos sobre algunos de sus “Apotegmas” que nos ayudarán en el proceso de salir del narcisismo a la verdadera espiritualidad.

También cabe señalar que esta clasificación de los nueve Logismoi de Evagrio influirá claramente en la teoría del Eneagrama y corrientes similares.

Solamente puede conducir a otros aquel hombre capaz de dirigirse a sí mismo y que, ya reconciliado consigo mismo está en condiciones de relacionarse con los demás. Esto es clave para emprender un camino de formación y especialmente un camino espiritual, una vocación o llamado, una profesión, una tarea de gobierno, de gestión o cualquier otra acción hacia los demás.

Entender la formación personal, el acompañamiento y el liderazgo de esta manera implicará un gran desafío espiritual. Si me falta “autoconocimiento” veré en los demás todas las “pasiones, impulsos, necesidades, emociones e ilusiones reprimidas en mí” y solamente lo que haré es tratar de hacerlas resaltar en los demás erróneamente.

El proceso de salir del propio narcisismo y desarrollar la espiritualidad resultan ser: fuente de la que bebemos y reacción ante la vida cotidiana que nos embarga. Nos muestra cómo podemos hacer frente a la realidad de cada día y llevar nosotros mismos, las riendas de nuestra vida en lugar de que otros decidan en nuestro lugar. Nos ayuda a no dejarnos determinar por nuestros problemas y a imprimir nuestro sello personal en todas las dificultades y desafíos que salgan a nuestro encuentro.

En una época en que las estructuras obsoletas resisten cada vez menos y los cambios se aceleran se torna esencial el camino del desierto, de la soledad del viaje hacia el interior; hacia nuestras fuentes y raíces espirituales. En este contexto el término espiritualidad significa la posibilidad de acudir a una conexión con algo que nos abarca, nos supera y nos sostiene al margen de los desórdenes exteriores y de las limitaciones humanas que en nuestra cultura denominamos “Dios”. La verdadera espiritualidad se vive en lo cotidiano, se expresa en el accionar auténtico y cargado de valores, en una presencia que manifiesta seguridad interior; pero sobre todo en la entrega de los compromisos cotidianos. Las personas espirituales hablan poco o nada de espiritualidad; la viven.

La señal fundamental del proceso espiritual es la “purificación, verificación”; un proceso profundo muy a menudo acompañado de crisis, que se adentra en el desarrollo de la personalidad. Generalmente el discurso sobre el proceso de purificación, de hacer verdad y de la espiritualidad es una cierta “conducta evitativa”, una “compensación” sobre lo que deseo y no tengo. La disciplina y estrategia que exige un proceso de descentramiento del propio “yo” y del “camino espiritual”, la transformación intensa, se evade por medio del discurso espiritual. Se entiende por espiritualidad la conciencia de ligazón con una totalidad más grande, a la cual estoy obligado y a la que sirvo. Con la espiritualidad sobrepaso mi “pequeño y estrecho yo” y los “círculos narcisistas” a mi alrededor. Para esto se amplía el sentimiento de profunda conexión con la creación, con los demás y, en la concepción cristiana, más precisamente el vínculo con Jesús y su enseñanza.

David Steindl-Rast, célebre benedictino estadounidense nos brinda esta definición simple y bella: “espiritualidad es más vida”.

Veamos ahora algunas ayudas, algunos recursos para recorrer este camino, para atravesar el desierto y acceder a una espiritualidad sanadora.

I. ¿Cómo llevar adelante una educación inteligente?

Cualquier persona que pretenda llevar adelante una acción inteligente deberá tomar en consideración los cuatro tiempos de que consta, en perfecta interacción y bien sincronizados: conocimiento (de sí mismo, del otro y de la situación o cuestión que se aborda), autocontrol, motivación y decisión-acción de cambio.

Conocimiento:

Cualquiera que pretenda llevar adelante una intervención inteligente procurará sincerarse consigo mismo y ver su propia realidad sin engaños ni tapujos. Toda nuestra vida, con sus luces y sombras constituye un material valioso que nos servirá para sentirnos más vulnerables, cercanos, comprensivos y humanos con nuestros semejantes y en especial con las personas a quienes pretendemos educar. El conocimiento de uno mismo facilita la aproximación al otro, a ser empáticos, adentrarnos en sus problemas y sentirnos más humanos con sus fallos y defectos. Una vez que tengamos un conocimiento suficiente de la persona, debemos orientarnos al tema que nos ocupa y estudiarlo objetivamente, desde todos los ángulos y perspectivas, buscando puntos de encuentro, caminos que llevan al entendimiento, al acercamiento de actitudes y toma de decisiones conjuntas, libremente y de buen grado. El proceso dinámico del conocimiento de uno mismo, nos lleva al conocimiento del otro, al conocimiento del problema, a la búsqueda de encuentro. Y finalmente, a delimitar y definir la forma pactada lo que hay que cambiar, cómo, cuándo y con qué medios.

Autocontrol:

El espectáculo que presenta una persona dominada por la rabia, la ira, la frustración y los deseos de venganza es verdaderamente lamentable. Una persona que no reflexiona, que no piensa, que actúa casi sin pensar, que no sabe medir las consecuencias de sus palabras y sus actos, no tiene un mínimo de control de sí mismo, no solamente será incapaz de educar a nadie, sino que llevará consigo el problema por donde vaya. Será una persona-problema, que sin duda generará no pocos conflictos esté donde esté y ejerza la profesión que ejerza. Nadie puede pretender ser educador, enseñar a otros a regir sus propias vidas, si no se ha ejercitado con éxito en el gobierno de sí mismo, de sus emociones, reacciones y estados de ánimo.

Solamente instamos al educando a avanzar si tenemos la autoridad suficiente y la convicción de que somos dueños de nosotros mismos y no de nuestros caprichos y arrebatos. Si con frecuencia nos dominan las circunstancias, los demás o nuestro propio estado emocional, no estamos capacitados para intervenir inteligentemente. Es desde la serenidad y fuerza del autocontrol desde donde emanarán las energías psíquicas y morales suficientes para abordar con éxito cualquier asunto que comienza a írsenos de las manos. El autocontrol se compone a partes iguales de:

  1. Dominio de sí y de las circunstancias: Necesitamos mantener una percepción objetiva y realista de las cosas, procurando evitar el subjetivismo, los prejuicios y la visión distorsionada de las personas y su conducta.
  2. Responsabilidad: Capacidad de asumir las consecuencias de lo que se dice y lo que se hace sin cargar sobre los demás los males de nuestro proceder irresponsable e insensato. La capacidad de tomar decisiones de manera coherente, de la mano del sentido común, y elegir bien entre las distintas opciones, ésta es la característica de quien ha superado con creces el principio del placer y hace lo que debe aunque le cueste y no sea fácil.
  3. Confianza en uno mismo: Tener la autoestima alta, sentirse capaz y valioso para reciclarse constantemente, mejorar cada día y cambiar a mejor, es fundamental para alcanzar el autocontrol.
  4. Confianza en los demás: Tratar de ver las cualidades de los otros y creerles capaces de mejorar.
  5. Sinceridad y autenticidad: Obrar con honestidad, sin dobleces ni subterfugios, sin chantajes ni segundas intenciones, con buena voluntad y bondad.
  6. Flexibilidad, adaptabilidad y comprensión: Todo autocontrol lleva consigo actos conscientes, inteligentes y de profunda reflexión. Esto nos llevará a erradicar actitudes despóticas y autoritarias.
  7. Firmeza razonada, actitud definida y vigorosa: Ser persistente y tenaz en lo que se debe ser así, sin perder la suavidad y la ternura, la flexibilidad y la adaptabilidad. Me refiero a la firmeza del mimbre y no a la rigidez tiesa y frágil de la caña.

La motivación:

Somos seres dinámicos, no estáticos; tendemos a mejorar, a hacer más soportable la vida, a vencer las dificultades, a vivir más años. En definitiva somos seres perfectibles y con deseos de mejorar en todos los terrenos.

Mc Clelland y Atkinson consideran, que el motivo básico del comportamiento humano es la necesidad del logro. Para estos autores tendemos a lograr cosas, a mejorar. Este motivo básico surge en los primeros años del niño y depende en gran medida de la educación recibida en el hogar. Los padres que valoran los logros de sus hijos propician y facilitan este motivo.

Atkinson define dos categorías de personas:

  • Las que se mueven por obtener el éxito.
  • Los que se mueven para evitar el fracaso (éstos se distinguen por la ansiedad que generan frente al posible fracaso)
  • Los que se mueven para obtener el éxito cuentan con el motivo innato, las esperanzas de lograrlo y el incentivo del éxito o consecuencias favorables que se desprenden por haberlo logrado.
  • Los que se mueven para evitar el fracaso desde el arranque están desperdiciando energías o negándolas aunque logren evitarlo algunas veces. Siempre será retroceso y si no se logra se impondrán aún el castigo. Se culpabilizan.

La tendencia al éxito es lo que llamamos MOTIVACIÓN; y la tendencia al fracaso o a evitarlo DESMOTIVACIÓN.

Según se esté motivado o desmotivado influirán también:

  • Los rendimientos en la tarea.
  • La persistencia en la tarea, la tenacidad.
  • El grado de dificultad en la tarea.

Los sujetos que tienden a lograr el éxito, individuos motivados, suelen elegir tareas con un grado medio de dificultad; es decir superables y a la vez gratificantes.

Los sujetos que tienden a evitar el fracaso eligen tareas con un grado extremo de dificultad o de poca dificultad; es decir demasiado fáciles o demasiado difíciles. ¿Por qué? Porque así evitan la ansiedad que les produce una tarea que exige una dificultad media, que necesita bastante esfuerzo y mucha constancia. Y también evitan pasar a tomar decisiones, correr riesgos... Al elegir tareas muy fáciles, no corren ningún riesgo, ni tienen problemas y al elegir tareas muy difíciles; tienen la disculpa de que su grado de dificultad es lo que explica su fracaso. No salen el círculo vicioso.

Estos conceptos tan sencillos sobre motivación deben estar siempre presentes en la mente de todo educador inteligente.

¿Pero cómo reforzar la motivación?

  • Viendo la forma positiva y beneficiosa en que han afectado a otros los cambios realizados y los logros obtenidos con tales cambios.
  • Sabiendo cómo lo hicieron, las estrategias que emplearon, las dificultades que encontraron y cómo las superaron, las actitudes concretas que fueron determinantes para el cambio.
  • Conociendo la descripción de las sensaciones, sentimientos de plenitud y alegría que reconfortan a la persona motivada tras conseguir sus metas a pesar de las dificultades. Es conveniente oír estos relatos a los propios protagonistas y en primera persona.

Decisión-acción inteligente:

Los manuales de psicología distinguen cuatro fases en el acto voluntario:

  • Concepción del fin o representación del objetivo que se pretende lograr. Nada puede darse sin antes haberlo conocido, vivenciado, sentido.
  • Deliberación acerca de las razones a favor o en contra del acto proyectado. En la deliberación intervienen la voluntad y la reflexión las que permiten la no-precipitación.
  • Decisión: Después de deliberar hay que tomar decisiones y para ello la voluntad acude a la inteligencia, vivencias, memoria, imaginación, etc.
  • Acción inteligente: no hay voluntad sin acción. Podemos desear algo, el desear es el motor de la vida y hay que alimentarlo siempre; deliberar sobre la conveniencia o no de una decisión. Pero si no pasamos a la acción no hay voluntad y todo queda en la nada.

¿Cómo pasar de la decisión (plano del pensamiento) a la acción inteligente o ejecución (plano de la acción)?

W. James en su Tratado de Psicología formuló cuatro máximas que merecen ser tenidas en cuenta para adquirir la costumbre-hábito de saber querer:

  • “Tirarse al agua de golpe con iniciativa enérgica e irrevocable” es una forma eficaz de adquirir un nuevo hábito o perder uno antiguo. El secreto del éxito en esta primera medida está en adoptar compromisos que sean incompatibles con los hábitos negativos que queremos desterrar. Y comprometerse públicamente con las nuevas acciones detallando cómo, cuándo, y en qué forma las llevaremos a cabo.
  • “No hacer excepción nunca en tanto el nuevo hábito no esté firmemente enraizado en la nueva vida”. Sin duda la importancia del hábito como recuperador y garante de energía en el actuar es fundamental. Tendremos que volver cada vez más sobre este tema de la educación de los hábitos como potenciadores de la acción. Esto conlleva trabajar toda la estructura de la persona porque en él intervienen los deseos, las vivencias, los motivos, los sentimientos, la memoria, la inteligencia etc. El secreto está en acumular muchas pequeñas victorias o éxitos iniciales que propicien tantas ejecuciones y decisiones.
  • “Aprovechar cualquier ocasión para aplicar, y hacer realidad las decisiones o resoluciones tomadas”. Con la práctica de decidir y obrar formaremos hábitos facilitadores de la acción, en definitiva fortaleceremos la voluntad.
  • La última medida para aprender a querer, para tener voluntad, es “mantener siempre viva en nosotros la facultad del esfuerzo con pequeños sacrificios que no nos reportan ningún beneficio inmediato, pero que sirven para mantener entrenado y a punto el músculo de nuestra voluntad”. Hacer muchas veces lo que tememos no es mal ejercicio de entrenamiento de la voluntad y de autoestima. Es comprobar que puedo romper la barrera.

A su vez, Bernabé TIERNO en su libro “La Educación Inteligente”; nos recomienda, después de mucha práctica educativa y clínica, lo siguiente para adquirir buenos hábitos:

  1. Una idea bien clara de lo que quiero cambiar o corregir.
  2. Diseño detallado de las estrategias que debo aplicar.
  3. Compromiso personal, de palabra y por escrito, y firmeza en la actitud positiva, sin la menor posibilidad de volver atrás, de “arrugarse” tras una decisión bien pensada.
  4. Optimismo antes, durante y después de la ejecución de la acción inteligente, saboreando de antemano los buenos resultados que hay en perspectiva.
  5. Tenacidad, persistencia en la acción sin bajar la guardia hasta el logro pleno de los objetivos marcados.
  6. Autoevaluación continua, teniendo siempre información actualizada sobre cómo me voy acercando a la meta, cómo estoy cumpliendo y llevando a efecto, punto a punto, la estrategia elegida.

Estos son algunos aspectos que queremos priorizar, tener en cuenta y trabajar especialmente en estos tiempos para que nuestra acción educativa sea eficaz.

El autocontrol, autoconocimiento, la toma de decisiones, los hábitos, la voluntad, la vulnerabilidad y el cómo lo sentimos y resuena son dimensiones que tenemos que actualizar para que incidan en el mundo interior, en la personalidad.

Ver, Bernabé TIERNO, “La Educación Inteligente: claves para descubrir y potenciar lo mejor de tu hijo”. Ed. Temas de hoy, Madrid 2002.

¿Cómo ayudar a tu hijo o alumno a ser independiente y responsable?

  • Enséñale desde niño a hacer cuanto pueda por sí mismo.
  • Escucha siempre a tu hijo con una actitud positiva
  • Déjale claro que quieres su bien y su felicidad, y que para ello ha de aprender a cuidarse a sí mismo, a no hacerse daño ni a permitir que se lo hagan.
  • Admite que tú no eres capaz de resolver un problema que concierne a tu hijo sin ayuda, él debe decidir y obrar.
  • Anímale a solucionar problemas por sí mismo, dejándole claro que vas a ayudarle si es necesario, que estás a su lado.
  • Deja que tu hijo afronte las consecuencias de sus actos.
  • No lo tuteles permanentemente y felicítale por ser cada vez más autónomo y responsable.
  • Dile siempre cuánto le quieres, valoras y confías en él.
  • Felicítale por pensar por él mismo, por tomar decisiones y por hacer cosas sin ayuda.
  • Reconócele en público sus habilidades, logros y esfuerzos.
  • Ponte en su lugar y háblale de tus propios años de niñez.
  • Procura que aprenda de manera divertida y distráele mientras le enseñas.
  • Imponle límites claros y concretos, no le concedas caprichos y enséñale a cuidarse y a distinguir lo bueno de lo malo, lo importante de lo accesorio.
  • Sorpréndele cuando es bueno y se porta bien y dile lo feliz que te hace ese comportamiento.
  • Reconócele sus progresos, mejoras y esfuerzos privada y públicamente.
  • Utiliza los incentivos y reconocimientos inmediatamente después de que ocurran las conductas deseables.
  • Ofrécele alternativas a elegir que fomenten su implicación, independencia y toma de decisiones de manera responsable.
  • Cuando tu hijo o alumno anticipe situaciones conflictivas y reacciones incontroladas, distráele, diviértelo o dile que esperas de él una respuesta sensata y bien pensada.
  • Sé un buen ejemplo a imitar en las conductas que deseas fomentar.
  • Procura que a tu hijo o alumno le sea rentable hacer lo que debe.

