Atrás queda un año más, un curso más de trabajo y estudio. Los días se os han ido con rapidez, ya no los tenéis; os queda sí, el fruto recogido en sus horas.
Habéis estudiado las asignaturas del curso, habéis hecho su aplicación en múltiples tareas prácticas; cada día habéis asistido a clase, aunque sentisteis, muchos días, la tentación del desaliento. Y bien, todo esto os queda: nuevos conocimientos y satisfacción del deber cumplido.
Pero queda aún más. Cada día habéis oido la palabra del Evangelio en múltiples relatos, en formas diversas, de acuerdo a vuestra edad; cada día habéis escuchado el consejo de vuestros profesores y maestros. Cada día habéis pasado un instante de saludo ante el Sagrario de nuestra capilla. Cada semana quizá, muchos os habéis acercado al sacramento de la penitencia y de la eucaristía. Y todo esto, sin duda, ha dejado en vosotros una huella imborrable, un surco profundo de fundamental trascendencia para vuestra vida.
Todo esto es lo que os queda de un año de labor.
Ahora, cuando os llegue esta MEMORIA ESCOLAR, estaréis disfrutando de las merecidas vacaciones. Estoy seguro que, una y otra vez, la hojearéis para revivir momentos de un año escolar, para recordar una historia alegre o también triste, porque en un año de estudios, las alternativas de la vida afectiva son muy diversas. Leeréis vuestros nombres y os sentiréis satisfechos o apenados, porque ese nombre será la evidencia de un triunfo o de un fracaso. Miraréis una foto y ella os traerá todo un mundo de vivencias.
¡Cuántas cosas para el recuerdo!...
Y bien, recordadlas, y quiera Dios que esa MEMORIA de tantas cosas, como son las de un año escolar, sirva para manteneros alerta en el cumplimiento de vuestros deberes religiosos durante estas vacaciones.
Muchos son los que piensan que las obligaciones de estudiante católico, son sólo para los días de curso; que en las vacaciones todo nos está permitido. Rectifiquen su criterio los que así piensan y tengan la firme convicción de que no hay vacaciones para el alma.
La lucha os espera durante estos meses de descanso. Pero no temáis. La victoria será vuestra si ponéis vuestra confianza en Dios, si no olvidáis la oración y la frecuencia de sacramentos. Si así lo hacéis, tened seguro que el reencuentro de marzo tendrá la frescura de una nueva primavera, con el cuerpo descansado y el alma transparente.
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