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Recuerdos de la SaFa

Foto de la Clase Segunda del Curso Comercial, año 1950.

Este querido colegio que, desde mi padre Antonio Seré Rücker (haciendo la Comunión el 22/10/1908) disfrutamos mi hermano mayor, Antonio, del 40 al 46, yo, de 1950 a 1959 en SAFA Aguada. Luego mis hijas, del 80 al 86, y mis nietas, de 2006 hasta hoy, en el San Juan Bautista.

Quiero hoy remitirles un modesto pero muy sentido recuerdo y agradecimiento, especialmente al Hno. Héctor y al imborrable Hno. Victorino...

Guillermo Seré

Apartamento de Rondeau 1410/001 y la Sagrada Familia

Ese apartamento tendría una notable importancia en el futuro de mi vida, ya que en él se gestaría mi formación ciudadana, a partir de los nueve años. Mirando en retrospectiva yo llegaba a un medio extraño, casi diría agresivo. Llegaba a convivir con compañeros que en su gran mayoría ya tenían años de vivencias con bondades y maldades. Creo que la elección del Colegio y Liceo Sagrada Familia fue un acierto. La gran mayoría de sus alumnos eran hijos de estancieros o de comerciantes prósperos y muchos incluso estaban pupilos, viviendo allí mismo. Por mis estudios en la Escuelita de la estancia San Marcos, yo tendría que haber entrado en tercero de primaria. Pero luego de algún examen y conversaciones de los viejos con los Hermanos, se convino que entrara en segundo. Pese a todo el respaldo del Hermano Mauro, titular de la clase, los primeros días fueron trágicos y adaptarme realmente al medio me llevó toda la primaria y aún así no pude superar una timidez e ingenuidad que arrastré siempre. También es verdad que de entrada me hice de muy buenos amigos: Miguel Angel Quadrelli Sánchez, Juan José Roure Beramendi, Miguel Angel Olave Delfino, José Luis Egozcue Oteiza, Mario Vergara, con quienes cursamos siempre juntos, toda la Sagrada, y que hoy nos volvimos a reencontrar. Inolvidables compinches de visitarnos en nuestras casas o ir al cine Radar los jueves de tarde. Y hasta pasamos vacaciones juntos en nuestra estancia San Marcos y en la casa de playa de los Roure en Jaureguiberry o en la chacra de los Quadrelli en Pando. Y los inolvidables picados en la calle Carlos Berg frente a lo de Olave, vecino de Luis Vanrell (que nos escondía a sus divinas hermanas).

La Sagrada, qué Colegio!! Por instrucción y por construcción. Era una U de cuatro pisos arrancando en Agraciada, seguía por Lima y terminaba en Yaguarón, con grandes patios al medio, separados por una línea de aulas fundacionales, donde se cursaba sexta, séptima, octava y novena comercial. Frente a ellas está la foto de 1908, donde el viejo está con sus compañeros de la Primera Comunión. Se entraba por Agraciada 1960, por una gran marquesina a un Hall con un cuadro de azulejos representando a la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Al N. la Dirección, al S. la bedelía, la librería, la Capilla, escaleras al subsuelo y a los pisos altos. Siguiendo en la planta principal sobre Lima y sobre Yaguarón estaban las aulas de primaria, de a dos por grado. En el primer piso sobre Yaguarón y Lima las aulas de Liceo, también de a dos por grado, y sobre Agraciada aulas de Comercio. En el tercer y cuarto piso estaban las habitaciones de los Hermanos y de los numerosos pupilos, que venían de todos los rincones del país. En el Sub-suelo, estaban las despensas, calderas, cocinas, lavaderos y comedores.

Todas las aulas en su lado hacia los patios, daban a largas galerías de tres metros de ancho, por donde se circulaba en orden para entrar a las clases y para ir a los recreos o a la salida, se iba en rigurosa doble fila de menor a mayor. Hacia el exterior, grandes ventanales de vidrio, que daban luz y aire más que suficientes. Mi primer aula, la de segunda primaria quedaba al fondo de la planta principal, sobre Yaguarón. Capacidad de cuarenta alumnos, en doble fila de pupitres de madera, con tintero de porcelana en el ángulo derecho. Al frente una tarima, con el escritorio del maestro y un gran pizarrón negro. Traté de integrarme lo mejor que pude, pero me cargaban abierto con mi timidez y con mi acento paisano, por lo que me motejaron “el canario”, sobrenombre con el que todavía me conocen cantidad de amigos. Lo que me salvó fue el deporte. Con la facilidad que yo tenía, al poco tiempo jugaba bien a la pelota de mano que era el deporte por excelencia de los recreos y en el fútbol no tenía ni gracia. En los estudios desde el arranque mis fuertes fueron la historia, redacción, gramática, dictados. Los números nunca me gustaron.