II. El miedo a la autoridad y el ideal del capricho

Erich FROMM en su libro póstumo “Del tener al ser, caminos y extravíos de la conciencia” señala cuatro extravíos o caminos erróneos de la conciencia y del camino hacia el ser. Uno de ellos es el miedo a la autoridad, el miedo a todo aquello que siento como impuesto, que me cause cierta molestia, exigencia, que exija cierta disciplina. Este miedo se entiende conscientemente como deseo de libertad total sin ninguna limitación lo cual no es real. Es decir, que ya aquí estamos frente al “principio del placer” y el “principio de la realidad” tanden que nos permite el proceso de crecimiento hacia el ser. Marco del crecimiento, polaridad no reducible.

Sin duda que debajo de esta aspiración hay además una realidad de debilidad personal o sensación de debilidad, baja autoestima que potencian esta inclinación e incluso una elaboración ideológica del “proceso de liberación” que a veces es trasladado al ámbito social y político, pero que en realidad es el desafío de la propia liberación. Se trata de establecer y justificar ideológicamente la “libertad del capricho”, en vez de la “libertad de la voluntad”.

Un capricho es un deseo que surge espontáneamente, sin ninguna conexión estructural con la personalidad entera ni con sus fines, aunque en los niños pequeños el capricho es normal. El mismo deseo, incluso el más pasajero y absurdo, exige que se cumpla.: negarlo o aplazarlo se considera que va en contra de la verdadera libertad.

Un criterio general del capricho es el responder al “¿por qué no?” en vez de al “¿por qué?”. Un observador minucioso de los comportamientos habrá descubierto, sin duda, con mucha frecuencia, al preguntarle a alguien si le gustaría hacer esto o aquello, que lo primero que dice al contestar es: “¿Por qué no?”. Este “por qué no” significa que se hace algo, simplemente porque no hay motivo ni razón para no hacerlo, no porque haya motivo para hacerlo: lo cual significa que es un capricho, un impulso emocional, un gusto sibarita, no un acto de la voluntad que elige y decide.

En realidad, obedecer al capricho es consecuencia de una honda pasividad interior, añadida al deseo de evitar el aburrimiento y tener siempre emociones que estimulen, me estimulen mi ego en definitiva.

Entre sus conclusiones cuando reflexiona sobre este tema, Erich FROMM, llega algunos conceptos. Así podemos establecer una ley psicológica de la dinámica interna de la persona general que dice: “Cuánto mayores sean las sensaciones de debilidad, falta de voluntad, de autoridad, de relación y roce con los otros, de confrontación, de sentido y unidad de mi vida desde el pasado pasando por el presente hasta el futuro; tanto más aumentará el sentimiento de rebelión, o el deseo obsesivo de satisfacer los caprichos y defender lo espontáneo”.

Resumiendo: La idea principal con que se justifica la obsesión de lo caprichoso es la idea de antiautoritarismo. Ciertamente, la lucha contra el “autoritarismo” ha sido, y sigue siendo muy positiva. Pero el “antiautoritarismo”, puede servir y ha servido, para justificar la complacencia narcisista, la vida infantilmente sibarita de un placer sin trabas, que uno muchas veces puede apreciar en personas mayores que llama la atención. Incapacidad de privarse de un gusto, blanqueado además con una justificación ideológica, como decíamos, fundamentada en la lucha por la liberación o en el protagonismo.

El narcisismo no consciente, el infantilismo, el egotismo no consciente y trabajado puede llevar a más de una de estas deformaciones. Por último, el miedo al autoritarismo sirve para justificar una especie de “locura”: el deseo de huir de la realidad, o de no aceptar el principio de la realidad que es lo que me permite crecer. La realidad impone su ley y me aterriza, me guste o no me guste.

La realidad es como el más allá de mis caprichos y gustos. La realidad impone su ley, una ley a la que solamente puedo escapar en el sueño, en los estados de trance... digamos todo tipo de drogas o adicciones...o en la locura, o en el escapismo.

Ojo con los niños caprichosos, maleducados, prepotentes, autoritarios o totalmente desordenados y generalmente seductores. Ojo porque lo único que les importan son SUS GUSTOS Y CAPRICHOS O PLACERES, su ego. Y para defender sus gustos son capaces de cualquier cosa.

Tienen la capacidad de convertir la locura, el subjetivismo en una lucha por la libertad y arrastrar a otros que adolecen de lo mismo en esa lucha por los propios gustos. La psicología de las masas, el corporativismo en sus distintas versiones tienen mucho de esto.

1º-. Descubrir el propio narcisismo es decisivo en el proceso de desarrollo de la persona humana

Descubrir el propio narcisismo y ayudar a descubrir el de los demás es ir al fondo de la cuestión en el proceso educativo. El concepto de narcisismo de Freud ha sido uno de los descubrimientos más grandes. Pero el mismo Freud lo rebajó enmarcándolo en la teoría de la libido pero este concepto es más dinámico de cómo lo presenta Freud y no tan mecanicista. Si lo liberamos de la teoría de la libido, y entendemos la libido, según lo hizo Jung, en el sentido mucho más amplio de “energía psíquica”, resultará que el concepto de narcisismo ha sido uno de los conceptos más importantes descubiertos por Freud.

El narcisista es aquel para quien solamente es realidad lo que ocurre en lo subjetivo, en su subjetividad. La realidad está constituida por sus propios pensamientos, sentimientos, etc. Por eso es el niño pequeño extremadamente narcisista, porque al principio no hay todavía para él una realidad exterior y si no tiene a nadie que le haga ver y sentir que hay otros, y otras realidades distintas a él, se enterrará más en su individualismo narcisista.

La mayoría de nosotros somos más o menos narcisistas, es decir, nos inclinamos más o menos a tomar por real lo que tenemos dentro, no lo que se refiere al otro. Para comprender al hombre, o sea, para comprendernos a nosotros mismos, una de las cosas más importantes es comprender el narcisismo, al que no se ha prestado atención verdadera, ni siquiera en el psicoanálisis ortodoxo.

¿Pero qué significa un talante narcisista? Significa que todo lo que me atañe, mi pensamiento, mis sentimientos, mi cuerpo, mis intereses..., todo eso es real; y lo demás del mundo exterior, lo que no está relacionado conmigo, no es real, no tiene color, es gris, no tiene ni peso ni importancia. Mido con dos metros diferentes. Lo mío me satisface, mi opinión es capital, lo mío es fundamental, lo mío tiene vida; porque yo digo una cosa, creo que es cierta y no necesito demostrarla. Yo estoy enamorado de mí mismo, de mi trabajo y de mis ideas. Lo que está fuera de mí ni me impresiona, ni me afecta, apenas si le doy importancia.

El narcisista necesita su narcisismo, vive de alimentarlo, de la autorreferencia. Es enormemente inseguro, porque ninguno de sus sentimientos, ninguna de sus ideas, nada suyo, se funda en la realidad. Una afirmación suya es cierta simplemente porque es suya. Sin embargo tiene una necesidad imperiosa de ver confirmado su narcisismo, porque si no lo ve confirmado, empieza a dudar de todo. Entonces no es nadie y no es capaz de decir: bueno, la próxima vez lo haré. No, necesita ya la confirmación. Si lo contrarían, aunque sea en algo de menor importancia, puede caer en una depresión profunda. ¿Por qué? Porque se ha traspasado su coraza, porque con esa crítica o cuestionamiento ha dejado de creer que es magnífico, el mejor porque toda su existencia, toda su seguridad, se deben a la convicción subjetiva. Si alguien lo critica, se siente atacado, se conmueve toda su fe en sí mismo, se desinfla su hinchazón y queda muy deprimido o se pone furioso.

No hay furia más grande que la de un narcisista a quien se haya herido su narcisismo. Perdonará cualquier cosa, menos que ofendan su narcisismo. Esto es algo que nunca debemos olvidar para no encontrarnos con sorpresas, o si vienen saber de dónde vienen. Se le puede hacer de todo a un narcisista, pero si se le pincha o lastima su narcisismo, se pondrá rabioso, aunque no lo demuestre, y querrá vengarse, porque esto es como matarlo. Realmente se resiente y guarda el resentimiento.

Está también el narcisismo colectivo. Cuando se potencian varios narcisos asumen banderas y reivindicaciones de todo tipo que nada tienen que ver con la cuestión de fondo pero vienen bien para justificar carencias más personales, Esto si no se detecta es realmente peligroso.

Comprender el narcisismo es una de las claves para comprender los actos irracionales de los demás y para comprenderse a uno mismo. Las propias reacciones irracionales se deben en gran medida a fenómenos narcisistas. Analizar a una persona muy narcisista es dificilísimo porque es relativamente inabordable. Es camaleónico, manipulador, seductor, imposible de abordar.

Y reaccionará habitualmente diciendo que el otro o el que te analiza es tonto y no entiende nada, que es hostil, envidioso, estúpido, cualquier cosa que le permita eludir la sensación de que su grandeza se pueda poner en tela de juicio porque para el narcisista es fundamental mantener la idea de grandeza de sí mismo. Pero más allá de los casos más graves cada uno puede averiguar cuál es su grado de narcisismo mediante la propia observación, la comparación y la observación de los demás. Nadie es tan estúpido para no admitirlo en lo más profundo de su interior, a no ser que haya desdoble de la personalidad, enfermedad.

No tiene sentido hablar del narcisismo teóricamente, porque es como hablar de la otra cara de la luna, sin haber experimentado en sí mismo el propio narcisismo, o haberlo visto claramente en otra persona, para comprenderlo verdaderamente, no sólo para colgarle la etiqueta.

El autoanálisis es el activo y constante conocerse a sí mismo durante toda la vida, enterarse, incrementar la conciencia de sí, de los propios móviles inconscientes, de todo lo que tiene importancia en nuestra mente, de nuestros objetivos, contradicciones e incoherencias. Pues bien, es necesario analizarse todos los días combinándolo con ejercicios de concentración y meditación hasta adquirir el hábito de aprender a leer la propia vida y lo que me acontece. Sin duda que esto es una de las cosas más importantes para el desarrollo humano, para crecer en verdadera humanidad, para humanizarnos. De hacerlo hay que hacerlo seriamente y no como un pasatiempo.

El problema del narcisismo es decisivo en el desarrollo humano. Podríamos compendiar todas las enseñanzas del budismo, del judaísmo profético, del cristianismo, junto con cualquier afirmación humanista, en un solo propósito esencial: en definitiva, todo lo que dicen es que debemos vencer nuestro narcisismo. Este es el principio de todo amor verdadero, de toda fraternidad, de toda justicia, de todo proceso de humanización, porque con el narcisismo nos enajenamos mutuamente, nos somos hostiles e incapaces de comprendernos. Y no es cuestión de confundir el narcisismo - egotismo - egoísmo, con el amor a sí mismo que es algo bueno y sano. Porque el amor a sí mismo es amor. Yo debo mantener una actitud amante, afirmativa, ante mí mismo. El egoísta, en realidad, no se ama a sí mismo, ama la imagen que se ha hecho de sí mismo y por eso es codicioso. Codicia y atrapa la opinión permanente de los demás La primera bienaventuranza es justamente no codiciar, no atrapar, no manejar, no acaparar. En general, el codicioso es una persona que no está satisfecha de sí misma. La codicia es consecuencia de una grave frustración. El satisfecho no es codicioso. Trátese de la codicia del poder, de la comida, del consumo, de cualquier cosa, la codicia se debe siempre a un vacío interior.

Por eso vemos que alguien muy angustiado o deprimido empieza a comer compulsivamente, obsesivamente porque tiene una sensación de vacío. Esto puede ocurrir con cualquier otra adicción.

Toda persona que realmente quiera desarrollarse y progresar debe tomar como uno de sus principales objetivos el de reconocer su propio narcisismo, tratar de reconocerlo despacio, poco a poco, y cada paso será un gran paso, porque siempre mejoramos al reconocerlo un poco más.

Pero es un reconocimiento dificilísimo porque uno es su propio juez, es decir, uno cree en lo que piensa y, ¿quién nos va a corregir?, ¿quién nos va a mostrar que estamos equivocados? Porque desde nuestra perspectiva no lo vemos, no tenemos un punto de orientación.

Pues bien, en cuanto al narcisismo, el punto de orientación puede ser otra persona que le conteste, por ejemplo: “Mire, eso que me ha dicho es absurdo. Usted lo cree solamente porque es idea suya o porque le conviene”. Claro que la gente no suele contestar así, ni se juega por miedo a lo que le pueda venir. Pero es la única manera de proporcionarle al narcisista la posibilidad de crecer. Además, vencer el propio narcisismo es labor de toda la vida. Al que lo ha vencido por completo, los cristianos, lo llamamos “santo” y los budistas, “iluminado”. El maestro Eckart lo llamaba el “hombre justo”. Aunque en realidad no importa tanto lo lejos que uno llegue sino el camino y la orientación que ha tomado. Jesús es claro en el Evangelio de Marcos cap. 8,15 cuando les dice a sus discípulos, a los que está formando: “Ojo con la levadura de Herodes y de los fariseos que es la hipocresía y el atesorar para sí”.

2º-. El narcisismo, el abuso de poder y la enfermedad

Partamos, para comprender mejor la complejidad del “narcisismo”, de un caso clínico:

“A los cuarenta y siete años pasó la primera de sus fases eufóricas, que se manifestó de manera excesivamente ruidosa, con alegría desbordante, verborrea, etc. Ha sido una persona inteligente, ha sido una persona inteligentísima, pero poco práctico para la vida.
Mi madre se encargaba de ordenar sus papeles, sus apuntes, sus notas de traducciones y, sobre todo, de controlar la economía familiar, ya que mi padre ha sido siempre muy descuidado. La primera vez que se mostró eufórico fue una sorpresa general, pues nunca habíamos visto algo parecido Luego este cuadro se repitió y alternó con cuadros depresivos. El médico nos dio información del tipo de enfermedad que padecía. Es una realidad cercana al trastorno bipolar que sitúa a la persona entre la euforia y la nostalgia, el histerismo y el histrionismo. Siempre ha tenido una forma de ser muy suya -sigue diciendo la hija que concurre al consultorio para recibir ayuda para su padre con quien vive. Ha bebido vino y otras bebidas destiladas de forma habitual. Se volvía muy divertido, ingenioso, con mucha chispa y la gente le reía las gracias. Sin embargo se ha comportado siempre de forma soberbia y engreída. Cree que de lo suyo sabe más que nadie, pero es un gran ególatra, además de un egoísta. Manipula a la gente que tiene cerca y tiene una gran capacidad para envolverla con sus ideas. Es muy teatral en sus relatos y superficial en sus amistades. Sólo ha admirado a mi madre porque se ha consagrado a él en cuerpo y alma. Y aún así se ha mostrado duro con ella. La convivencia se hace imposible. Hace lo que quiere, no es capaz de someterse a los horarios de comida y de cena de casa. Su habitación es el desorden personificado. Solamente habla con mi marido para hablarle de cosas suyas del pasado en tono de hazañas, pero nunca se interesa por su trabajo o el mío, es más, los desconoce”.

“Es un ejemplo clásico, dice el autor, en el que se cruzan una depresión bipolar y un trastorno mixto de personalidad. Los malos hábitos que ha sido incapaz de superar, se refuerzan con el contacto con esos amigos -falsos amigos que le dicen todo lo que quiere oír y no le señalan lo que tendría que oír- sólo consiguen hacerle reincidir.
Una mala trayectoria personal, centrada demasiado en él mismo, sin sentir consideración hacia los demás a no ser que le digan lo que quiero escuchar, se complementa de forma negativa con unas relaciones superficiales, manipuladoras, seductoras para conseguir lo que quiere son escasamente constructivas.
El resultado es nefasto y pone de manifiesto una vez más la necesidad desde el principio de la importancia de forjar una sincera y entrenada amistad que es una construcción desde el primero hasta el último día”.

(Extracto del libro “Amigos, adiós a la soledad”, Enrique ROJAS, Colección Vivir Mejor, Ediciones Temas de hoy, Madrid 2009)

Por otro lado el médico y político británico David OWEN ha metido el bisturí en esta devastadora alianza en su libro “En el poder y en la enfermedad” (Siruela2010). Para explicarlo acude al término griego “hybris”, estado de ánimo que también recorre las páginas del “Coriolano” de W. SHAKESPEARE y de la filósofa Hanna ARENDT. Se define como “desmesura, soberbia absoluta, pérdida del sentido de la realidad”. Unida a ella está el “pensamiento de grupo”, según el cual, “un pequeño grupo se encierra sobre sí mismo, sobredimensionada permanentemente y repite hasta la hartura las opiniones propias, demoniza cualquier opinión ajena y desdeña cualquier dato objetivo que contradiga sus prejuicios. Y siempre, como efectos colaterales, asoman abusos de diversa índole”. Conviene tener en cuenta este “síndrome de hybris” para no caer en sus garras y dejarse atrapar. Es fácil reconocerlo: “inclinación narcisista que ve el mundo como un escenario para ejercer el poder y la gloria; entrega desmesurada a la buena imagen, única cosa que les hace actuar y si la pones en entredicho, la que te espera; lenguaje mesiánico y mayestático identificando a la persona con la institución; excesiva confianza en el juicio propio y desprecio del ajeno; se sienten responsables solamente ante Dios y ante la historia por quienes creen que serán justificados; actúan de forma inquieta e irreflexiva, perdiendo todo contacto con la realidad, razón por la cual en las cosas prácticas son incompetentes”. Esto dice David OWEN.

El antídoto contra este síndrome en cualquier circunstancia y sobre todo en la educación lo he encontrado en las palabras de la religiosa y psicóloga, Lola ARRIETA. “Si las personas, las instituciones y la Iglesia también recuerdan que la autoridad no es suya y ratificamos así todos los signos de amor en el mundo como desprendimiento de los propios gustos e ideas, podremos atravesar este momento de miedo y perplejidad. La verdadera autoridad de las personas, instituciones y de la Iglesia está basada en el discipulado, en su capacidad misionera, en la capacidad de sanar y acompañar, curar y ofrecer la Palabra de gracia que es Jesús; no es otra cosa”.

Pero para empezar con esto lo primero es reconocer y aceptar el narcisismo, trabajar cada día hasta el final para adquirir un verdadero desprendimiento de mi mismo y la construcción de una lograda amistad. Solamente el verdadero amigo me podrá decir lo que no me gusta oír.

3°-. Narcisismo, omnipotencia y falsa conciencia

(Para una clave de interpretación de la estructura humana, desde los aportes de S.FREUD. Elementos recogidos del libro “Creer después de Freud”, del autor Carlos DOMÍNGUEZ MORANO, S.J. Sacerdote Jesuita Doctor en teología, filosofía y psicología.)

Naturaleza humana, fe y omnipotencia

Lo que nos importa, aquí, no es tanto lo que Freud dice sobre la Religión y los textos que hablan sobre el hecho religioso, sino lo que Freud dice sobre la estructura humana, sobre la “falsa conciencia”, que el inconsciente está ahí como algo irreductible al sujeto que habla. Sin ir más lejos, Erich Fromm, en su libro “Del tener al ser, Caminos y extravíos de la conciencia”, nos señala también una serie de realidades a las que debemos prestar mucha atención por lo que influyen en el desarrollo de las personas y de las comunidades.

Todo esto nos obliga a realizar un cambio de mentalidad respecto al enfoque de cantidad de situaciones y reacciones personales e interpretaciones desde la fe. Concretamente se hace necesario pasar a un tipo de lectura en el que una clave estructural venga a ocupar el puesto que se le habían dado a otras concepciones evolutivas e historicistas.

Algo parecido, por lo tanto, a lo que la teología y la exégesis bíblica actual han tenido que llevar a cabo en su lectura del mito adámico del paraíso, del pecado original y de los mitos de la creación; viendo en ellos algo más que un acontecimiento ocurrido en un momento de la historia; un mito que pone de manifiesto una estructura general de lo humano en sus relaciones con los demás, especialmente con las figuras parentales, con la creación y con Dios.

De modo paralelo, la tesis central de “Tótem y Tabú” sobre el asesinato del protopadre deberá ser considerada como un “mito científico”; mito que manifiesta lo que es el acontecer general del sujeto humano en su estructura edípica individual y en su acceso al registro de lo simbólico y de lo cultural. El mito Tótem y Tabú (en analogía, por lo demás sorprendente, también en su contenido mismo con el mito adámico del Génesis) representa el drama de la deseada omnipotencia y de la rebeldía del hijo en su aspiración a ocupar el lugar del padre, y (como en el relato del Génesis también) la obligada renuncia que se establece como condición indispensable para acceder a la misma condición humana. Bien nos viene también reflexionar sobre la parábola del hijo pródigo, la figura del padre y de los dos hermanos, sus posturas y cuánto tienen que ver con estas realidades de las que estamos hablando. Desde esta clave la lectura de todo el resto de la interpretación freudiana sobre la religión podrá ir decantando de un modo en el que muchos de sus elementos aparecerán como una rica aportación sobre la conducta humana y sobre la experiencia religiosa. La cuestión de la omnipotencia infantil creemos que se sitúa así en el centro de la problemática general del psicoanálisis freudiano de la estructura humana y de la religión. En efecto los dos grandes temas que Freud plantea sobre el hecho religioso y el crecimiento humano, es decir, el del intento de resolver la culpa derivada de la ambivalencia afectiva frente al padre por una parte, y el de la búsqueda de protección y consuelo por otra, encuentran ambas su raíz común en el tema de los sentimientos infantiles de omnipotencia.

El Edipo, considerado entonces desde esta perspectiva, hay que entenderlo primordialmente como el rechazo a perder la omnipotencia que el narcisismo se atribuye como falta de límite: la de morir, la de tener el origen en otro o también (sin llegar a ser lo primero o más importante) la de poseer o no poseer a la madre, representación simbólica del objeto total, de la protección suma.

Es, como tan acertadamente expresó, N. O. Brown, el proyecto de convertirse en Dios, Causa sui, según la fórmula de Spinoza o ser-en-sí-para-sí-mismo, según la de Sartre. Es- en expresión del mismo N.O. Brown- el intento de conquistar la muerte convirtiéndose en padre de sí mismo. Cuando esta omnipotencia no es concientizada y superada nos convertimos en la práctica en:
“Somos los únicos, los mejores, no se nos puede cuestionar nada, no nos dejamos evaluar nunca, no permitimos ninguna autocrítica, nos encerramos, somos dioses” y aceleramos la autocomplacencia justificada y fundamentada tanto desde la ideología como desde la fe. Es lo que se llama la falsa conciencia, que nos pasa factura tanto personalmente como social y comunitariamente. También son los sentimientos de omnipotencia los que mediante el sobrevalor otorgado a las propias ideas, sentimientos o afectos, conducen a la génesis de lo ilusorio alimentado por el hecho de buscar solamente a quienes sostienen esta ilusión en un evidente menosprecio de las condiciones externas de la realidad y de quienes no coinciden con nuestra ilusión.

Estos sentimientos de omnipotencia son los que juegan en la negativa del hombre a abandonar la primacía de su propia subjetividad y de su propio deseo ante una realidad que, situada frente a él, le remite a una inevitable limitación que concierne, de una parte, a sus orígenes (el haber no haber podido ser o existir), por otra parte a su desarrollo (en las continuas cortapisas que proceden de la realidad física y, sobre todo, de la interpersonal) y, últimamente, a su fin ineludible como parte de su condición humana, a la que es consustancial morir.

Evidentemente, el problema que se plantea es que desde aquí, la religión y la ideología pueden ofrecer una formidable y astuta coartada con la que seguir manteniendo, desplazados a otro nivel, unos sentimientos infantiles de omnipotencia, capricho y miedo a la autoridad que, a pesar de los embates de la realidad exterior, se resisten siempre a desaparecer.

En el capítulo introductorio del libro que mencionaba de C. Domínguez Morano, el autor defiende la vigencia de Freud no solamente en el propio ámbito psicoanalítico que él fundó, sino también en el espacio más amplio del debate cultural. La imagen del hombre ha quedado profundamente modificada a partir de los descubrimientos psicoanalíticos y el mundo de los valores ha sufrido una serie de importantes reconsideraciones. De este modo la ética, la pedagogía, el arte, etc., han sabido recibir el influjo decisivo del psicoanálisis.

El problema de la falsa conciencia ha supuesto un fuerte impacto en el modo de pensar y de pensarse el hombre. La Teología, también lo advertimos, no se ha destacado precisamente por prestar oído a esta revolución antropológica que el psicoanálisis supone. Generalmente lo sobrevolamos o lo despreciamos y así nos va, seguimos ilusionados... Diversas y numerosas motivaciones han conducido, sin duda, a esta especie de indiferencia o molestia ante las cuestiones que los contenidos inconscientes (fuente muchas veces de la generación del mal, la perversión, etc.) plantean al crecimiento, a la madurez, al quehacer teológico y al desarrollo humano.

La imagen paterna y la configuración de la imagen de Dios

La representación de la divinidad originada a partir del anhelo de fusión íntima no tiene todavía ni forma ni figura, ni nombre ni imagen. Sólo mediante la aparición del padre, que rompe la fusión con lo materno, Dios podrá adquirir un nombre, una figura y una imagen. Si lo materno se constituye, pues, como impulsor del anhelo de Dios, lo paterno se presenta como lo que proporciona la imagen y configuración.

El niño se ve impulsado a superar la situación fusional en la que pretende mantenerse (quedarse en la madriguera de la que habla Jesús en el Evangelio o en el seno materno según la psicología) para pasar a una situación generalmente conocida como la relación dual. Es el primer paso de la identidad y del crecimiento.

En ella comienza a dibujarse la realidad del mundo y del otro como deficiente y autónoma, pero permaneciendo todavía un predomino de la subjetividad, que convierte al otro en una pura ocasión para la satisfacción de las propias necesidades y deseos. En realidad, aún no existe el otro en tanto que otro distinto; ni por ello mismo el verdadero yo, el yo en tanto que yo autónomo, es decir, en tanto que instancia diferente y autónoma.

Desde esta posición el niño tiene que seguir creciendo y progresar hasta una relación triangular, que es la que viene a inaugurarse mediante el conflicto edípico.

Pero y si nunca pude superar al padre o si lo maté para permanecer omnipotente y dueño de la madre objeto de deseo ¿Qué le ocurre a mi madurez, autonomía, identidad, sexualidad, fe, etc.? Aquí es donde aparece el tema de la falsa conciencia de mi mismo y de la realidad que queda totalmente simbiótica y subjetiva.

La realidad me molestará siempre y cuando no se adecue a mis deseos y caprichos. O incluso lo podré racionalizar y justificar pero la falsa identidad y conciencia permanecen. El extravío continua.

Solamente a través de esta nueva situación, la relación triangular, el niño podrá llegar a la aceptación de la diferencia, de la distancia, del límite y, desde ahí, a la aceptación del otro como otro, más allá de su propio mundo de deseos, intereses y visión subjetiva. Es el padre el que libera de la fascinación de la realidad dual imaginaria. Él aparece como otro que impide el acceso total y exclusivo al objeto amoroso.

Todo ello, como sabemos, desencadena una difícil y compleja problemática, en la que se entrelazan amores y odios, culpas y amenazas, que terminan desencadenando unos procesos de identificación con el progenitor del propio sexo. Con ella, con la relación triangular, se efectúa la introducción de la ley, entendida simbólicamente, como limitación de la omnipotencia devastadora del deseo y del capricho; limitación que, por otra parte, es la condición indispensable para una existencia autónoma y para la adquisición de la libertad.

Podemos entonces imaginar las dificultades de identificación, autonomía, libertad, desarrollo, responsabilidad cuando por mantener el deseo de la omnipotencia arraso con el padre, la autoridad y la ley o el límite. Sin ninguna duda el ser humano, que no puede ser tal sin autoridad o paternidad, se buscará algún otro padre, alguna otra autoridad a su gusto y manera que tampoco le resolverá el tema del crecimiento y libertad. Muchos procesos de liberación, debidos a la falsa conciencia de esta situación ¿no serán el intento de la propia liberación y búsqueda de superar al padre? Muchas resistencias y boicots que inventamos ¿No serán una resistencia y boicot al temido “otro” que me saca de mi seno materno? ¿No será una resistencia a crecer, a superar la relación dual, a que me saquen de la burbuja creada y autocomplaciente?

El padre, según hemos visto en los análisis freudianos, se ha constituido en la imagen sobre la cual el niño proyecta su omnipotencia; una omnipotencia que en un principio él se atribuyó hasta que la propia experiencia forzó la renuncia a creer en ella. El padre, entonces, aparece como la realización cumplida de la omnisciencia, la omnipotencia y la omnibenevolencia. Los padres, constituyen, como acertadamente describió Pierre Bovet, el primer objeto de adoración, pues, de algún modo, ellos son objeto de una suerte de divinización por parte del niño. Todo ello hace pensar que el sentimiento religioso es un sentimiento de carácter fundamentalmente filial. Pero el niño, si no cambia de religión, al menos se ve obligado a cambiar de dioses. Esto es lo que tiene lugar en esa conflictiva situación edípica. Esta situación se juega fundamentalmente en el terreno de los sentimientos de omnipotencia. Como ya hemos dicho en otros momentos, Edipo, más allá de una mera rivalidad en relación al objeto materno, es la renuncia a dar por perdida la omnipotencia. Si el padre es un rival, no lo es tanto en cuanto poseedor de la madre, sino en cuanto poseedor de la omnipotencia y, desde ahí poseedor de la madre también. Pero en el Edipo, el niño ha de enfrentar la ley, es decir, la limitación del deseo ilimitado y omnipotente: la omnipotencia ha de darse por irremisiblemente perdida. Ese padre omnipotente, al que se le atribuyó imaginariamente, ha de morir para dar paso a un padre que está sujeto a las leyes del nacimiento y muerte, un padre que ni lo puede ni lo sabe todo y que está sometido también a imperdonables deficiencias en el área del amor. Esto implica el haber pasado de la falsa conciencia a la clarificación personal del inconsciente, al aceptar mis propias deficiencias y limitaciones. Así el dios del niño, el nuevo dios del niño, si aceptamos que su primer dios son sus progenitores, se constituye ahora bajo la configuración de un padre que sí lo puede todo y lo sabe todo. A través del padre, pues, Dios ha tomado nombre y figura. Cuestión decisiva, que no cabe confundir con una totalidad difusa en la que nos diluirnos y perdernos.

A través de la dimensión paterna nos capacitamos para comprender que Dios nos enfrenta a nosotros mismos como seres autónomos y libres, y a la realidad como limitación que se opone a las desmesuras de nuestras demandas afectivas. Pero una cuestión importante, decisiva desde nuestro punto de vista, para la vida de la fe permanece todavía abierta a partir de la crítica freudiana de la religión.

Se trata de saber si esta fe no se ofrecerá, a partir de la situación edípica descrita, como un lugar y una posibilidad abierta para mantener, en el seno de sus contenidos y mediante un astuto desplazamiento, una problemática infantil a la que no se quiere o no se acierta a dar solución definitiva (omnipotencia, narcisismo, subjetivismo); si la fe no estará ahí para atraer hacia ella y dar vigencia a unos sentimientos infantiles de omnipotencia que se resisten a ceder. Es lo que el Papa Francisco señala como peligro hoy de una fe e Iglesia autorreferentes. Necesidad de dejar de ser el centro para poder ver y reconocer las periferias.

En definitiva, la cuestión radica en saber si ese nombre, forma y figura, que ha adquirido el Dios infantil a partir del símbolo paterno son sin más el nombre, forma y figura del verdadero Dios que se nos manifiesta en Jesús de Nazaret.