Y en la Sagrada no se jugaba con el estudio, allí había que saber y el sistema de control era agobiador. Primero la libreta del maestro, donde anotaba todo, calificaciones, conducta, asistencias, puntualidad, asiduidad, puntos ganados y perdidos, etc. Todos los domingos de mañana, antes de ir a misa a la Iglesia de la Aguada, nos daban la libreta con la nota semanal, con las observaciones correspondientes, que tenía que volver el lunes firmada por el viejo. Las notas eran Optima, Buena, Regular y Deficiente y el orden dentro de la clase. Si no era Optima se ponía la materia en se falló. No preciso decir que si no sacaba óptima, el viejo me dejaba sin cine, estadio, y toda otra diversión hasta la próxima nota. Reconozco que el sistema era casi militar, pero en los nueve años de Colegio, creo que saqué dos buenas y oscilaba entre los diez y quince puestos de la clase. Después estaban las notas mensuales, las semestrales, y las anuales con la entrega de premios en el entonces teatro dieciocho de Julio, en 18 entre Yí y Yaguarón. Pero atrás de esa buena actuación mía estuvo siempre, como un ángel guardián, mi queridísima hermana Magdalena. Me llevaba y traía al colegio, me hacía hacer los deberes, me los corregía y me tomaba las lecciones hasta que realmente las sabía. Un fenómeno de madre postiza. Pobre, me acuerdo que le gustaba el Hno. Mauro, que tenía su pinta y además me trataba muy bien a mí, con ese corazón que siempre supo tener la Sagrada, conmigo y después con mis hijas. Las clases eran de mañana y de tarde, de ocho a once y media y de una y media a cinco, salvo jueves y sábados, que eran sólo de mañana.

En ese año cincuenta, empezó la nueva vida social. Primero que nada los fines de semana a ver a Nacional, con el viejo, mi tío ídolo Charles, Carlitos y a veces Pancho Ferber. Siempre a la América del lado que cargaban los trico. El viejo y Charles ya me habían hecho socio bolso el 3/6/1948, y no faltábamos partido lloviera o no. La vieja y Adela se quedaban en el Nash rambler de Charlón, conversando en el estacionamiento. El otro día del fin de semana, íbamos a ver un partido de la B, preferentemente a Bella Vista. Los sábados de noche toda la familia a cenar afuera, el Ritrovo de gli Amici, el Forte de Makalé, la cervecería Oriental en la calle Yatay, S Stradella, Morini, El Aguila, etc. Otro programa era ir al boxeo que le gustaba mucho a Charles, y también al cine Ariel en dieciocho entre Cuareim y Yi, donde pasaban informativos y daban películas de Sandrini y de Cantinflas. Cuando se venía un beso el viejo nos hacía bajar la vista a todos. En las vacaciones de Julio, escuchamos el triunfo de Maracaná en San Marcos y nos vinimos de apuro a esperar la llegada de los campeones del mundo. Había tanta gente en el trayecto, que optamos por irnos al Estadio y allí casi de nochecita, en la América contra la Colombes, en medio de un griterío infernal entraron los jugadores, que para mi desazón estaban vestidos de particular. Y para culminar el año Nacional Campeón ganándole a los manyas con dos golazos de Miseria García. El viejo hacía un régimen de trabajo de lunes a viernes en la estancia y los fines de semana los pasaba con nosotros.

Luego vino tercera A, con el Hno. Alvaro, buen profesor que sabía ser severo y comprensivo. Y después cuarta A y quinta A, los dos años con el Hno. Edilberto, un francés grandote que le gustaba mucho los deportes y formó un cuadrazo para el campeonato interno del colegio, que se jugaba en el patio central de baldosa, siete contra siete. Con gran desilusión arranqué como suplente de aquél cuadro, que ganó todo lo que había para ganar. El famoso Maquinita, de camiseta celeste y pantalón blanco. En quinta ya fui titular con esta integración: Egozcue (el actual dueño de las heladerías Batuk); Esteban Frost (el perro) y Pablo Galimberti ( el actual Obispo de San José); en el medio jugaba yo y adelante Ricco, Walter Bauzá Friling (actual abogado y amigo) y Stratta. Alternaban Daniel Calabia (el de la famosa camisería), Juan Roure y Echeguía. Volvimos a salir campeones y de allí en adelante pasé a ser el organizador, delegado, jugador y capitán de todos los cuadros en que intervine. Tenía permiso especial para ir a entrenar fuera de hora al colegio y hacíamos primores en los picados de tres contra dos, Egozcue y yo contra Roure, Quadrelli y Olave. Y otras veces con los pupilos Santa Cruz, Echevarría, Mongrell. Se juntaba gente para ver pisadas, jopeadas, túneles, taquitos, mondonguillos. Allí también formamos el terceto de pelota de mano con Roure, que era muy bueno, y Quadrelli que era incansable, y nos aburrimos de ganar en primaria y secundaria. Pero nunca pudimos salir campeones del Colegio, porque en Comercio estaban los mellizos Antonio y Marcelo Santa Cruz, que eran francamente invencibles. Sólo les ganamos una final a paleta y por un campeonato cualquiera.