En todo caso siempre necesitamos seguir esclareciendo la falsa conciencia proveniente del inconsciente que nos impulsa al narcisismo, al creernos los únicos y mejores, a desconfiar del otro, a negar todo lo que viene de la autoridad o de determinadas personas que nos la recuerdan. Por algo el proceso fundamental que nos presenta el Evangelio, lo que se llama santidad-amor, implica desterrar el narcisismo y el fanfarronerismo, los deseos de grandeza, el salir de la subjetividad y autocomplacencia, de la simbiosis, del pegoteo y de la manipulación zalamera o fariseísmo tan atacado por Jesús. No son estas sino manifestaciones del poder y de la omnipotencia que llevamos dentro. Siempre quedará como tarea fundamental la capacidad de superar al padre, liberarse de la madre y reconciliarse con los hermanos con quienes competimos y nos aliamos.

Los antiguos odios y amores

La transferencia llega siempre por la espalda, la transferencia no se capta sino después de haberla sufrido. Se hace siempre a través de otras personas desde la emergencia de antiguos odios y amores que no llegaron a ser reconocidos y se nos aparecen cada tanto porque el inconsciente es tonto y no entiende, se repite hasta que es esclarecido el tema de la transferencia.

Pero ¿qué son realmente las transferencias?, se pregunta el mismo Freud. Son, nos dice, “reediciones o productos de los impulsos y fantasías que han de ser despertados y hechos conscientes durante el desarrollo del análisis y que entrañan como singular característica de su especie la sustitución de la persona anterior que provocó estos sentimientos por la persona del médico, del acompañante espiritual, del pastor, del animador, o de aquella que ahora me hace revivir los odios, broncas y afectos antiguos”.

Así pues, la transferencia supone una actualización de los antiguos amores y odios que no llegaron a concientizarse. Son, pues, como una especie de clisés que se van construyendo a lo largo de nuestra vida a partir, sobre todo, de las primeras relaciones que marcaron nuestro encuentro con la existencia.

Estos clisés o esquemas a priori de relación interpersonal constituyen como un lugar necesario desde el que enfocamos todo tipo de relación con los otros. Las primeras relaciones parentales fueron especialmente resaltadas por Freud como configurantes básicas de estos esquemas de relación, siendo Melanie Klein quien ha insistido también sobre la fuerza que poseen las primitivas relaciones del bebé con la madre a la hora de determinar las modalidades de la transferencia.

Existe, pues, un claro carácter repetitivo en esa actualización de los antiguos modos de relación. Quien no recuerda su historia está condenado a repetirla, vendría a ser la idea básica.

Es importante entonces detectar esas antiguas demandas de amor, de odio, de culpa o de exculpación, evitando a toda costa responder a tales demandas, precisamente para que ellas puedan llegar a objetivarse y modificarse. Ello supone un trabajo muy delicado que debe contar con la ayuda de un técnico porque evidentemente las propias temáticas personales de quien acompaña pueden muy bien entrar en juego confundiéndose con las del paciente. Los antiguos amores y odios actualizados a través del trabajo de aceptación y reconocimiento poseen sin duda un carácter revelador.

Por eso la transferencia dejó de ser un obstáculo que se interponía en el trabajo de la investigación del inconsciente, para considerarla, por el contrario como una manifestación privilegiada de los contenidos del inconsciente. Por la transferencia, en efecto, se abre el camino de la necesaria regresión, mediante la que se pretende tener acceso a los contenidos del inconsciente más antiguos, a la memoria afectiva primitiva y poderosa. Desde ahí se intentará modificar esos contenidos por medio de la interpretación y de lo que la transferencia supone de experiencia correctora.

La actualización de los deseos inconscientes sobre el campo de las relaciones interpersonales está siempre operante, y bastará un pequeño detalle, para que se opere el desplazamiento transferencial: un tono de voz, el color de unos cabellos, un nombre o un apellido, una forma determinada de gestionar... cualquier cosa basta para despertar antiguos deseos, antiguos temores; para poner en marcha determinados mecanismos de defensa; para permitir que estos se resquebrajen o vengan a caer por tierra.

Las seducciones histéricas

Nos interesa describir los rasgos generales de lo que se ha dado en llamar el carácter histérico y sus formas más habituales de presentación. Todo ello en orden a iluminar un tipo de situación, que como indicamos, ha sido bastante frecuente en el seno de las relaciones pastorales y de acompañamiento.

Ese carácter histérico, como las neurosis del mismo tipo, se encuentra marcado particularmente por la represión de los componentes edípicos y engarza con ellos a toda la problemática de la fase fálica infantil. Desde ahí mantiene una enorme ambigüedad frente a los contenidos y expresiones sexuales. Ello conduce, o bien a una llamativa desexualización de todo, o, por el contrario, a una pansexualización generalizada. Donde los contenidos eróticos o manifestaciones sexuales se hacen evidentes, la personalidad histérica los puede negar con una sorprendente ingenuidad. Modos de vestir claramente provocativos, posturas corporales, mensajes verbales que para la generalidad manifiestan intenciones erotizadas, pueden ser asumidos con una enorme tranquilidad por las personalidades histéricas sin que sean capaces de advertir en ellos el más ligero indicio de provocación o insinuación. O, al contrario, todo es sexo y mensaje de pretendida provocación.

La actitud mitomaníaca caracteriza igualmente a este tipo de estructura caracterial. El mundo es recreado en función de sus fantasías y deseos, y poblado de personajes fantásticos, maléficos o benéficos, pero siempre engrandecidos por el mito que los beneficia. De este modo, los celos, el odio o la envidia son revestidos con otros ropajes más tolerables en sus ficciones de agravios o desengaños, los que finalmente resultan siempre mal comprendidos y tratados por los demás.

Enlazados con esta actitud mitomaníaca se encuentran la gran capacidad de sugestión y la intensa credulidad que manifiestan. El otro puede quedar engrandecido y magnificado en un proceso llamativo de idealización y como agrada tal situación se la sigue alimentando sin percibir los manejos que se van haciendo. La otra faceta que complementa al histerismo es el histrionismo que sin duda favorece la seducción-idealización.

Desde ahí se produce una situación cercana al efecto hipnótico: el sujeto queda subyugado, embobado ante la magnificencia del otro, tan elocuente, tan respetable, tan agradable, que tan bien encarna los grandes valores de la humanidad. El histriónico maneja a las mil maravillas el poder de seducción, de embobar.

Todo ello impulsa a buscar su cercanía, la de su voz, la de su acción, la de sus cosas, su persona, sus aficiones, etc.; hay que evitar a toda costa la posibilidad de quedar excluido de ese mundo maravilloso.

El otro, el histérico-histriónico, ha sido investido con los atributos de la totalidad. En ese tipo de relación se evita, por otra parte, concederle cualquier significación o intencionalidad amorosa.

No se pretende nada: ¿qué se han podido creer los que así piensan?, dirá la personalidad histérica e histriónica. Simplemente no percibe los deseos ocultos de omnipotencia, tampoco los permite y por lo mismo los camufla, los adorna, los santifica.

En su dinámica, en efecto, se despoja de toda transcendencia a la seducción que se ejercita. Todo ello no es más que un juego. El flirteo puede constituirse en su ejercicio predilecto. Pero, al mismo tiempo, situando claramente su límite: porque en el fondo, lo más específicamente sexual es rechazado. Él o ella solamente están enamorados del amor... Porque, como muy bien se ha podido decir, nadie ama más que la histérica o el histérico. Con un amor desinteresado, oblativo, sacrificial y, generalmente, para su desgracia apenas reconocido por sus beneficiarios.

Por otra parte, sin embargo, su amor ha de ser visto y ponderado. La dimensión exhibicionista alcanza un enorme desarrollo en este tipo de estructura caracterial. La histeria está siempre en escena buscando y estimulando la reacción del espectador, no importa cual: la mirada del otro es absolutamente imprescindible. Como afortunadamente lo ha manifestado L.Israel, hacen falta dos para que se produzca la histeria. Porque, efectivamente, la personalidad histérica existe a través de la mirada del otro. Si no está, no existe, su fundamento se pierde, su yo se diluye; y aquí empieza el drama cuando no se le devuelve lo que busca y pretende lo cual plantea hasta qué punto la entrega y el amor es tal si está tan atado a la devolución... De ahí que este tipo de personalidad mantenga siempre en tensión a su mundo circundante. La vida, se ha dicho, sería más triste y aburrida sin los histéricos e histriónicos.

Ellos contribuyen, sin duda, a darle salsa y movimiento: con sus mitos, sus enredos, sus escenificaciones y dramatizaciones. La necesidad de seducir, por otra parte, les hace generalmente simpáticos y manipuladores. El mundo, ciertamente, sería más aburrido sin ellos; pero menos confuso y aturdido también. Por lo cual como lo recomienda la tónica del evangelio, es clave siempre el estar atentos, vigilar y clarificar.

F. Perrier ha dicho que la histeria necesita ser violada; pero no por cualquiera, sino por Júpiter. Por una parte, sólo sabría ser violada, para no tener necesidad de situar su firma bajo su propio deseo. Es el otro el agente; y por lo tanto, el culpable. Pero, además, violada por Júpiter, porque al mismo tiempo, no reconoce que ningún hombre pueda estar a su altura. Tan sólo la figura de su padre imaginario porque, generalmente el tema es que el histérico/a no ha superado al padre, no se ha despegado y sigue buscando la imagen perfecta de él. Por eso tan sólo la figura de su padre imaginario es aceptada, frente al que todo hombre queda, naturalmente, en inferioridad de condiciones. Es un modo de asegurar el deseo insatisfecho que, por otra parte, proporciona el eterno derecho a la queja y al reproche de amor y atención frente a todos los que le rodean. Por eso el acompañante o la figura que asume como acompañante o referente en la vida, es el representante del amor con mayúscula ya que generalmente accede a todas sus demandas; siempre al margen de toda genitalidad, permite de modo inmejorable el mantenimiento de la deseada insatisfacción.

El complejo edípico, núcleo de la estructura histérica, suele encontrar un ideal en la persona del sacerdote, tan marcada, como hemos visto, por una sublime paternidad. Su imagen se ofrece así como un lugar protegido y legitimado para el desarrollo del síntoma. Un padre que se presta, perfectamente, por lo demás, a todo tipo de idealización. Es generalmente culto, sensible, comprensivo y, además, imbuido de un halo de totalidad que proporciona lo sagrado. No es Júpiter, pero es quizás quien más se le pueda parecer. Por eso es clave en todo tipo de acompañamiento la lucidez, la claridad, la autocrítica, la clarificación y el sinceramiento auténtico de los propios deseos, de los conflictos no resueltos, de las manipulaciones, de los abusos, etc. Nadie por más perfecto o santo que se crea está libre de las trampas y engaños de los deseos del inconsciente.

Quizás la trampa mayor está en creernos lo que somos sin permanente reflexión y conocimiento de nuestro mundo inconsciente, sin permanente clarificación y reconocimiento de nuestras propias sombras. Por esto tendríamos que estar agradecidos a Freud por los aportes que nos ha dejado.

Sin embargo, como ya hemos aclarado, la estructura histérica no es solamente patrimonio exclusivo de la mujer. A este dato debemos añadir otro, sumamente significativo, dentro de la dinámica de la histeria: hay en el fondo de ésta una falta de clarificación psicosexual. Desde ahí, lo homosexual juega siempre un papel importante en su estructura personal. Por ello, en el caso de la relación educativa y pastoral, no se debe olvidar tampoco el papel que puede jugar un tipo de transferencia no reconocida y alimentada desde esta dinámica afectiva particular. También el acompañante puede ofrecerse como un lugar ideal, y el sacerdote, el religioso y el acompañante espiritual con mayor razón por su estatus de vida.

Desde esta situación, cualquier acompañante y, más por supuesto el sacerdote por lo que implica su figura, puede bajar el telón del escenario en el que la personalidad histérica se desenvuelve, o bien brindarle la mirada y complacencia que ella solicita.

Sobre esto tendríamos que profundizar mucho más especialmente los que estamos en la tarea de la educación, la pastoral y el acompañamiento supliendo en cantidad de circunstancias a las figuras parentales y sobre todo porque somos referentes importantes en la formación y desarrollo de la personalidad y en la configuración de los grupos y comunidades del futuro”.

III. La disciplina, la ascesis y el arte de aprender a vivir

Este panorama anterior que describíamos y el esfuerzo clarificador en el proceso de salir de sí mismo ameritan además profundizar en el tema de la disciplina y de la ascesis.

No cabe duda que hoy día hablar de disciplina o ascesis no suena bien, aunque si se trata de algunos intereses a lograr, perdemos la memoria al respecto. Es cierto también que esta especie de resistencia tiene razones dado que en algún momento de la historia se exageró el tenor y sentido de la disciplina deformando el alcance hermoso y bello que tiene como lo veremos ahora.

Para espantar fantasmas al respecto partamos del punto de vista etimológico de la palabra disciplina y ascesis. “Disciplina” deriva de “discipulus” y de “disco” que quiere decir “capacidad de aprender” y “capacidad de dejarse enseñar”. La palabra “disciplina”, derivando del término “discípulo” adquiere mucho mayo sentido y fuerza cuando lo aplicamos al ámbito de la vida cristiana y de cualquier proceso educativo que se precie de tal.

“Disciplina” entonces está indicando la manera de ser y de actuar del discípulo, de aquel que sigue un itinerario, un camino; de aquel que sigue al Señor y aprende poco a poco el duro arte del seguimiento, del caminar y avanzar.

La disciplina no puede comprenderse ni interpretarse desvinculada de esta referencia esencial a un camino, a un proyecto, por el contrario puede ser asumida como criterio fundamental para juzgar las sucesivas énfasis y connotaciones que este término ha tomado a lo largo de los siglos. Por lo tanto es evidente la conexión de la disciplina con el crecimiento humano y espiritual. Lo sabemos claramente por lo que nos dice el mundo del fútbol, tan de moda y en escaparate hoy, que sin disciplina personal y de grupo no llegamos a nada. Algo de esto nos podría decir el maestro Tabárez.

Lo dicho hasta ahora puede aplicarse también, al menos en parte, al concepto de “ascesis”. Si buscamos también la raíz de este término, descubrimos que en griego la palabra “áskesis” no significa renuncia, sino ejercicio, práctica, entrenamiento. Resulta un poco lastimoso pensar que en el fútbol se toma como es y en la educación y en el camino cristiano se rechaza por fuera de moda o anticuado. Es esto tan cierto que los griegos llamaban “ascetés” (asceta) a aquel que ejercía un arte o una profesión.

Asceta no es, pues, de ninguna manera aquel que renuncia, sino aquel que es hábil, aquel que es un “acróbata de la existencia”, aquel que domina las pasiones y sin embargo no se abstiene de los placeres, sino que sabe aprovecharlos según sea oportuno. Es lo que llamamos adquirir un equilibrio que incluso en medio de limitaciones y dificultades permite mantener intacta la personalidad y el rumbo sin desequilibrarse y desequilibrar a los demás.

Acróbata es, sobre todo, aquel que es dueño de sí hasta el punto de dominar el dolor o, al menos, de contrastarlo. Éste danza en medio de los sufrimientos y los placeres, en medio de la vida y de la muerte, en un itinerario de maduración y crecimiento que como meta última puede llegar hasta Dios. Progresivamente, entonces, la fatiga se vuelve belleza; la opción plenitud, el desapego, serenidad; el vivir, un gozo continuo. Esto es un proyecto que vale la pena ofrecer y presentar a nuestros niños y jóvenes. Todo esto parece simple, pero ¡cuánto esfuerzo para poder librarse en vuelo en el espacio dominando las alturas y venciendo la gravedad!

En efecto, para alcanzar este equilibrio, “es necesario un ejercicio, un entrenamiento continuo del alma y de la voluntad, porque ningún hábito ni virtud se adquieren o se perfeccionan sin el ejercicio disciplinado y ascético”, nos recuerda ya Aristóteles.

Esta interpretación etimológica de la “disciplina y de la ascesis” nos permiten captar algunas de las dimensiones originaras “positivo-propositivas”, estrechamente ligadas a la formación humana y al crecimiento del hombre y de la mujer. Lo mismo vale para el camino de formación espiritual porque van juntos, son una misma realidad, esta dimensión es netamente prevalecente sobre la interpretación negativa que aún permanece en nuestra mente.

1º-. Si quieres ser feliz trabaja para lograrlo

El ocaso cultural del valor de la “disciplina y de la ascesis” como entrenamiento, proceso de crecimiento y maduración ha llegado o coincidido, por reacción, prácticamente con la transición de la así llamada “ley paterna” a la “ley materna”, es decir, de la rigurosidad ética objetiva, con fuerte connotación centrada en el comportamiento, al énfasis sobre la personalización interior de los valores y las conductas.