Después vino sexto de primaria, llamado Ingreso, porque salvando el examen que había que dar en una escuela pública, se pasaba a Liceo, o si no se optaba por el curso comercial en que lo preparaban a uno en contabilidad, especialmente para acceder a trabajar en Bancos, que era el empleo más codiciado de aquellos tiempos, o llevar los libros de las empresas de los padres. Allí tuve que hacer la primera opción. A mi me gustaba el Liceo y casi todos mis amigos iban a hacerlo. Los Hermanos de la Sagrada también aconsejaron en mi favor al viejo y a dar el Ingreso. ¿Como laburó mi Magdalenita! Yo creo que estudió más que yo. Por la S del apellido me tocó darlo en el viejo liceo Suárez de Br.España. Increíblemente me asusté y yo que nunca hacía faltas, hice algunas inauditas y casi pierdo. Me salvó matemáticas. La clase de Ingreso estaba en el segundo piso, justo arriba de la segunda primaria. El profesor era el Hno. Arsenio, que tenía un genio respetable. Siempre andaba con un balín (de jugar a paleta), y cuando uno estaba distraído o haciendo alguna travesura, ¡pafate! preciso balinazo. Una vez, un pupilo grandote lo quería pelear y se agarraron en un recreo meta piña y después no pasó nada. Pero los balinazos siguieron.

Y llegué al Liceo en el año 55, con catorce años cumplidos. Todo ese cambio, de pasar a tener muchos profesores, los pantalones largos, mirar a las mujeres con intención. Pese a mi compañera timidez, ya tenía seguridad en mí mismo y empecé a desarrollar mi capacidad de iniciativa, que me hacía líder en las actividades, pero en toda mi vida me faltó ese algo para llegar a caudillo. El profesor titular de nuestra clase primero A de liceo, fue el hermano Martiniano, muy bueno él y además un permisivo profesor de matemáticas, por lo tanto estudiábamos cuanto, cuanto. Y allí empezamos a gozar de grandes profesores, hermanos y laicos, que nos dieron distintas materias a lo largo del Liceo. Entre los laicos tuvimos a los hermanos Vilar del Valle, José Luis en historia natural y Julio, apodado puchito porque fumaba mucho y se dejaba el pucho en los labios, en física y química; Mateo Fernández en instrucción Civíca; el grande Lauro Ayestarán en cultura musical; Félix Chiapini en literatura. De los hermanos del Colegio, Victorino lo más grande en mi materia preferida, Historia Universal y Patria. Este Hno. tuvo la psicología de hacerme adorar la materia. Una vez no había estudiado, pese a ser uno de los mejores, gran desconsuelo mío porque se me venía la nota al suelo. Sin decirme nada, me llamó dos veces seguidas y respondí bien. Entonces me dijo que en la patinada no me había puesto nota y que me había probado si era buen estudiante. Se transformó en mi ídolo. Otra cosa Antimo, bravísimo en matemáticas, me hizo odiarla y me mandó a examen en segundo, lo llamábamos la vaca. En dibujo, que yo era bastante bueno, el hermano Epifanio (a) nota, porque terminaba sus aseveraciones diciendo ¿nota?; el hermano Sixto, en literatura, un gallego fenómeno que me apoyaba en mis actividades gremiales y políticas; Alfonso Rodríguez, brillante en filosofía; Marcial en francés, además era el director del Colegio, gran señor, pero aplicaba la disciplina con rigor. Eymard también en matemáticas de tercero y cuarto, pero yo ya estaba acobardado. En religión, el capellán era el actual obispo de Florida, Raúl Scarrone, con quien yo discutía constructivamente los temas más candentes, en mis épocas de miembro de la Acción Católica, gran tipo. Conocí al famoso Hermano Damasceno, ya muy viejito, autor del ensayo de Historia Patria donde estudiamos y que, pese a su versión oficialista de la historia, me convencí de la verdad histórica de los blancos. En fin, notables profesores que los valoraría debidamente en el correr de la vida.