De hecho, esta “revolución silenciosa”, pero no demasiado, ha terminado por colocar en lugar de la “disciplina” como valor “fundante”, la “espontaneidad o el gusto”, como centro de la nueva pedagogía. Como sabemos no es ni bueno ni posible eliminar las polaridades o alguna de ellas porque se introduce el desequilibrio. La tarea es integrar y no anular.

Algunas consecuencias de esta transición realmente histórica: antes que nada, las facultades mentales son inducidas -también con la complicidad de los modernos medios de comunicación, especialmente la TV, pero no solamente- a preferir la intuición al frío razonamiento, lo particular a lo universal, la síntesis al análisis, la inmediatez a la paciente búsqueda, la experiencia directa a las diferentes intermediaciones. La persona, por su parte, aprende a buscar en sí misma los valores y por lo tanto busca más, no puede buscar de otra manera porque está encerrado en sí misma, la “amigabilidad” (tener amigos) que la “sociabilidad” (aprender a relacionarse satisfactoriamente con los demás), más la vitalidad del sentir que la racionalidad: Además el orden, el tener un marco es menos apreciado que la novedad, que el riesgo irracional; y la diversidad es considerada más valiosa que la integración solidaria. Pero, sobre todo esto, domina el mito de la espontaneidad instintiva que lentamente desaloja el criterio de la rigurosidad, de la severidad virtuosa, de la profesionalidad de la inteligencia y de la firmeza de las decisiones.

¿Cómo posicionarse ante esta situación? Sería un error recaer en la pretensión de atribuir un valor absoluto a un cierto tipo de “ascesis y disciplinas sacrificiales” por llamarlo de alguna manera. Al mismo tiempo, sin embargo, no se puede ceder, por cierto, al “espontaneísmo” (endiosamiento de la espontaneidad), ni cerrar los ojos frente a los resultados menos válidos en el aspecto educativo de este proceso que lleva desde la fragilidad psíquica y espiritual a la mediocridad e inconsistencia generalizadas como venimos constatando con todas las consecuencias de futuro que esto acarrea y cuyo primer centro de atención será la familia. Esta será el primer centro de ejercicio, entrenamiento para lograr un proyecto. ¿Hay proyecto?, pues, si no hay proyecto no es necesaria una disciplina o ascesis. ¿Qué proyecto y qué pedagogía elaborada y pactada en común? Si no se ponen de acuerdo los padres ya empezamos mermados. ¿Las nuevas formas de convivencia y asociación son proyectos individualistas o compartidos? Otro aspecto clave a trabajar hoy día.

Necesitamos, en primer lugar, detectar la potencialidad positiva de esta evolución y aceptar el reto de revisar algunos esquemas a los cuales podemos estar comprensiblemente apegados vengan de la “ley materna” o de la “ley paterna”. Partiendo del objetivo fundamental de la maduración, crecimiento, formación humano-espiritual, sabemos que ya no es el sacrificio por el sacrificio, sino la alegría y el amor a un “proyecto”, experimentado en el corazón humano y por lo mismo la apertura y relación con todos los seres humanos y con toda la creación. Y como estos frutos no son absolutamente espontáneos y no vienen solos por más que uno lo desee, junto con otros muchos bienes hoy muy cotizados como la libertad y la responsabilidad, se necesita cultivarlos con “paciencia y orden, con inteligencia y atención, es decir, con disciplina y ascesis”. Lo que realmente importa y apremia, en este viraje, es el desafío de la belleza, del bien, de la verdad, de la felicidad como apuesta a las aspiraciones más propias y sensatas del ser humano en cuanto valores finales.

Pero no olvidemos que uno de los aspectos más serios de nuestros jóvenes y niños por el que se frustran muy a menudo es el de la falta de valores instrumentales, metodológicos que les permitan llegar a los valores finales.

Es claro que si en la casa, barrio, comunidad no se les prepara para adquirir estos valores instrumentales jamás lograrán llegar a los valores finales. No es que no los quieran y los deseen, no es que están perdidos los jóvenes de hoy, es que nadie les enseña los valores instrumentales, las prácticas, los modos de llegar a los valores finales. Entonces se frustran y dejan.

Estos valores finales que señalábamos no son un golpe de suerte o de la lotería, sino una opción auténtica que cubre el arco de la vida entera y que pide ejercicio, fatiga, y caminar en la dirección correcta; y tampoco son virtudes privadas, sino que piden una participación comunitaria y social. Todos estos aspectos y actitudes no se improvisan. Es por esto que todavía tiene sentido hoy hablar de “ascesis y disciplina”. Es desde aquí que proponemos educar y formar.

2º-. Alguien me espera para alguien soy significativo

La vida humana se resuelve en la aceptación incondicional del otro y del Otro, en la interrelación con los otros y con el Otro. Aparezco, soy y me sostengo en la existencia porque otros me llaman y me quieren; somos fruto de la palabra que llama y del amor de los otros y del Otro. Alguien me cuida y me acompaña por eso mismo mi existencia y razón de ser es “ser palabra y amor” para los otros. Soy aquí en la tierra para cuidar y ocuparme de los otros. Tarea que nos llena de felicidad y sentido pero que no es fácil, pues, tendemos naturalmente a ocuparnos de nosotros solamente. La vida es aceptación incondicional de los otros y del Otro. La fe cristiana es ante todo aceptación incondicional del Otro, toda la revelación cristiana, todo el “proyecto de Jesús” tiene su fundamento en este “principio religioso”. Todo proceso humano de crecimiento tiene a su vez este condicionante como principio pedagógico. En el acierto o en el error respecto a esta experiencia se nos va el “sentido o sin el sentido” de la vida. Por lo tanto, si la vida y la fe son este tipo radical de acogida de Aquel que es el “totalmente Otro”, y, en razón de Él, también del prójimo, sin ningún tipo de condición ni, por consiguiente, de excepción, entonces la “ascesis y la disciplina” son consecuencias inevitables, componentes imprescindibles de esta “aceptación incondicional”. Más aún, diríamos que precisamente estas son la “ascesis y la disciplina” típicas del creyente: la aceptación incondicional del “Otro” y, por eso mismo, de todo “otro”.

Efectivamente, no se necesita mucho para comprender que este tipo de aceptación no le resulta nada fácil a nadie, no nace espontánea en el corazón ni en los sentidos humanos.

Tanto el hombre como la mujer somos llevados a seleccionar y a preferir, a excluir y a marginar. Para el amor humano es cosa ardua ser universal, ser católico; aquel que ama, aún cuando es atraído hacia alguien, busca espontáneamente en éste lo que siente como más gratificante para sí mismo, más en sintonía con sus propias necesidades y gustos, más en la línea con su propia personalidad. Lo mismo sucede con Dios. Y si la fe es amor y nace del amor, es amor total, sin límites ni pretensiones, sin restricciones ni condiciones. Es el verdadero amor la única aceptación incondicional, como un abandonarse lleno de confianza y rico de aquellas sensaciones que caracterizan la experiencia mística: el “éxtasis” como valor del salir de sí mismo, la “libertad” no solamente de acoger al otro, sino de “dejarse hacer” por el otro, la “gratitud”, como mirada contemplativa y capacidad de apreciar la belleza. De esta “mística”, amor extasiado, amor dado, nace una “ascética” correspondiente, en la línea de lo que al principio señalábamos. Dicho de otro modo, de esta aceptación incondicional y enamorada brota necesariamente una ascesis y una disciplina como forma y norma de vida que actualiza y vuelve efectiva la apertura incondicional al don, al darnos. Esta incondicionalidad no nace de manera espontánea en el ser humano; tiene exigencias que deben ser asimiladas lentamente y traducidas, justamente, en norma de vida, en camino concreto en el tiempo y en el espacio.

Y es esta ausencia de condiciones, por parte del sujeto, que da al “proyecto ascético-disciplinario cristiano” una característica inmediata de “objetividad”, de algo que no puede ser construido autónomamente, algo que percibe en profundidad la persona del Otro en cuanto tal, diferente del propio yo, no homologable y siempre más allá. Y por ello pide también al sujeto el aprendizaje “paciente y constante” de la relación. Más aún, la “ascesis y la disciplina” nacen en la relación, hacen referencia a ella, y no tendrían sentido alguno fuera de ella: son su fruto y su precio al mismo tiempo. Son fruto y precio de la espiritualidad.

En todo esto juega un papel fundamental la “educación de la libertad”. La libertad es, fundamentalmente, ser lo que se es llamado a ser. Es libre en el corazón, en la mente y en la voluntad; es decir, es libre afectiva y efectivamente aquel que ha aprendido a amar su ideal de entrega y a amar según el corazón del Señor, desarrollando deseos correspondientes. En efecto, la libertad de una persona se mide no solamente sobre la calidad y la vivacidad de sus deseos, sino también y especialmente sobre su coherencia interna con su propia identidad, porque es precisamente esta coherencia la que, mientras le da unidad de vida a la persona, también le da eficacia a su desear, es decir, la hace capaz de gustar determinados valores y encauzar la totalidad de sus propias energías psíquicas hacia su consecución: esto es exactamente el deseo trabajado y dirigido por la decisión libre.

3º-. La escuha, principio del proceso

La comunicación entre las personas implica un desapegarse o despegarse=SEPARARSE, PREVIO A UNA VERDADERA COMUNICACIÓN. De lo contrario lo que se da es confusión. Separarse supone hacer silencio, entrar en uno mismo, encontrarse con la propia realidad y desde esa realidad salir al encuentro.

Escuchar es más que oír, es un acto de responsabilidad. Una verdadera escucha significa permanecer abiertos a la trascendencia y a los signos, tal como se manifiestan y presentan en la historia. La estructura de la verdad de una vida es el don de sí y la disposición a morir por el otro. Es lo que ha hecho Dios en Jesucristo; es lo que hace el cristiano en la caridad. ESCUCHAR SIGNIFICA FIARSE. La vida humana crece, se constituye y se desarrolla en continuos diálogos, madura y se plenifica en situaciones dialogales insoslayables, y constituye en ellas su destino.

El ser humano no sería ser humano si no existiera, desde el principio, en esta situación fundamental dialógica y con ella, en la polaridad fundamental del "yo-tú" o del "tú-yo". Así es con la madre y el niño, así con la vida familiar, así en el inmenso ámbito del enseñar y aprender, en el ámbito del anuncio y la fe, en el ámbito del amor y de los innumerables diálogos de los amantes o de los amigos entre sí. Así acontece en el amplio mundo que llamamos cultura. En definitiva, se trata de un mundo dialógico, insoslayable: yo-tú, tú-yo. Escuchar-decir, decir-escuchar. Este es el mundo humano, en él crece, se constituye, madura o se pervierte, en él se cumple su camino o su destino. Ese diálogo se enriquece y ayuda a transcenderse cuando ingresa el tercero, es decir, cuando se constituye el “nosotros”, la comunidad.

El buen escuchar tiene un poder aún más grande: el poder de inspirar. Aquél que tiene alguien que lo escucha bien, es el que se da cuenta de verdad de lo que puede decir. La palabra del que habla recibe del buen escuchar algo así como alma y vida interna. El buen escuchar inspira con vida la palabra que ha desatado y dado a luz. Es llamativo el modo en que del escuchar brota una fuerza que da vida a la palabra del que habla.

Es el buen escuchar lo que dio a luz la palabra, la que la inspiró y la llenó de vida, la sostiene y la guarda como en un vientre materno. Es tan bueno poder guardar en el buen escuchar lo que alguien tiene para decir... Cuando esto ocurre, aquello que se nos salió de la lengua puede ser guardado, protegido y redimido simplemente a través del hecho de ser abrazado por el poder silencioso y vivo del escuchar. El escuchar puede estar cargado de confianza, sostén, consuelo y fidelidad para la palabra que viene a su encuentro.

El buen escuchar, que aparentemente no hace más que callar y recibir, hace tanto que sin él la palabra no sería una palabra viva ni podría llegar a ser una palabra “guardada, acogida”.

IV. Proceso y formación de la personalidad

Sin ninguna duda que la tarea de la formación y desarrollo de la personalidad es un desafío interesante y motivador. La educación de las personas será siempre la tarea social y humana más significativa ya que trabajar con la realidad humana para que despliegue todas sus posibilidades, es realmente plenificador. Pues bien ésta tarea de desarrollar y fortalecer las posibilidades encerradas en el ser humano, de la formación de la personalidad y del desencadenar un proceso que posibilite lograr adquirir una personalidad propia, es un excelente proyecto.

No hay persona sin proceso de formación de la personalidad. Cuáles son algunas, diríamos, de las exigencias, presupuestos, pasos de este proceso.

1-. Elaborar, tener un Proyecto personal coherente y realista, con verdadero argumento lo cual implica que debe tener estos contenidos:

  • Amor, trabajo, afectividad, la fragilidad humana, la fiesta, la tradición, la convivencia
  • Relaciones interpersonales, familia y amistad: intimidad y compartir.
  • Espiritualidad, intencionalidad, transcendencia, servicio.
  • Un ámbito concreto regulador y clarificador de las relaciones humanas y sociales. Un orden, una planificación y unos hábitos que den seguridad, identidad y libertad que pongan en juego lo mejor de uno mismo.

El primer elemento que ponemos es el amor humano porque bien trabajado, cuidado y educado es el verdadero sobreviviente a la muerte. Es la ausencia entrañable, que primero está imbuida de tristeza y nostalgia y, más tarde, se reposa en los recuerdos con sus perfiles positivos. Al final de un proceso vital siempre nos asaltan preguntas esenciales que piden respuesta inmediata: ¿Cuáles son las cosas que realmente deben interesar en la vida? Aquellas que la muerte no se lleva por delante, esas de las que mi proyecto coherente y realista no puede prescindir y que no son otras que estas que acabamos de señalar entre las cuales la primera está el amor y la amistad.

Reconociendo y valorando todo lo que la tecnología y el progreso, bienvenido, nos ofrece hoy; también es bueno señalar que el ser humano, en nuestros días, se ve atrapado en una espiral de hedonismo y consumismo siempre insatisfecho, que le agota y le impide no solamente establecer relaciones sólidas y plenas, sino, ante todo avanzar en el propio camino de su vida. La falta de referentes, la falta de un fondo ético y moral consistente, hacen que cualquier cosa se convierta en una tarea titánica: mantener una relación, educar a los hijos, saber ejercer la autoridad. Nos evadimos, no nos hacemos cargo. La solución nunca podrá llegar sin trabajo ni fuerza de voluntad: es una tarea dura, que puede estar llena de sinsabores, pero el resultado final merece la pena.

Si la vida, y las relaciones que la llenan, se conciben como una cosa dulzona y facilonga, blanda o meramente placentera, estaremos cometiendo un error. La vida no es eso, ni se puede interpretar de ese modo. La amistad tampoco.

Dentro de esta realidad, la muerte de un amigo, de un familiar o de algún allegado siempre es una oportunidad que nos permite reflexionar sobre la vida. No olvidemos que toda filosofía nace a orillas de la muerte. La certeza de la muerte es otra realidad que forma parte del proceso de compresión de la vida y de la formación de la personalidad. La vida es un don para ser entregado, mejorado y devuelto al Señor de la vida.

Pues bien, hoy día se han buscado y favorecido infinidad de maneras de alejar el fantasma de la muerte del horizonte de la vida. El miedo a la muerte es lo más normal para el ser humano, pero desterrarla como experiencia del proceso de formación del ser humano es un soberano error.

En la actualidad se vive en gran medida de espaldas a la muerte. Hoy se esconde la muerte como si no existiera y se exalta hasta el paroxismo el erotismo y la sexualidad placentera que en definitiva es el miedo a morir, el deseo de permanecer, de aferrarse a la vida. Vivimos en plena era de indiferencia: si la vida estorba se arranca no importa cómo. Como con la muerte no podemos hacer lo mismo, la borramos psicológicamente de los temas a tratar en el día a día. La muerte implica sólo el cese de la biología pero no el fin de la biografía, cuyo sentido va mucho más allá de la mera interrupción de las funciones vitales. El ser humano posee un proyecto vital, biográfico, lo cual supone la existencia de un espíritu, entendido en sentido amplio, que nos anima y nos proporciona siempre un porvenir, un ir más allá, un desarrollar una espiritualidad.