Ya en el primer año, empecé a organizar campeonatos interliceales. Y hacía todo desde citar a las reuniones, a hacer los reglamentos. No eran representaciones oficiales de los Colegios, pero siempre nos seguían las barras de aliento. A nuestro Club le pusimos Independiente y, cosa rara en mí, con camiseta roja y pantalón azul, por los diablos rojos de Avellaneda. El primer campeonato lo jugamos en Don Bosco, en Mercedes y Gaboto. Cuadros de siete contra siete porque el tamaño del patio no permitía más. Había cuadros del Seminario, Los Vascos, Los Maristas, el San Juan y otros que no me acuerdo. Compramos las camisetas, pantalones y medias, en la casa Sanz, en Uruguay y Rondeau, hacíamos rifas y kermeses, para bancar los gastos, pero normalmente cada uno se pagaba lo suyo. Se jugaba a muerte y generalmente ganábamos. En segundo año, a los treinta días operarme de quiste hidático, donde me sacaron dos costillas y me hicieron un tajo de cuarenta cms., me fui a jugar un partido vendado, tapando todo con una camiseta por debajo. Absoluta inconsciencia de los quince años. Menos mal que no pasó nada, cuando se enteraron en Don Bosco me querían matar. En casa ni mutis.

En tercero y cuarto año ya nos considerábamos hombres y los partidos de patio pasaron a cancha grande y ya intervenía Adic o algo parecido, organizando campeonatos oficiales y por supuesto que yo era el organizador, delegado y capitán de la Sagrada. Ahí sí que me hice caudillo y ayudado por mi vozarrón dirigía los partidos. El Colegio nos daba los equipos, la gloriosa camiseta verde con pantalón y medias blancas. Nuestra cancha era la de Camino Repetto, a diez cuadras hacia el E. de Cuchilla Grande, donde la Sagrada tenía un predio con dos canchas, con una bajadita que había que repecharla en los segundos tiempos. En esos tiempos los pupilos de la Sagrada, también tenían cuadrazos, llevando diez años invictos en la cancha, y me hicieron el honor de invitarme a jugar en el equipo. Tuve que ponerme tres cuartos pupilo para poder ingresar. Eso quería decir, que menos dormir hacía vida de pupilo. Entraba a las ocho de la mañana y me iba a las ocho de la noche, después de hacer los deberes. Y a veces me quedaba a dormir para chivear un poco con amigos que siempre recordaré. El gordo Raúl Fraschini Petrini, de Paysandú, un crack en matemáticas y nos sentábamos juntos en la última fila para tomar mate a la hora de los deberes. Con los mellizos Santa Cruz, de Melo, que antes de almorzar se ejercitaban dándose terribles piñazos en los estómagos, para demostrar que eran guapos y además en lugar de barriga tenían una tabla. Muy buenos tipos. Jorge Mongrell, no era de mis amigos pero era el caudillo y capitán de los pupilos. Y pese a que yo naturalmente también mandaba, nos llevábamos bien. Con él no había partido perdido, y de acuerdo al rival, nos turnábamos a jugar de centro-half, entreala o back izquierdo. Como yo tenía flor de patada con las dos piernas, entrenadas en Rondeau, el me las daba picando al borde del área y me aburrí de hacer goles. El petizo Echeverría de Flores, (a) La vieja, porque tenía cara de viejo y físico de niño. Imparable entreala derecho, guapo y goleador.

Cuando podíamos juntar a pupilos y a externos no nos ganaba nadie. Pero había mucha rivalidad y nunca pudimos jugar un campeonato. En mi doble condición, llegué a jugar tres partidos en un día, de mañana con los externos y de tarde con los pupilos, jugué una final con la reserva y enseguida con el primero. Claro, tenía dieciséis años y era mi época de oro futbolera, dejaba todo por el fútbol, llegué a falsificar la libreta de notas para que el viejo no me engayolara. Hasta las mujeres quedaban relegadas. Por la calle Piedra Alta y Nueva York, vivían dos amigas mayores que yo. Yo pasaba a menudo cuando iba a casa de Miguel Quadrelli, y ellas estaban en un balconcito y me miraban y se reían. Con mi timidez no sabía si era cachada o cargada. Y como en aquellos tiempos, la cosa duraba y duraba. Hasta que un día un veterano que vio la escena me dice: muchacho no pierdas el tiempo, que la oportunidad es como el fierro, se ha de machacar caliente. Al día siguiente me les fui al humo y rajaron. Pero como a la semana, me esperó una y me llamaba con el dedo y estaba sola. Ahí mismo se acabó lo que se daba. Lo notable fue que después me esperó la otra, haciéndose la sota. Ah si, pa’vos también hay. Y así pasamos como un año. Yo sin decir palabra a nadie, porque siempre fui muy reservado con las mujeres y porque tenía miedo que me las sacaran. Desde acá te agradezco, veterano campeón. O me lo habrán mandado las bandidas? No importa, la barra completamente agradecida, salute...