El sentido de la muerte brota del sentido de la vida: siempre alguien nos espera tanto en el Inicio como en el Final de la vida. Este es el misterio de la existencia. Esta es la razón de ser y de existir, esta es la motivación clave de toda la existencia: siempre Alguien nos espera porque no soy padre de mí mismo. La vida me ha sido dada y regalada, aquí empieza el misterio de la vida, de la persona y de la vocación.

2-. Trabajar, educar, conocer la “personalidad”. Mira sobre qué construyes, trabaja sobre ti mismo.

  • Trabaja los sentimientos, el carácter, el temperamento. Trabajar los sentimientos fuertes y básicos como la amistad, el enamoramiento. Los sentimientos ponen el equilibrio entre la razón y los instintos.
  • La amistad desarrolla la belleza, la intimidad recíproca y las relaciones humanas. Le da argumento sólido al proyecto de vida, Le da sentido.
  • El enamoramiento es la profunda experiencia que descubre el sentido del otro algo fundamental en la perspectiva de la realización de la persona. Y es ejercicio también para distinguir lo esencial de lo pasajero.
  • La lectura, la selección de lecturas ayudan al ejercicio crítico, a la argumentación y a alcanzar significación.

La adolescencia es una etapa clave en el desarrollo de la personalidad porque es la etapa del descubrimiento de la verdadera amistad entre otros núcleos formadores de la personalidad. Ya en esta etapa hay intimidad, territorio interior donde refugiarse, y las vivencias se remansan allí y se van ordenando, unas veces de forma cronológica y otras por la intensidad de lo vivido. Una de las cosas más atractivas es el descubrimiento de esa zona privada de la que son tan celosos los adolescentes, pues cuando les ha contado un amigo algo muy personal y éste lo dice a otros y lo propaga, aparece una de las primeras decepciones de los comienzos de una amistad. Ya en la adolescencia se valora mucho la discreción como herramienta de afirmación de una relación positiva.

Es apasionante ver cómo los adolescentes bucean en las aguas profundas de los hechos y vivencias que les suceden. Se depositan allí y se almacenan con un cierto orden.

Ellos buscan la autenticidad: lo verdadero, ser comprendidos, queridos, amados, estimados, valorados. Fernando Alberca se ha adentrado en ese universo afectivo, poniendo de relieve la magia de llegar a construir afectos sólidos, amores firmes, que arrancan de enamoramientos que permiten construir parejas sin fecha de caducidad. Todo esto aparece en su libro “Las complicaciones del corazón”, Ed. Almuzara, Córdoba, España, 2008. Una guía de formación muy útil para navegar por los mares sentimentales.

La personalidad es el sello propio y particular de cada uno, la suma de las pautas de conducta que se mueven entre la conducta y el ambiente.

Cuando se han tenido y conocido modelos de identificación sanos y atractivos, el asunto de la maduración de la personalidad resulta más fácil. Cuando se han cultivado los sentimientos y la amistad se han puesto cimientos con consistencia.

Todos en algún momento de nuestra vida de adolescentes nos hemos dedicado a practicar nuestra firma una y otra vez, modelándola, quitando y poniendo, haciendo una rúbrica más atinada. Esto no es otra cosa que ir puliendo y trabajando nuestra propia personalidad.

Los dos afectos más vivos que es capaz de vivir un adolescente son el enamoramiento y la amistad. Enamorarse a esa edad es decirle a alguien: “te necesito, eres fundamental para mí, qué suerte haberte encontrado”. A pesar de todas las inestabilidades que le son propias, trabajar y educar este sentimiento es clave. Se trata de vivencias inolvidables, marcantes de la personalidad que ayudan mucho a descubrir cómo somos, cómo nos ven los demás, en qué consiste realmente el mundo afectivo y qué pozo sin fondo es este universo emocional que allí se hospeda. Es un trabajo de gran relieve acompañar este momento y ayudar a discernir entre afectos próximos que confunden y marean, pero por los que debemos marchar, y lo que es realmente desear, querer, conocer más, compartir, dialogar, sentir atracción.

La amistad es el otro gran sentimiento en la adolescencia y de gran belleza durante ese trayecto. La amistad en la adolescencia tiene toda la frescura y lozanía de las grandes experiencias positivas. Encontrar a alguien con quien hablar, confiar, desahogarse, decir lo que pensamos, contarle las muchas cosas que circulan por nuestro corazón y nuestra cabeza y saber que nos escucha con atención y nos comprende, no tiene precio.

Cicerón dijo que: “el amigo es otro yo. Sin la amistad el hombre no puede ser feliz”.

3-. La maduración espiritual y cultural

  • Ayudar al joven a comprender, distinguir y contemplar los planos diferentes y complementarios de la vida humana: lo natural y lo sobrenatural, lo físico y lo metafísico, lo material y lo espiritual, lo inmanente y lo transcendente.
  • Ayudar a comprender el mundo de la cultura como aquello a lo que ha llegado la humanidad de mejor y más bello. La cultura es libertad, son metas referenciales. La cultura es autonomía e independencia. La cultura es aficción a todo aquello que nos hace ricos humanamente y dueños de nosotros mismos.

La espiritualidad no es otra cosa que hacerle descubrir a un joven que existen dos planos complementarios: lo natural y lo sobrenatural, lo físico y lo metafísico, lo inmanente y lo transcendente. La tradición judeocristiana tiene una fuerza histórica en el enriquecimiento de la cultura que procura desarrollar una humanidad plena, “la vida buena” presentada en la Biblia. Fomentar la lectura de la Biblia como un texto esencial, decisivo, clave es una responsabilidad de todo educando, familia y sociedad en vistas a lograr una humanidad plena.

Esto no es opinión personal si no proposición de grandes humanistas en todo el mundo y en este caso de un médico-psiquiatra reconocido en Europa y EE.UU gran humanista como lo es Enrique Rojas.
La Biblia, nos dice este médico “enseña a tener un sentido de la vida: de dónde venimos, a dónde vamos, qué significan el dolor, la alegría, la sexualidad, el esfuerzo, la enfermedad, la muerte. Una persona bien formada espiritualmente va a ser como un árbol bien plantado y con unas raíces profundas, difíciles de arrancar. Hoy en medio mundo existe una falta de formación en este aspecto, que nos está dejando unos resultados negativos y demoledores. Masas de gentes perdidas sin dirección, sin brújula. Hoy hay que subrayar la primacía de lo espiritual sobre otros conceptos”. Citado en su libro “Amigos, adiós a la soledad”, Ed. Temas de hoy, Madrid 2009.

La otra vertiente que fundamenta una personalidad es la cultura. La cultura es la estética de la inteligencia el gran recurso humano por excelencia. Es un saber de cinco estrellas que nos eleva por encima de la realidad que se abre ante nosotros.

La cultura es el reloj que todos llevamos discretamente en la muñeca, sin sacarlo a cada rato, pero que nos da la hora de lo que está pasando y nos sirve para interpretar los hechos que nos suceden.

4-. Tener modelos de identidad, identificación y de imitación.

  • Sin modelos de identificación e imitación se hace muy difícil adquirir una capacidad de elección y de comparación.
  • Los primeros modelos de identificación e imitación son los padres. La figura del padre y de la madre son las mejores para iniciar un modelo de desarrollo por la autoridad afectiva que tienen a pesar de todas las circunstancias en que se haya dado. Los padres necesitan tener acuerdos básicos sobre la educación de sus hijos.
  • Los docentes son otros referentes a partir de sus propias disciplinas y tareas.
  • El maestro que es cuando el docente se convierte en referente, acompañante y guía especialmente en los momentos de la toma de decisiones.
  • El testigo cuando la vida y el proceder de una persona habla por sí misma y subyuga.
  • El amigo porque es el confidente, el otro yo. Este es imprescindible en la adolescencia.
  • No podemos olvidar que los famosos y los modelos de los medios de comunicación son también referentes y modelos de imitación.

Lo que está claro es que estos personajes existen y siempre se darán en la historia de la humanidad. Son individuos excepcionales, llenos de vigor y de fuerza, con una singularidad magnífica. Hay que buscar los como sea en el presente y debemos ir a su encuentro en el pasado. Vidas singulares que sirven de antorchas para luminar a todo el que quiera encontrar un camino humano superior, que busque la excelencia. Por eso la narración, el contar historias significativas, el contar nuestras historias de vida es tarea fundamental. Nosotros también tenemos una historia de vida para contar.

Señalo dos personajes que han sido contemporáneos nuestros y que vale la pena conocerlos: Victor FRANKL médico psiquiatra austriaco y el vietnamita Nguyên Van THUÂN.

El primero, Victor Frankl como nos cuenta en su libro “el hombre en busca de su sentido”, en pleno campo nazi de Auschwitz, en unas condiciones terribles por un lado y paupérrimas por otro, fue capaz de elaborar un programa de tratamiento que no era otra cosa que despertar la esperanza y la confianza en que alguien nos espera. Simplemente recurriendo a la propia dignidad y valer humano cuando más rebajado estaba. Sin medios ni recursos y siendo tratado de un modo ultrajante, vejatorio, humillante de arriba abajo en lo más elemental de su dignidad humana, siguió su camino siendo capaz de sembrar esperanza en cuerpos y mentes que habían abandonado el desafío de vivir hasta lograr que resistieran y encontraran razones para esperar la liberación.

Esto pone en cuestión cómo en las circunstancias aparentemente más desfavorables el ser humano puede sacar fuerzas de flaqueza y lanzarse a la pirueta de la excelencia.

El otro caso es el del sacerdote católico Van Thuân, que estuvo trece años en la cárcel, nueve de ellos en una celda de aislamiento y los otros cuatro con presos comunes. En la primera etapa acusado de complot contra el sistema comunista, fue encarcelado de un día para el otro y tuvo que reordenar su vida. A los pocos días se dio cuenta de que los sistemas carcelarios marxistas y estalinistas lo que pretendían era la aniquilación de la persona que piensa. Con verdadera maestría hizo un horario en la cárcel, reescribió el evangelio y muchos pasajes de la Biblia recortándolos y poniéndolos en unos papeles mínimos que le dieron los carceleros, y su lema fue: “Esto es lo que Dios quiere para ti. Aprovecha el momento presente llenándolo de amor”. Y eso es lo que hizo.

Con el tiempo dio clases a los carceleros que se ocupaban de él, les enseñó canciones en latín y les hablaba de sus viajes por el mundo, de la idea de lo que era Dios y de cómo el amor es más fuerte que el odio.

En él descubrimos al hombre fuerte, sólido, recio, coherente, lleno de fe, capaz de crecerse ante la ignominia y la indiferencia de los que mandaban, pasando por alto el rebajamiento de su dignidad de persona. Nos regaló conceptos y consejos hoy día en extinción como el perdón. Podríamos señalar algunos otros como Nelson Mandela, Armando Valladares, Vacalv Havel, Madre Teresa, Vicente Ferrer y tantos seres anónimos. Todos relatan amistades que fueron más que un aliado, auténticos bálsamos de comprensión, alivio, confianza y complicidad.

La caída libre de una sociedad se produce cuando se observa una evidente ausencia de modelos sanos, coherentes, atractivos, que son como destellos que alumbran un cielo nocturno en una noche de luna nueva. Para la juventud es de enorme importancia el encontrar modelos fuertes y positivos. Una sociedad de modelos rotos es una sociedad enferma. Este trabajo de presentar modelos fuertes y positivos debemos hacerlo los educadores, cada uno aportando lo que pueda ser de provecho para su entorno. Desarrollando la capacidad de maravillarse con lo bueno, lo honesto, lo que no pasa, de lo que tiene valor de permanencia, lo que alimenta sentimientos nobles de donación, entrega y solidaridad.

5-. Saber administrar inteligentemente los deseos.

  • La felicidad consiste en saber armonizar inteligentemente los deseos y los deberes.
  • La pirámide de los deseos va desde la base a la cúspide: comer, beber, descanso, sexualidad, progreso afectivo y profesional, desarrollo como persona, mejorar la inteligencia, ampliar la vida social, ir hacia más cultura, la espiritualidad y los valores que abren a la transcendencia.
  • Saber escuchar los deberes: principio de realidad en contraposición con el principio del placer, saber armonizar con la solicitud apremiante e inmediata de los deseos (placer, felicidad, ideal).
  • Querer concretizar los deseos sin atender a su dinámica y realidad que automatiza, fija, adicciona, crea dependencia y al final hastío. Saber reconocer al mismo tiempo su capacidad de proyectarnos más allá de nosotros mismos. Atrapa y moviliza. Siempre la polaridad, no anularla.
  • No eliminar estos opuestos queriendo apropiarse de uno de los polos ya que los opuestos con su dinámica son los motores de la vida. Pero urge una adecuada educación y armonización.

6-. Educar para la sencillez, la fraternidad y la humildad

  • Desprenderse de uno mismo y dejar la egolatría para otros
  • Sencillez es: claridad en la mirada, sinceridad en las palabras, y rectitud en los sentimientos.
  • La madurez es: paz, capacidad de perdón, serenidad y benevolencia.
  • Paz, serenidad es tener orden por dentro, saber lo que tengo y lo que soy capaz, saber de mis carencias y necesidades.
  • Perdón, benevolencia es olvidar y mirar para adelante. Comprenderse, perdonarse, comprender y perdonar.

7-. Educar en la libertad y para la libertad

  • Hacerse humano y hombre pleno según todas sus potencialidades. Saberse humano, partícipe del “humus”, de la tierra, frágil y limitado pero animado por el espíritu, ansiando subir y crecer, movidos por los gemidos inefables del Espíritu que habita en cada hombre. (Romanos 7 y 8).
  • Ejercitarse en y para decidir. Veamos dos situaciones que propone el evangelio de Marcos, dos realidades concretas a partir del joven rico y del joven ciego.
    Uno de ellos aparece cómo joven guapo y rico (Mc.10, 17-30 y Mc.10, 46-52), lo tiene todo para triunfar y desarrollarse pero cuando se tiene que decidir por lo mejor, cuando tiene que tomar una decisión que afecta a su vida no puede desprenderse, está atado. El otro es también joven, pero pobre y ciego al parecer no tiene mucha presencia. Sin embargo la pobreza le permite ejercer su libertad y tomar sus decisiones. Grita, pide y se hace oír hasta que le responden y decide ponerse de pie. El joven rico tenía todo pero estaba atado. El joven ciego no tenía nada y puede saltar.
  • El llamado a la libertad sin la cual es imposible alcanzar el verdadero amor, escalar y dar los pasos hacia el verdadero amor que es lo que plenifica (Mc. 12,28-34). Toda la vida es un ejercicio de renuncia a algo bueno para elegir algo mejor. Esta es la verdadera libertad.
  • Tarea de toda la vida: Liberarse de la madre (simbiosis-caos afectivo-puré de emociones-necesidad de atención-apego-nido), superar al padre (la atracción del poder- la ley-lo establecido- la cultura dominante-la seguridad) y reconciliarse con los hermanos (cómplices y rivales en la tarea del crecimiento) para llegar a ser autónomos, en verdadera relación y no en dependencia.

“Relata un cuento Zen que en un monasterio había un discípulo que siempre desafiaba a su maestro. Cierta vez, ocultando a sus espaldas un pájaro que sostenía en las manos, el discípulo se paró desafiante ante el maestro y le preguntó: “Maestro, detrás de mí tengo un pájaro. Dígame Ud. que lo sabe todo: ¿Está vivo o muerto?”. (De tal modo que, si decía que el pájaro estaba vivo lo ahorcaba y si decía que estaba muerto abriría sus manos y lo dejaría volar). El maestro lo miró a los ojos con respeto y compasión, respiró profundamente y con mucho amor le respondió: “Eso depende de ti. ¡La solución... está en tus manos!”.

V. “Ve entra en tu corazón y tu corazón te lo enseñará todo”

1º-. Educar el corazón-la interioridad

Sanear el corazón, hacer verdad, lograr transparentar nuestra propia realidad solamente se logra cuando el ser humano es capaz de ponerse frente al otro dejándose mirar y radicalmente poniéndose ante Dios y dejándonos mirar por Él. Tener un corazón sano y sincero significa aceptarse como uno es y desde ahí comunicarse y actuar. Los grandes problemas nos vienen cuando somos de una manera y actuamos de otra. Ahí empiezan los conflictos, desequilibrios y mentiras.

“La gran obra del ser humano consiste en llevar nuestros vacíos, límites y pecado ante Dios y dejar que Él lo llene” dice uno de los padres del desierto Antonio. Cuando nuestra relación con los demás y con Dios se impregna de honestidad y apertura empezamos a educar un corazón sano. Y este ejercicio no significa inculcar una espiritualidad del miedo, al contrario de la confianza y abandono en el amor de Dios y de los hermanos. Este es el único camino, la única estrategia para educar el corazón. Hoy día suena poco atrayente pensar en nuestras fallas cuando hablamos de educarnos. Con frecuencia hemos humillado a las personas y a nosotros mismos transmitiendo la idea de que tenemos que sentirnos pobres pecadores. No es eso sino reconocer nuestra realidad pero ante la misericordia de Dios que es el que nos ofrece la verdadera autoestima sabiendo que estamos en sus manos. La limitación reconocida no es sino el pretexto para elevar nuestra mirada a Dios. Son nuestros límites los que nos permiten entrar en el seno de la Trinidad.

Un excelente modo de relacionarnos con nuestra fallas y fracasos es reconocerlas, mirarlas y una vez que las hemos visto las ponemos en manos de Dios y no investigamos más; dejamos que Dios las vaya sanando. Dejar que Dios vaya haciendo, largar las riendas, dejar hacer a Dios y a los demás. Con frecuencia nos irrita lo que hacemos mal, nos desagrada encontrarnos con nuestros sentimientos de culpa y nos hacemos reproches. No tenemos porqué recriminarnos nada, ni pensar en lo que ya fue: “Lo veo, lo acepto y lo pongo en las manos de Dios y eso es suficiente”. Lo mismo pasa con nuestros pecados: solamente debemos entregarlos a Dios, pues, Él los perdona y si Él los perdona nosotros también debemos perdonarnos.

Igualmente pasa con nuestras heridas: hemos de mirarlas, presentarlas a Dios, y luego, desprendernos de ellas. No es necesario reelaborarlas, como hacen hoy día la mayoría de las personas que van de terapia en terapia. Es suficiente observarlas, mirarlas y dejarlas en el pasado. Sólo debemos mirarlas y entregárselas a Dios. Pero el problema que tenemos los humanos es que no aceptamos las fallas y el ser como somos y por eso insistimos en querer sacárnoslas, curarlas o no sé qué estrategia, pero nunca aceptarlas. Nuestro problema es que queremos manejar la vida, llenar nuestros vacíos colmar nuestras manías, arreglar nuestras adicciones y buscamos formas y maneras pero no es más que escapar de la única estrategia: aceptar, mirar y entregar a Dios.

Querer manejar la vida, asegurarla, dirigirla, ser el dueño de la vida es la gran obstinación que nos invade lo que en definitiva hace aparecer la “manía” que no es otra cosa que la “obstinación” en querer resolver una situación “falla”, que es propiamente un límite. Cuando aparece el peligro, el stress, la dificultad generalmente me “adhiero” al signo de la vida (la madre) generalmente a través de algo que me llene el vacío. La manía en definitiva es un vacío que intento llenar obstinadamente. Es la obstinación, la rebeldía, querer ir a mi gusto, resolver mi límite yo mismo cuando la única respuesta generalmente es la aceptación.

La manía como anhelo reprimido, impulso mal encarado, sin dirección, desconociendo la dirección del impulso se vuelve compulsivo. Sólo conociendo de dónde viene la carencia, el vacío puedo reorientarlo y aceptarlo. La manía y la adicción son en definitiva una dependencia de la madre, una búsqueda de seguridad camuflada.

La manía, la obsesión es la acción compulsiva que intenta irracionalmente adherirse a algo que afectivamente lo une a la madre. Es la carencia, la inseguridad, el miedo a quedar desamparado, registrada afectivamente esta experiencia como una pérdida. Es la vivencia o re-vivencia inconsciente de la separación, de la dependencia de la madre. Es el recurso irracional a agarrarse a algo que compense la pérdida, el vacío. La manía es la respuesta compulsiva a lo que provoca la “sombra=carencia de la madre” que revive nuestra propia carencia. Es muy importante en los primeros años de vida que funcione bien la “madre acogedora” y la “madre separadora” que es la experiencia que da el equilibrio: unir, acoger, sostener - separar, liberar, lanzar, enviar.

Para llenar ese vacío y esa inseguridad sólo Dios basta, solamente saliendo de sí mismo y arriesgando en los otros y en el Otro. Solamente olvidándose de sí mismo y haciendo algo por los demás se va llenando la sensación de vacío. Querer escapar de la propia “sombra”, del propio límite, del propio pecado, de la obstinación es cerrar los ojos. Quien se acostumbra a escapar de la propia “sombra” termina por no poder verla ni admitirla. Mirar, aceptar y entregarla.

2º-. Educar la afectividad, la sexualidad

Sin duda las ciencias humanas nos han dado hoy día muchos elementos, en especial la psicología, para explicar y comprender mejor el mecanismo íntimo intrapsíquico de la persona humana, como ser sexuado y llamado a amar, también de los llamados al celibato, y así conducirnos al umbral del misterio de la sexualidad y comprender cómo funciona o cómo debería funcionar.

Importa, por lo tanto en primer lugar, recordar que existe internamente un “orden” relativo a estas tres realidades (sexualidad, amor, virginidad) y que la psicología, o al menos una cierta psicología, admite un diálogo con la perspectiva espiritual de la persona o con la reflexión filosófico-teológica que puede ayudarnos a comprender la estructura intrínseca de la sexualidad, del amor y de la misma elección de la virginidad. Si existe un “orden o una característica propia”, será de interés para la persona conocer que más que un deber o una obediencia a esa orden se debe “dar prioridad a la objetividad de la norma sobre la subjetividad” tan caprichosa en este campo especialmente. En todo caso es “la idea del orden lo que nos puede hacer comprender la idea del desorden en este campo”. Veamos algunas indicaciones sobre este “orden-marco”.

a-. El orden de la sexualidad

La sexualidad tiene un código interno, una especie de ADN que manifiesta su naturaleza y sus funciones. Según el análisis psicológico la sexualidad es:

  • Dinámica: No es solamente un dato biológico o psicológico, que impone necesariamente un cierto ejercicio del instinto genital sino que es también, y sobre todo, un dato para hacerse, es decir, una realidad educable que llama inmediatamente a la libertad y responsabilidad de la persona. Es el llamado a integrar una parte de la persona en el todo y puesta al servicio del bien de toda la persona y no solamente a satisfacer esa dimensión desconectada de toda la realidad de la persona.
  • Compleja, fruto de diversos componentes hecha de:
    • Genitalidad: De órganos predispuestos a la relación y a la relación fecunda que hablan de la capacidad receptiva y oblativa del ser humano además de la tendencia a la unión íntima.
    • Corporeidad: cada cuerpo es sexuado y dotado de una identidad de género precisa. Tal pertenencia está en base a la atracción de un sexo hacia el otro y de la capacidad de relación con el otro.
    • Afectividad: La sexualidad adquiere verdadera calidad humana solamente cuando está orientada, elevada e integrada por el amor; crece y se desarrolla en la medida en que libremente acoge el amor que se le da y en la misma medida que es capaz de entregarlo.
    • Espiritualidad: La sexualidad es también espíritu como síntesis de los extremos y capacidad de lectura de estos componentes, para captar una misteriosa verdad, la verdad de la vida humana, que se hace evidente en ella y especialmente inscrita en el cuerpo.
      Algunos médicos especializados en genética hablan de los cuatro niveles de la sexualidad: biológico, psíquico, mental y espiritual.
    El cuerpo humano es el lenguaje más claro y más expresivo de esta realidad estructural de la sexualidad, de este orden o código interno. El cuerpo humano en cuanto “testigo del amor como de un don fundamental”:
    • Manifiesta al ser humano, su procedencia de otro y su ir hacia otro. Su núcleo fundamental es dialógico.
    • Ayuda a comprender el sentido de la vida, como un bien recibido que tiende por naturaleza a ser entregado.
    • Contribuye a revelar a Dios y su amor creador. Que ha amado al hombre hasta hacerlo capaz de un amor dador de vida.
  • Misteriosa: Es evidente, la naturaleza misteriosa de la sexualidad, no sólo porque escapa a cualquier lectura banal y superficial, sino en el sentido más profundo de la idea del misterio, como punto de encuentro o lugar de composición e integración de las polaridades aparentemente contradictorias tanto al interior como al exterior de la persona.
  • Memoria: La sexualidad, de hecho, es memoria inscrita en el ser humano, incluso en su propio cuerpo, de su procedencia de otro y, al mismo tiempo, energía que se abre a otros. Por lo tanto es al mismo tiempo “necesidad” (déficit) y “potencialidad” (recurso) “bien recibido y bien donado”. La naturaleza existencial del ser humano es: “ser recibido y ser entregado”, “regalo y don”, invención divina y realidad plenamente humana, autonomía y pertenencia, autotrasncendencia y enamoramiento, exuberancia y limitación, espíritu e instinto humano,. La sexualidad permite armonizar estas tensiones sin excluir ninguna de las dos polaridades; por esto está siempre cargada de energía y necesitada de orientación y sentido.
  • Identidad: La sexualidad es el lugar, en particular, de la tipificación del género de pertenencia, donde la identidad encuentra su punto de referencia, incluso biológico, y en el que la alteridad alcanza su punto más evidente. La diferencia de los sexos indica la diversidad radical y es símbolo por excelencia de las diferencias humanas que enriquecen a la persona. Es la escuela para aprender a respetar al otro superando toda tentación de homologar al otro y de establecer relación sólo con el semejante a sí mismo. La identidad sexual es fruto de esta complementariedad relacional, y es tanto más firme y segura cuánto está más abierta incondicionalmente hacia el otro, que es distinto de sí mismo, de mí mismo.
  • Fecunda: Cuando la identidad entra en diálogo con la alteridad, la relación interpersonal es fecunda a distintos niveles y direcciones porque crece la dimensión relacional del ser humano como constitutiva de la persona que no se encierra en dos, no encerrada solamente en el “yo-tú”, sino que se abre a un tercero que pueden ser los hijos o simplemente el buscar el bien de los demás. Paradoja esta que si bien uno puede estar tentado de no sentirse amable para los otros, es alcanzado por un amor que lo acoge: Este es el objetivo más cualificado de la sexualidad: la fecundidad plena.

Por lo tanto tener una sólida identidad sexual quiere decir:

  • Integrar estos cuatro componentes que hemos señalado, (genitalidad, corporeidad, afectividad y espiritualidad) y las varias polaridades de la sexualidad entorno a la verdad fundamental inscrita en la sexualidad misma: la vida humana es un bien recibido que tiende, por su misma naturaleza, a convertirse en un bien entregado.
  • Salir de sí mismo y capacidad de relación con el otro, con la diversidad en cuanto tal que es lo que enriquece.
  • Tener una relación fecunda a tres niveles: del yo y del tú, del nosotros, del otro diferente.

b-. El orden del amor

San Agustín es el primero en hablar de un “orden en el amor”, de una estructura interna o de un orden objetivo al cual el amor “obedece” o debería obedecer.

  • Tal orden recalca la estructura jerárquica del ser por el cual cada ser es “amable” en relación con la cualidad y plenitud del propio ser. En este orden evidentemente el ser humano y Dios son más “amables” que cualquier otro ser del planeta.
  • Esta estructura no se da solamente en línea progresiva sino que tiene la capacidad de tener experiencia de un amor, el divino, que no se limita a la simple benevolencia sino que le hace capaz de amar como Dios ama.
  • Capacidad, entonces, de amar con el corazón de Dios: gratuita y desinteresadamente. Acogiendo al otro incondicionalmente. A hacer las cosas por amor y no solamente por obligación, por gusto o por placer.
  • Posibilidad de ser alcanzado por el desorden, por el caos. La afectividad es un área en la que se expresa una cierta inquietud existencial, una ambivalencia de fondo, una atracción contraria, un cierto deseo que hace sólo aparente el movimiento hacia el otro, amado o usado predominantemente para responder a la necesidad de sentirse amado. En otras palabras, podemos llegar a ser esclavos de la “manipulación y seductividad” a través de la que creemos que estamos amando y solamente buscamos ser amados. Por lo tanto es indispensable una cierta “ascesis y disciplina del corazón y de los sentimientos”.
  • Lograr la libertad afectiva para tener la libertad efectiva. Punto de llegada de todo el esfuerzo, educación, purificación y crecimiento en el amor es llegar a la libertad afectiva. Esta nace de dos certezas, de dos experiencias fundamentales que hay que desarrollar: “la de ser amado desde siempre y para siempre, y la de ser capaz de amar para siempre”. Esto es lo que permite entregarse totalmente a otra persona y acogerla incondicionalmente= enamoramiento. Esto le permite expresar en su máximo grado la propia capacidad afectiva amando mucho y a muchos, especialmente a quien tiende a mostrarse desagradable.

c-. El orden de la virginidad

En este campo el análisis se hace mucho más interdisciplinar y abierto a lo espiritual que, por un lado, recoge las indicaciones anteriores, y por otro lado se abre a un recorrido inédito.

  • La virginidad, el celibato de los consagrados por el Reino de los cielos es una “actuación peculiar y misteriosa” referida al “orden del amor”, que anteriormente vimos, o de la estructura jerárquica de la persona, en la cual Dios está en el vértice de la tensión amante, ya que muestra la posibilidad de que Dios se convierta en el objeto exclusivo y totalizante del amor humano, exalta la capacidad afectiva de la persona consagrada.
  • La persona virgen por el Reino de los cielos elige amar a Dios con todo el corazón, la mente y las fuerzas, con todo el ser (más allá de todo amor, incluso de aquel natural y deseado por una mujer o por un varón, hasta el punto de renunciar a él), para amar con el corazón de Dios a las criaturas (= amando a todos intensamente, sin adherirse, apropiarse o excluir a nadie).
  • La elección virginal nunca puede ser privatizada o interpretada para la propia perfección personal, sino que es fundamentalmente anuncio de la “verdad del corazón humano”, creado por Dios y orientado por Él, “llamado” a encontrar en Él la satisfacción plena, cualquiera que sea su estado de vida.
  • Resulta, por lo tanto, fundamental en el orden de la virginidad “el estilo relacional virginal”, como modo de expresar la manera de amar de Dios:
    • El modo de quien no “se pone nunca en el centro” de la relación, porque el centro siempre le pertenece a Dios.
    • El modo de quien “intima con el otro pero sin invadirlo”, porque no es el cuerpo el lugar ni el motivo del encuentro interpersonal en la vida del consagrado, sino su bien.
    • El modo de quien sabe “renunciar inteligentemente al ejercicio físico-genital”, pero busca y encuentra con creatividad formas y expresiones del verdadero amor.
    • El modo de quien dice “no al rostro más bello y atrayente”, pero para querer a quien humanamente no es atrayente ni siquiera eligió. (San Francisco con el leproso, la Madre Teresa con los moribundos, etc.).
    • El modo de quien, al estilo de Jesús de Nazaret, “elige dormir solo”,” sin nada donde reposar su cabeza” para acompañar y experimentar lo que viven todos aquellos que están solos y nunca pudieron tener la dicha del encuentro íntimo con otra persona.

Obviamente este orden no debe ser desatendido y necesita ser respetado en sus implicaciones de fondo y en las consecuencias específicas de las diversas etapas de maduración de la persona y de búsqueda vocacional.

Podemos hablar, en general, de inmadurez y patologías, cuando la persona no es capaz de expresar y realizar en su vida un “camino de maduración en la sexualidad-genitalidad-virginidad” en el caso que haya recibido el don y la elección como su vocación.

En el camino de verificación y sinceramiento personal y en el proceso de despojarnos de todo experimentamos también la fuerza de la sexualidad. Sabemos y experimentamos que la sexualidad surge siempre y experimentamos también la realidad de que nos domine.

Decidir reprimir la sexualidad implica obsesionarse con ella y además lleva a dedicarse a husmear las fallas de los demás. Según la experiencia de los padres del desierto simplemente debemos colocar ante Dios nuestra incapacidad de manejar nuestra sexualidad y, de esta manera, no podrá dominarnos.