El pupilero, era el querido hermano Próspero, hombre serio y severo pero si uno jugaba con las cartas arriba de la mesa, sabía comprender las necesidades. A varios nos dejaba fumarnos un cigarro y en otras cosas hacía la vista gorda. Pero el que abusaba o buscaba la agachada, era hombre al agua. Gran recuerdo de este hombre, que después fue profesor de mis hijas en el San Juan...
Yo a la Sagrada Familia le estoy muy reconocido, me formó, me disciplinó, me educó, y puedo decir que a los diecisiete años, ya creía en las mismas coordenadas que hoy, con la lógica adecuación a los tiempos. Desde allí católico, blanco y bolsilludo, orgulloso y convencido, por la coherencia ideológica que ello significa, apenas se hurga en la historia real. Amén de lo que se hereda, no se roba...

...

Ese 30/11/58, día en que cumplí 18 años, triunfan los blancos y terminé el liceo en la SAFA. Luego haría preparatorios de Derecho en el Liceo Francés y tres años de Facultad, donde tuve muy buena perfomance gracias a la base de la Sagrada. Pero como el hombre propone y Dios dispone, la vida me llevaría por otros caminos. Pero siempre agradeceré el aporte cultural y los amigos del Colegio y Liceo Sagrada Familia de Agraciada 1960.

A la Sagrada Familia

En el balance de mi vida
Tengo siempre presente
A la Sagrada tan querida
Desde los años inocentes.

Allá en el año cincuenta
Del medio de la campaña
Llegó a aprender cuentas
Tímido canario sin mañas.

Con los nueve cumplidos
Entré en curso segundo
Y de pique bien servido
Ya campeón del mundo.

Mauro, Alvaro, Edilberto
Y Arsenio hasta el ingreso
Nos mantenían despiertos
Queriendo avivar el seso.

Rondeau y sus picados
Me formaron jugador
Aprendiendo aplicado
Con amigos de mi flor.

La chacra arroyo Pando
el ring de calle Estomba
o Carlos Berg chiveando
la vida se pasaba bomba.

Pelota vasca y la paleta
Y el invencible Maquinita
Le dieron rienda suelta
A competencias infinitas.

En el Liceo son otros lares
Martiniano, Antimo, Sixto
Y Alfonso son los titulares
Del gran esfuerzo previsto.

Meta estudio y disciplina
Números, letras, ciencias
Nos llevaron a la cima
Del saber a conciencia.

Gran Colegio enseñando
A pupilos y los externos
De todas partes llegando
Tras el mundo moderno.

Y esas miles de historias
Promovieron el deporte
Colmando de victorias
Vitrinas de añejo porte.

Las kermeses, los paseos
Y las fiestas quinceañeras
Avivaron grandes deseos
De debutar en la primera.

Y terminada la Sagrada
Cada cual fue a lo suyo
Con bien almacenadas
Historias que dan orgullo.

Y ya despeinando canas
Nos volvimos a encontrar
Con plena alegría sana
Del anecdotario disfrutar.

Clavito enseñó el camino
En su chacra bien dotada.
Chacha, Pato y buen vino
en tabernas de la Aguada.

El Canario en su Mangrullo
O el Gran Parque Central.
El Indio en el campo suyo
Y el Pelado asador cordial.

Y así seguimos andando
Con los afectos sellados
Los que vamos quedando
Y tantos otros recordados.

De queridos compañeros
No debo nombrar ninguno
Por si algún olvido artero
Pues bien añoro cada uno.

Y seguiremos en el trillo
Mientras las velas ardan
Con los voraces cuchillos
Que a muelas empardan.

Y cuando llegue la hora
De terminar la jornada
Digamos con voz sonora
Viva la amistad honrada.

Gracias Sagrada querida
Por saberes aprendidos
Que alumbraron la vida
A este montón de amigos.

Guillermo Seré Marques
SAFA 1950-1958.

El Mangrullo - Abril 2016

Buen amigo es aquél
Qué lejos está cerca
Que oye los silencios
Y que ve sin mirar.
Escucha sin ofensas
Y dice su verdad.


Lema 2024: Tejemos encuentros para un mundo de paz.
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Los Hermanos de la Sagrada Familia en el mundo.
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