No se trata entonces de recriminarnos por no obtener logros en este sentido, ni apretar los dientes creyendo que tenemos el domino de la situación. Debemos contar con que nuestra sexualidad es una parte de nosotros y siempre se hará sentir. Pero no dramaticemos, aceptemos el hecho y presentemos nuestra incapacidad a Dios, eso nos dará tranquilidad.

Si no luchamos constantemente contra ella, se calmará por sí sola. Esta es una vía liberadora, que transluce más amplitud y libertad que los caminos que nos han recomendado desde el moralismo.

3°-. La educación religiosa familiar

La sociedad actual estrena en estas épocas una intensa arreligiosidad, con algunas imitaciones de modelos antiguos. En muchos ambientes el “Yo no creo” parece un nuevo título a presentar, junto a los títulos profesionales y afectivos, conseguidos con más o menos esfuerzo. La mayoría de los “nuevos no creyentes” siguen una tendencia imitativa, ya que en realidad sí creen. Sólo es una cuestión de falta de coherencia y de responsabilidad en muchos casos.

Responsabilidad porque muchos no asumen las consecuencias en la práctica de lo que creen. Como los hay que no son consecuentes con esa arreligiosidad que manifiestan, cuando al sentirse desamparados y angustiados, buscan refugiarse en el Dios al que afirman no creer de una manera práctica. Por lo tanto, muchas veces es más cuestión de responsabilidad que de fe. Hace siglos describía Lucio Anneo SÉNECA: “Los ateos de noche creen en Dios”. En la soledad, fuera del bullicio o en medio de él, el hombre tiene necesidad de Dios y a Él se dirige. Y en su propia intimidad no se siente satisfecho o pleno hasta que cuenta con Dios. Por eso también muchos huyen de quedarse a solas, en su o con su intimidad. No solamente huyen si no que no pueden permanecer con su soledad. Es en el fondo de mi soledad donde está y me espera Dios.

Pero en la época actual la religiosidad empieza a no estar bien vista socialmente en muchos ámbitos. Esta es la causa por la que muchos padres no ven tan primordial la educación religiosa para sus hijos. Simplemente porque les parece que no tiene hoy un valor social, ni sea imprescindible para triunfar y para ser felices.

La cuestión es que todo ser humano, por naturaleza, tiende a su origen: Dios. Y los padres son los responsables de trasmitirles las respuestas a las grandes preguntas del ser humano: ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Con quién? ¿Cuánto? Y a sus preguntas más recurrentes. Esas que se hace y se hizo siempre el ser humano de todas las épocas y culturas: ¿Cómo empezó el universo? ¿Qué he de hacer yo? ¿Cuál es mi misión? ¿A quién he de amar y quién me amará? ¿Qué es la verdad y cómo encontrarla? ¿Qué es la belleza y la bondad? ¿Cómo vivir bien? ¿Cómo mejorar la sociedad?

Por lo tanto tienen, los padres y los educadores, el deber de posibilitarle al hijo y educando el desarrollo libre de su religiosidad, para que el día de mañana pueda elegirla si así lo desea. Los padres no coartan la libertad de sus hijos y tampoco los educadores, cuando los posibilitan desarrollar su religiosidad, sino que, por el contrario, aumentan su libertad, ya que les señalan cómo ser coherentes - si lo desean - con lo que son.

Solamente el cómo. Sin exigencias. Porque al fin y al cabo serán los hijos los que deberán elegir libremente. Esto ocurre con mayor claridad en la adolescencia. Precisamente la limitación de la libertad sería mantenerles en la ignorancia. Sólo se puede elegir si se conoce antes y solamente se puede conocer si se les enseña. Tengámoslo claro

Quiéranlo o no, lo crean o no, si Dios existe, existe con independencia de lo que opinen padres, hijos o educadores. Sin embargo la actuación de los padres y educadores es clave. La carencia religiosa durante la infancia genera un vacío difícil de subsanar de forma ordinaria. Por lo tanto se trata de una obligación de los padres y una necesidad de los hijos. A menudo hay padres que consideran la formación religiosa de sus hijos como algo que mutila a sus hijos. Lo consideran así porque no han sido educados religiosamente o porque no han vivido la práctica de su religión.

La práctica clínica de algunos profesionales de la psiquiatría señala que su experiencia - con delincuentes juveniles - asegura que son muy pocos los adolescentes que viviendo una religiosidad coherente y sana, practican conductas antisociales. Igual que los que frecuentan grupos de comportamiento antisocial no profesan prácticas religiosas sanas.

4º-. La verdad de Jesús nos hará libres

Hay un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. De un Dios que quiere un mundo cada vez más humano para todos sus hijos e hijas. Habla siempre con autoridad porque habla desde esta verdad. Por eso no tolera la “mentira ni el encubrimiento. No soporta las manipulaciones”. En su práctica apostólica uno de los gestos claves en el encuentro con los mentirosos será desenmascarar y clarificar, dejar al descubierto. Jesús se convierte, según la acertada expresión de Jon Sobrino, en “voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz”.

Los evangelios recogen de diversas maneras la preocupación básica de Jesús: “Vigilad. Estad alerta. Vivid despiertos”. Sabemos que las grandes causas piden tiempo, trabajo, abnegación y perseverancia. Necesitamos, para cambiar el sistema perverso del capitalismo salvaje, confianza en la acción de Dios y paciencia ante la lentitud de los procesos. También hay que saber aprovechar lo que Dios nos quiere decir a través de esta crisis de sentido, de consumo y de desprecio de las víctimas. Nos puede enseñar a vivir de una manera más solidaria, a ser más pobres pero más humanos. Quizás más necesitados pero más unidos para afrontar los problemas.

“La irracionalidad del sistema nos lleva a una aberración del actual Imperio financiero que ha logrado en este momento que el Capital Productivo en el mundo ronde los treinta y cinco trillones de dólares, mientras el Capital Especulativo puede estar entre los ochenta y cien trillones. Es un disparate mayúsculo, una locura irracional del sistema que las tres personas más ricas del mundo posean activos superiores a toda la riqueza de los cuarenta países más pobres, donde viven seiscientos millones de personas”. (Datos que aparecen en el libro de Leonardo Boff: “El Planeta Tierra, Crisis, falsas soluciones, alternativas”, Madrid, Ed. Nueva Utopía, 2011).

También es sintomático que en pocos años ha ido creciendo el flujo de inmigrantes que suben del Sur hacia el Norte y también que mientras tanto crecen y se multiplican los movimientos de “los indignados”.

Hay otro hecho, en relación al sistema actual, más importante. José María Castillo (“Espiritualidad para insatisfechos”, Madrid, Trotta, 2007), autor de este libro, lo considera el más importante por ser “lo más decisivo y también lo más esperanzador”.

La crisis está generando y provocando un giro nuevo a la historia. “La historia moderna está iniciando un camino nuevo casi sin darnos cuenta”. El antropólogo e historiador de las culturas, René GIRARD, ha formulado así el gran giro antropológico: “Nunca una sociedad se ha preocupado tanto por las víctimas del sistema económico como la nuestra...
“Ningún período histórico, ninguna de las sociedades hasta ahora conocidas, ha hablado nunca de las víctimas como lo hacemos nosotros”
. (René Girard, “Veo a Satán caer como un relámpago”, Barcelona, Anagrama 2002).

Surge por todos lados y a través de pequeños signos, la preocupación social por la humanización de la vida y siempre en la misma dirección la defensa de las víctimas del sistema. Este es el dato importante y el signo esperanzador: “Dios no es indiferente al sufrimiento. Dios sufre con el que sufre. Dios nos interpela desde las víctimas inocentes”.

Encontramos en esto el corazón de la “utopía de Jesús”: Un mundo regido por la compasión, un camino marcado por la pedagogía de la compasión y del encuentro.

René Girard no duda en señalar que: “El poder de transformación más eficaz no es la violencia revolucionaría, sino la moderna preocupación por las víctimas del sistema”. Juan Bautista Metz habla del “experimento de la compassio, aunque fuera de la manera más sencilla y modesta”, como el modo transformador del mundo más firme.

5º-. Proceso de humanización según el Evangelio

  1. Humanizar y humanizarse implica bajar a la frugalidad de cada situación humana. Humanizar, según el proyecto de Jesús en la Bienaventuranzas, implica compasión, misericordia, acercarse, austeridad, desapropiación, vigilancia, paciencia y lucha.
  2. Humanizar implica fraternizar, hacerse hermano. Pero para sostener esa fraternidad, la comunión es necesario un proceso de filiación y de reconocimiento de un Padre común generador de la fraternidad.
  3. Cualquier proceso serio de humanización implica proceso de fraternidad, de compasión y éste, a su vez, exige un proceso de filiación, de un Padre común.
  4. Ante un mundo dirigido por un sistema capitalista-neoliberal-individualista-inhumano, el signo de los tiempos, es la preocupación creciente por las víctimas y los excluidos por este sistema. Crece la sensibilidad solidaria y comunitaria, como grano de mostaza, pero crece. Esto es el signo del “dedo de Dios” en la historia actual. El antropólogo René GIRARD, nos lo señala en palabras ya citadas más arriba.

Pensadores como Edgar MORIN y Règis Débrais señalan claramente, en sus estudios sobre el futuro de la historia, que lo único que la puede salvar de su crisis de inhumanidad, es la solidaridad, lo comunitario. Pero esta solidaridad y comunidad para que permanezcan necesitan de un sostén que va más allá de lo humano. Necesitan el apoyo de lo transcendente y la necesidad de iniciar el diálogo con quien es razón de ser de nuestra fraternidad.

Sobre esto la fe cristiana nos habla de que “al principio era el Logos, la Razón, el Sentido” (Jn. 1,1-18). Aquí tenemos una puerta abierta para iniciar ese diálogo. El Logos, la Palabra, la Razón, la Verdad, el diálogo, la sabiduría, el amor, el sentido se ha hecho carne. En Jesús de Nazaret el sentido de la vida, la racionalidad y el amor toman nombre y apellido. Lo celebramos en la Eucaristía y ahí se nos da y se convierte en alimento; en comida y en bebida.

Él es el camino, la verdad y la vida. Él se hace camino, ansias, diálogo, encuentro personal, razón de ser, tensión hacia la verdad y hacia la caridad. Él es el arte del bien vivir y del bien morir. Él es la sabiduría, la racionalidad que ha creado y sostiene el mundo. Es Dios, es luz y esta luz es vida para los hombres. Esta Palabra, el Sentido y la Racionalidad vino a los suyos y estos sus hermanos no lo recibieron pero a los que lo recibieron les dio la plenitud y el sentido de la vida. Su carne y su sangre son verdadera y bebida y comida, son razón de existir, alimento sustancial, sostén y verdad. Jesús es el “camino”, nosotros somos “los del camino”.

El camino cristiano es un proceso personal y comunitario que va más allá de toda nación, raza, religión. Es el proceso de la búsqueda y del encuentro con la verdad y el sentido de la vida. Cuando venga el Espíritu Santo les enseñará y les recordará todo.

6°-. La vida cotidiana y la espiritualidad

Es evidente que la proliferación de libros de autoayuda responde a la gran necesidad que tiene la humanidad de hoy de acertar en la vida. Deseamos fervientemente tener éxito en la vida, pero cada vez más reconocemos que esto es imposible si no acudimos a Dios. En esto no estamos solos pues tenemos toda la experiencia de tantos hombres y mujeres y las ricas fuentes de la espiritualidad cristiana.

Sabemos cómo a través de una ascética=ascender consecuente, de un verdadero reconocimiento propio y del no parar de golpear a la puerta del Señor, muchos cristianos, hombres y mujeres de todos los tiempos lograron hacerse permeables al amor de Dios. En un mundo oscuro y desgarrado, permitieron que Cristo brillara en sus cuerpos.

Este trabajo representa para cada ser humano un desafío fuerte a saber: convertirnos en símbolos de la presencia de Dios en nuestros días. Si, tal como ellos lo hicieron, permitimos que el amor divino nos inunde, nuestro mundo secularizado también se iluminará con la luz de Dios, a través de nosotros. Si dejamos que el amor divino cure nuestras heridas, podremos irradiar una luz de sanidad y el lugar que habitamos se hará más sano. Las personas encontrarán esperanza en el efecto benéfico de nuestra transformación humana y ellas también podrán experimentar la salvación y la liberación, la iluminación y la transformación.

La palabra espiritualidad se ha puesto de moda. En determinados círculos se ha puesto de moda y es “chic” considerarse “espiritual”. Un camino espiritual que no se realiza en lo cotidiano es un camino equivocado. La verdadera espiritualidad pone de manifiesto experiencias interiores que estas personas alcanzan gracias a la práctica de ejercicios y muy rara vez a través de una experiencia súbita, instantánea.

La espiritualidad, se expresa en el diario vivir, en el modo y la actitud con que hacemos las cosas.

La espiritualidad de la vida cotidiana se ejercita fundamentalmente a partir de tres pilares:

  • Agradecimiento: podemos y debemos agradecer a lo largo del día por los muchos regalos de la vida. Deberíamos agradecer también por las distintas dificultades de la vida. En esos momentos podemos aprender a tratar con los sentimientos negativos de la vida. Lo difícil y desagradable nos ayuda a valorar lo bueno y lo bello.
  • Humildad: El liderazgo se nutre de la humildad que nos permite permanecer pequeños y no ponernos por encima de los demás.
  • Disciplina: en su justa medida nos ayuda a superar nuestra pereza, nos sostiene a fin de obrar con constancia sin que seamos dominados por nuestro estado de ánimo.

Lo cotidiano y las simples tareas de la vida diaria constituyen el objetivo de todo aprendizaje espiritual. Los deseos, sobre todo los más profundos, las ansias, las aspiraciones y el eros son las raíces de la espiritualidad. Las acciones, los hábitos, la disciplina y sobre todo la orientación que le demos a todo ese cúmulo de energías son la espiritualidad que forjaremos. El deseo es nuestra enfermedad fundamental. Estamos tan sobrecargados del deseo que descansar nos resulta difícil. El deseo es siempre más fuerte que la satisfacción. Dentro de nosotros hay como un fuego inextinguible que nos hace capaces de “caminar”, de “buscar” pero también incapaces, en esta vida, de alcanzar una paz completa. Este deseo alienta el centro de nuestras vidas, en la médula de nuestros huesos y en los rincones más profundos del alma.

En definitiva es ese anhelo, fuego, inquietud, intranquilidad, apetito, soledad o nostalgia que nos carcome, como un dolor congénito que está en el centro del corazón y de la experiencia humana y que es la fuerza última que nos arrastra a todo lo demás.

El deseo puede mostrarse como una herida dolorosa o como una esperanza deliciosa. La espiritualidad es lo que haremos con ese deseo. Qué hacemos con nuestros deseos más profundos, tanto en términos de manejar el dolor como la esperanza que nos trae, ésa es nuestra espiritualidad.

La espiritualidad es lo que hacemos con nuestra inquietud, es lo que da forma a nuestras acciones. El deseo nos hace actuar y cuando actuamos construimos nuestra integración, desarrollo o nuestra desintegración. Mucho tiene que ver la espiritualidad con el “eros” bien manifestado en el Cantar de los Cantares y en la poesía de un místico inefable como San Juan de la Cruz: “En una noche oscura, en ansias de amores inflamada, ¡oh dichosa ventura! Salí sin ser notada dejando ya mi casa sosegada”.

Para este místico son las ansias urgentes, el “eros”, aquello que constituye el punto de partida de la vida espiritual. Caminar, buscar es la mejor expresión de la realidad del hombre en la Biblia, “caminantes” o “los del camino” les llamaban al comienzo a los seguidores de Jesús.

No es fácil ser santos, tener una disciplina. Más fácil es, muchas veces, ser una persona de buen corazón, pero arrastrada a beber todo lo que la vida tiene para ofrecernos pero, eso sí, con el peligro de desintegrarnos y morir por falta de descanso; “por no saber entrar en el descanso”. La espiritualidad tiene que ver con la forma como canalizamos esas ansías, el eros. En los intentos por hacerlo experimentamos algo con lo que la mayoría de los humanos nos topamos: una tremenda complejidad, una lucha dolorosa por la elección y el compromiso, una combinación muy humana de virtudes y pecados. La espiritualidad tiene que ver con el espíritu que llevamos dentro. Elegimos cosas que nos integran y otras que nos desgarran.

Hno. Aurelio ARREBA
Pascua de 2014